El teléfono suena un par de veces. Al responder, una mujer da instrucciones precisas: el costo por tener a una persona internada 40 días es de 18 mil pesos. “Podemos ir y llevarla por la fuerza, sólo basta que un familiar lo acepte”, dice. Sin dar más detalles, garantiza “la desintoxicación” de un adicto a las drogas o al alcohol.
En el Metro, autobuses, postes de luz y en las puertas de las plazas comerciales del Valle de México aparecen de forma cotidiana anuncios que ofrecen servicios de rehabilitación para gente con adicciones. Popularmente les llaman “granjas” o “anexos”, aun contra la voluntad de quienes atienden esos espacios.
“[A su familiar] nos lo podemos llevar de pies y manos, puedo enviar de tres a cuatro personas. ¿Qué edad tiene y cuánto mide? Sólo dígame a qué hora se encuentra en su domicilio y vamos por él en un ingreso involuntario. Se cobran mil 500 por traslado”, contesta en una llamada una operadora de un centro ubicado en Tecámac, Estado de México.
Debido a la posible resistencia que pueda oponer un “paciente”, quienes dan el servicio insisten en realizar esta práctica. Argumentan que es lo más conveniente, porque las drogas han hecho el daño suficiente para nublar tanto su juicio como sus capacidades.
“Desafortunadamente todas las drogas que consumen instauran trastornos, los desorganizan en todos los sentidos: no tienen control de impulsos, cualquier ayuda o sugerencia que se les brinde la toman con agresiones, pero eso es parte de la enfermedad y del estado en el que se encuentran”, explica una operadora.
Agrega que su centro cuenta con expertos en siquiatría y sicología, quienes no han trabajado para los institutos Mexicano del Seguro Social (IMSS) y de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE).
Las víctimas
En la calle Artículo 123, esquina con avenida Balderas, a unos pasos del Metro Juárez, algunas personas en situación de calle comentan que los peores sitios de rehabilitación a los que han ido son los llamados “fuera de serie”. Ahí, Ermerinda, quien está en silla de ruedas y a primera vista muestra signos de maltrato en el rostro, como cicatrices de quemaduras en su nariz, relata, entre lágrimas, que fue víctima de abuso sexual y le quitaron todo lo que tenía.
Apenas tiene noción del tiempo e hilar palabras le cuesta, pero recuerda que fue internada en un “fuera de serie” hace seis meses, lugar del que, afirma, escapó tras tres meses de maltrato.
“Me pegaban, no tenía dónde hacer del baño y tenía que comer en el suelo. Me violaron. Fue doloroso, y vendieron mi ropa y todo”, relata, al mismo tiempo que se acercan Lupita y Tadeo, una pareja con más lucidez al hablar pero que no suelta un pañuelo con estupefaciente.
“Un ‘fuera de serie’ es donde si te portas mal, te ponen en un bote de chiles y ahí comes, cagas, hacen pozos y te meten en castigo”, interrumpe Lupita.
Cruzando la calle está Irving. Quienes lo conocen también señalan que estuvo en uno de esos lugares. Explica que sus piernas ahora son inservibles por maltratos en un anexo.
Quienes dieron su testimonio en la calle Artículo 123 aseguran que nunca les ayudó estar en esos centros; al contrario, los arruinó más y acentuó sus problemas con las drogas, que incluso distribuyen entre ellos en un intercambio que intentan disimular.