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Para salvar su vida, Esperanza tuvo que brincar de un vehículo en movimiento con su bebé en brazos. Antes de eso había recibido amenazas de muerte por parte de su expareja, quien la acusaba de “coquetear” con otros hombres.
Con el objetivo de salir de ese círculo de violencia, Esperanza abandonó su hogar, a su familia y se mudó a un estado donde nadie la conocía. Un refugio de mujeres le ayudó con su traslado al verificar el riesgo que corría.
“Vivir con él era un martirio: [había] golpes, insultos. Todo empezó cuando me pidió que tuviéramos hijos. Me embaracé y entró en un periodo de crisis en el que me golpeó mucho. Llegó al grado de quitarme a mi bebé tres meses después de haber dado a luz. Así me enganchó: me decía que debía estar con él para ver a mi pequeña”, relata la víctima.
Esperanza —nombre ficticio para proteger su identidad— no pudo resguardarse en casa de sus padres, ya que su expareja sabía dónde residían y la dirección de quienes podían ayudarla.
“No me fui con mis papás porque él me amenazaba con que me los iba a matar [mientras] me apuntaba con una pistola. El único camino era mudarme a otro lugar. [Aún] sigo con el temor de que me encuentre y me quite a mi hija”.
Cuando escapó, tampoco tuvo oportunidad de avisarle a su familia; se reportó hasta que llegó a un refugio ubicado a cientos de kilómetros de su antigua vida. Ahí se enteró de que su agresor la había buscado en casa de sus padres, sus abuelos y su mejor amiga.
“Él controlaba todos los puntos a los que podía ir porque siempre me decía que yo iba a traicionarlo, denunciarlo o dejarlo”, dice.
Recuerda que todos los días los nervios se apoderaban de ella al escuchar la puerta de su casa: “Si llegaba de buenas, no ocurría nada, pero el miedo ahí estaba. Incluso mi bebé sufría de estrés, estaba muy delgadita”.
En el albergue donde Esperanza fue canalizada hace un año la sometieron a terapias sicológicas y así recuperó su confianza. También la orientaron para que interpusiera una denuncia contra su expareja, y aunque él admitió que sí la golpeaba, un juez le concedió una suspensión condicional para dejar impune el caso.
A pesar de la distancia, la joven sigue cuidando las llamadas que realiza u observa que nadie la siga. Sin embargo, comparte que ahora quiere retomar la universidad y estudiar Derecho para ayudar a las mujeres como ella: “Lo que me ocurrió me cambió mucho. Quisiera trabajar en una organización social que auxilie a víctimas”.