A 30 años de la muerte de su mejor amigo, las emociones y recuerdos se le amotinan, mientras su voz se llena de añoranza.
Integrante de Los Reno [como llamaban a quienes buscaban la renovación del PRI], Agustín Basave Benítez asegura que a punto de cumplirse tres décadas del magnicidio de Luis Donaldo Colosio Murrieta éste fue el “crimen perfecto”.
Señala que detrás de Mario Aburto, asesino confeso de Colosio, hubo un autor intelectual, pero sobre todo un entorno político adverso en contra del político originario de Magdalena de Kino, Sonora.
Lamenta que en vísperas del aniversario luctuoso del excandidato presidencial, que fue abatido en plena campaña en Lomas Tarinas, Tijuana, lo que significó un parteaguas en la historia del país, el presidente Andrés Manuel López Obrador (Morena) utilice el caso con fines electorales.
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“Si de verdad tienen elementos para llegar a una nueva conclusión y a esclarecer el caso, bienvenida esa apertura, pero no es eso lo que quiere, quiere usarlo electoralmente, quiere llevar agua a su molino”.
En entrevista con EL UNIVERSAL, Basave Benítez, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford, Inglaterra, recuerda 1994 como el annus horribilis de México.
En su casa, entre libros y retratos de la juventud con su amigo y colaborador, Basave Benítez refiere que en ese año se desató la violencia política en un sistema donde el asesinato como herramienta de control político había quedado atrás desde el homicidio del expresidente Álvaro Obregón.
¿Cómo vivía el país en 1994?
—El 94 fue el annus horribilis de México. No solamente fue el levantamiento zapatista el 1 de enero, sino que vino después el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, antes se había dado el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas, se dio también la crisis económica, en fin, fue un año terrible en todos sentidos. Fue el famoso error de diciembre, que afectó al país en todo el año.
¿Cuáles fueron las consecuencias de todo esto?
—Una violencia política que no se había visto en México desde los años 20, desde el asesinato de Álvaro Obregón. El asesinato ya no era una herramienta política y volvió a serlo. Generó una gran incertidumbre, todos los caminos apuntaban en la transición democrática y de repente se llenaron de maleza.
¿En favor de quién se utilizó otra vez el asesinato como herramienta política?
—Bueno, eso nos llevaría a discutir quién fue el autor intelectual del asesinato, que es algo que no podemos dilucidar, porque me parece que fue el crimen perfecto. A mí no me queda la menor duda de que hubo algo más que Aburto, hubo alguien más.
¿Un segundo tirador?
—No, no, no, que hubo alguien detrás de Aburto, que hubo alguien detrás de él, que hubo un autor intelectual. No sé si..., no creo que haya habido un segundo tirador, no lo sé, pero sí hubo un autor intelectual.
¿Dentro del sistema político?
—No, no sé, lo que sí sé es que no fue un asesino solitario. También sé que ese asesinato de alguna manera preludió una espiral de violencia que a la fecha nos ahoga a los mexicanos.
¿Qué conexión tiene eso con la violencia de hoy?
—Me da la impresión de que el hecho de que se hayan roto las reglas no escritas y se haya llegado al todo se vale tuvo que ver con la descomposición posterior que vino acompañada del crimen organizado.
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¿Cómo vivió ese 23 de marzo de 1994, previo al atentado? ¿Qué hizo usted ese día?
—Estaba en la Cámara de Diputados, era diputado federal y estábamos votando la reforma electoral, nadie sabía nada. La líder de la Cámara era María de los Ángeles Moreno (PRI). Un periodista sentado atrás de mi curul le decían a otro: “Dile a Basave, dile a Basave, es su amigo”. Volteo y les digo: “¿qué pasó?”. “Es que nos acaba de hablar el corresponsal en Tijuana y parece que le dieron un tiro a Colosio”. Salgo corriendo del salón del pleno, voy a mi oficina, le marco a Liébano Sáenz, no lo encuentro. Finalmente encontré a alguien de la comitiva y me dijeron: “sí, le dispararon”; estaban en el hospital. Me preparé para lo peor.
Difíciles momentos para usted.
—Pues angustiado, pensando si iba a morir mi amigo o no. Tenía un ayudante y traía mi celular. Le dije: “no me pases ninguna llamada”, porque me estaba hablando medio mundo y de repente llega y me dice: “le llama su hijo Agustín”, quien debe haber tenido unos ocho o nueve años..., estaba llorando.
Sabía que le habían dado disparos. Empezaba a especularse que ya había muerto… Le respondí que yo no había ido a esa gira y que estaba bien. Me dijo: “Papá: ¿se va a morir Donaldo Colosio?”, y le dije: “no, no, hijo, yo creo que no”. Y me dice: “prométeme una cosa —de nueve años, ¿eh?—: júrame que nunca vas a ser candidato”. “¿Candidato presidencial, hijo?”. “No”. Y le dije: “no, nunca voy a ser candidato”. Él asociaba que ser candidato presidencial era ser asesinado. Esa es parte del shock de ese año que generó.
En ese entonces en el sistema político no se movía nada sin la aprobación del presidente en turno. ¿El expresidente Carlos Salinas pudo haber urdido o planeado esa situación?
—No. Nunca lo he pensado porque él fue uno de los principales perjudicados y no tenía ningún sentido que lo hiciera porque tenía todo el poder. Con un par de telefonazos le hubiera quitado la candidatura, si es que eso es lo que buscaba… Por eso no lo creo. No porque crea que sea muy bueno Salinas, simplemente porque que no tenía sentido hacerlo.
¿Usted fue amenazado por exigir justicia para su amigo?
—Me llegaban llamadas a mi casa, porque fui de los más vociferantes, de los colosistas que más exigían que se llegara a las últimas consecuencias. Fui el primero en pedir que declarara el Presidente de la República. No sé por qué, pero me llegaban a mi departamento mensajes que quedaban ahí grabados, pues bastante intimidatorios, amenazantes.
A tres décadas, ¿qué significó, políticamente hablando, este magnicidio para el país?
—México nunca se dio cuenta de lo que perdió. Se pensó nada más que matar a un buen hombre, y subrayo lo de buen hombre porque ni las personas más duras, el subcomandante Marcos, criticaron nunca a Donaldo de corrupto. Marcos decía que Colosio era como un boy scout que quería hacer la buena obra del día. Fue la única crítica que le hizo.
¿Algún día conoceremos satisfactoriamente la resolución de este caso?
—No, ya perdí la esperanza hace mucho tiempo.
¿Es realmente el crimen perfecto, como usted mencionaba?
—Sí, creo que sí, no solamente por cómo se hizo, sino porque las investigaciones han sido muy turbias, está todo muy viciado. Por eso cuando dice el presidente López Obrador que se va a reabrir el caso yo digo: si de verdad tienen elementos para llegar a una nueva conclusión y a esclarecer el caso, bienvenida esa apertura, pero no es eso lo que quiere, quiere usarlo electoralmente, quiere llevar agua a su molino, culpar a Felipe Calderón y a (Genaro) García Luna, a sus villanos favoritos. Así no, así no es, ni la familia ni los mexicanos merecemos ese manoseo electorero del caso.
Como amigo y cercano colaborador de Colosio, ¿usted ya perdonó a Aburto?
—Fíjate que no, no soy tan generoso como Donaldo hijo, quien no sólo lo dice, lo cree, lo siente. No llego a esos niveles de generosidad. Que cumpla su sentencia como se planteó desde el principio.