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La Marea Morada contra la violencia machista se hizo presenta una vez más. La rabia movilizó a miles de mujeres que advirtieron que “ya nadie las volverá a callar”. En una Ciudad amurallada para hacer oídos sordos a su sufrimiento, ellas se impusieron y salieron para demandar justicia por sus muertas y desaparecidas, a denunciar a sus agresores y exigir un país más justo e igualitario para todas.
Vestidas de tonalidades púrpura parecidas a las flores de jacaranda y con glitter verde en el cuerpo, miles de mujeres marcharon bajo la consigna: “¡Esto ya no es un país, es una fosa común donde ayer enterré a mi hermana y mañana puede ser la tuya!” por las calles de la capital del país.
Llegaron a un Zócalo en el que la autoridad no colocó de nueva cuenta la Bandera monumental que por ley debe izar todos los días. No importó, ellas desplegaron su propia bandera y en la base colocaron un tendedero con la imagen de sus agresores, violadores y deudores alimentarios para exigir justicia.
Más allá de que las paredes metálicas de tres metros que el gobierno federal instaló para proteger el mobiliario capitalino fueran un obstáculo para su lucha, cientos de mujeres las usaron como tendederos o lienzos donde plasmaron sus peticiones por una vida libre de violencias, en la que salir a la calle a solas no sea una amenaza de muerte y en la que nunca haya que volver a quemar, gritar o pelear por otra víctima de feminicidio.
Al grito de: “¡No están solas!”, “¡Si el Estado las abandona, nosotros las cobijamos!” y “¡Fuimos todas!”, miles de mujeres se arroparon entre sí, tras compartir a gritos a punto del llanto sus historias de dolor, consecuencia de la violencia machista.
Las calles del primer cuadro del Centro Histórico retumbaron durante su avance, que dio inicio en el Ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución y la Glorieta de las Mujeres que Luchan.
Los sonidos de los martillos, sopletes y aparatos eléctricos de defensa personal, hechos por las integrantes del Bloque Negro, hacían gritar a los grupos de manifestantes, integrados por madres buscadoras, familiares de víctimas de feminicidio, mujeres con discapacidad, identidades transgénero, mujeres obreras, de organizaciones populares y sociales, y asistentes que tenían en común un objetivo: pelear por una vida libre de violencia.
El sol no importó. Tres horas antes de la hora, en el punto de partida se congregaron desde abuelas hasta niñas, quienes, con micrófono abierto, hablaron sobre lo que les duele: la desaparición de una hija, el asesinato de una sobrina, la violación de una hermana, el acoso sexual de un jefe o la violencia vicaria de una expareja.
También pacientes oncológicas asistieron, víctimas de ataques con ácido, mujeres que sufren violencia laboral, disidencias que viven el acoso por tener una orientación sexual diferente a lo que dictan las normas... Todas juntas para exigir un trato igualitario.
“¡No somos una!, ¡No somos 100! ¡Pinche gobierno, cuéntanos bien!”, gritaban enardecidas.
“Que no digan que sólo 500 asistimos a la marcha. Que no nos digan que no podemos romper, que no podemos quemar porque no hay derecho de quitarnos la voz cuando ellos nos quitan a nuestras hijas y nos quitan la vida junto a ellas”, dijo Lourdes Gutiérrez a EL UNIVERSAL, una de las miles de madres que marcharon para impedir que la violencia patriarcal les arranque a otra mujer de su vida.
Hubo bailes, música de banda, de violín, cantos y demostraciones culturales para pedir de todas las formas posibles al gobierno de México aumentar penas a agresores, castigar a feminicidas y violentadores, y educar a los niños y niñas para erradicar de raíz la violencia machista arraigada en la cultura mexicana.
A diferencia de otros años, las pintas, la iconoclasia y la violencia no fueron el foco del movimiento.
Las integrantes del Bloque Negro protegieron a los grupos que se manifestaron y, al llegar a Palacio Nacional, juntas golpearon las vallas con martillos, intentaron incendiarlas y colocaron pintas para denunciar que no existe el autollamado “gobierno más feminista de la historia”.