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En medio de la densa selva de la Reserva de la Biosfera Mirador Azul en Petén, en el extremo norte de Guatemala, un grupo élite de guardaparques y militares aguardaba de forma silenciosa y pecho a tierra sobre un hormiguero.
Estaban escondidos para emboscar a un grupo de taladores de granadillo, una madera preciosa en peligro de extinción, que por su belleza y solidez es codiciada para construir muebles, yates y casas de lujo.
A pesar del sueño y del hambre, ahí permanecían enlodados y tirados, dedicados a trabajar en la línea fronteriza entre México y Guatemala.
Esa mañana del 3 de mayo de 2020, los guardaparques habían localizado de manera previa un campamento de taladores al norte de la reserva. El plan era atraparlos en flagrancia. Para eso estaban los militares, de quienes los guardaparques dependen para poder realizar capturas.
Alrededor de las 11 de la mañana divisaron cómo se acercaban dos taladores con sus motosierras. Cuando tocaron el perímetro que ellos habían tendido, los rodearon, les taparon los ojos y la boca y los trasladaron a unos 100 metros de ahí para que no alertaran a sus compañeros.
Unas horas después, se escuchó la imitación del sonido de un ave: “¡Uy! ¡uy!”, un mensaje encubierto entre los taladores que sirve para alertar de la presencia de autoridades. Uno de los militares respondió: “¡Uy! ¡uy!” y minutos después aparecieron otros cinco taladores.
Al ver a las autoridades, dos de los taladores corrieron; sin embargo, los alcanzaron. Después de seis horas de operación, lograron capturar a un total de siete, la mayoría de ellos del estado de Campeche.
No era la primera vez que esto sucedía. Una oscura red de taladores comenzó a ingresar a territorio guatemalteco desde 2018 en busca de granadillo, ya que las reservas en el lado mexicano empezaron a escasear.
Por eso, en noviembre de 2021, un equipo de InSight Crime acompañó a los guardaparques de ambos lados de la frontera durante una decena de días dentro de la selva maya, acechada por organizaciones criminales.
Génesis, la batalla por la selva
La mañana del 8 de noviembre nos encontramos en la ciudad de Flores, municipio de Petén, Guatemala, donde se localiza la Reserva de la Biosfera Maya, cuya extensión supera 2 millones de hectáreas y alberga a 2 mil 800 especies de plantas y animales. Cerca de Flores está la sede de la Fundación para el Ecodesarrollo y la Conservación (Fundaeco), erigida en 1990, con el objetivo de contribuir a la conservación de los ecosistemas.
El Capítulo Petén de la organización lo coordina Francisco Asturias, un guardaparques que lleva 34 años vigilando la selva maya en el servicio público y junto a organizaciones civiles.
Asturias cuenta que fue en 2018 cuando se empezaron a enfrentar a diversas redes criminales en la frontera México-Guatemala. Habla de taladores que cruzan del lado mexicano a las reservas naturales de Petén buscando extraer granadillo, madera protegida y codiciada en China.
Al día siguiente, a las seis de la mañana, volvemos a la oficina con el grupo élite de guardaparques con el que vamos a viajar.
Este se llama Génesis. Es una agrupación de alrededor de dos decenas de guardaparques experimentados de Fundaeco y de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conap), que sirven como la primera línea de defensa para proteger millones de hectáreas de bosques vírgenes en Petén. Aunque se les encomendó la gigantesca tarea de vigilar un área vasta y rica en recursos, los guardaparques no pueden realizar arrestos sin la ayuda del ejército y la policía de Guatemala.
Génesis aumentó sus patrullajes en 2018 después de que sus colegas en México les alertaron sobre el cruce de taladores.
Desde entonces, los patrullajes han dejado como resultado alrededor de una decena de arrestos por tala o cacería ilegal. También han ayudado a documentar la extracción ilegal de aproximadamente 200 árboles de granadillo entre 2018 y 2021 en áreas patrulladas por Génesis, con un valor estimado de 1.4 millones de dólares cuando la madera llega a los puertos de México, según un informe privado realizado por organizaciones ambientalistas al que tuvo acceso InSight Crime.
Uno de los operativos de inteligencia más destacados, relata Emilio, el guardaparques que lidera la caravana, ocurrió en 2018, cuando la policía y el ejército sorprendieron a un grupo de tres madereros en el sitio La Güera.
Una vez que se acercaron al campamento, dos de los taladores se levantaron en ropa interior para escapar dentro de la selva, pero uno de ellos permaneció en la hamaca. Despreocupado.
—¿De dónde son? ¿De Guatemala o México? —les preguntó el talador, aún meciéndose en la hamaca, recuerda Emilio.
—De Guatemala.
—Vamos a arreglarlo. Esperemos hasta mediodía.
—¿Para qué?
—Va a venir un coronel del Ejército Mexicano, él es nuestro jefe, él nos manda aquí a sacar la madera y él les puede dar el dinero que necesitan. Podemos negociar mi libertad, esperémoslo —insistió el talador.
El talador mexicano les ofreció unos 2 mil 500 dólares que supuestamente traería un coronel mexicano a cambio de dejarlos en libertad, nos contaron los guardaparques. Al final los arrestaron. La Secretaría de la Defensa Nacional de México no respondió a la solicitud de información de InSight Crime.
Árboles muertos y casquillos
En las primeras horas de la siguiente mañana nos encontramos de nuevo en la densa selva, ahora en la Reserva de la Biosfera de Calakmul, con un grupo de tres guardaparques mexicanos de Conanp. Nos adentramos en la jungla y se asoma la primera escena del crimen.
Se trata de un camino de 200 metros con varias bifurcaciones. En éste hay árboles despedazados con sierras eléctricas, aserrín entre el pasto y cortezas. Se pueden ver varias especies de árboles, cedros y caobas, y el tocón solitario de un granadillo talado recientemente por madereros.
Sentado en uno de los campamentos donde hacen vigilancia, Nicasio, un guardaparques, explica que la tala de madera está altamente organizada y, a nivel local, son los lugareños empobrecidos quienes sirven como mano de obra barata. A esos taladores los reclutan para que en las épocas secas del año ingresen a la reserva, busquen los árboles y los marquen con sus iniciales, cuenta Nicasio. Dos o tres días después llega otro grupo de gente encargada de talar y cortar los árboles marcados y dejarlos listos para el traslado. Cuando ya tienen todos los árboles que necesitan, un tráiler se los lleva.
A los taladores se les paga entre 12 mil y 15 mil pesos (entre 581 y 726 dólares) el metro cúbico de granadillo, detallan los guardabosques.
Pero son los intermediarios de la red criminal —muchas veces empresarios que viven lujosamente en grandes ciudades— quienes realmente sacan provecho de la tala ilegal. Para ellos, el precio del metro cúbico de granadillo se puede multiplicar hasta cuatro o cinco veces cuando la madera está lista para exportarse a mercados internacionales.
Pese a estos intereses, los guardaparques mexicanos son pocos y vulnerables. Esto se debe en gran parte a las restricciones presupuestarias, ya que el gobierno federal recortó el presupuesto de la Conanp en 59% entre 2016 y 2022. Esto dejó a los guardabosques y a las organizaciones medioambientales sin fondos para realizar adecuadamente su trabajo, según un experto en el tema de Campeche consultado por InSight Crime.
Una de las escenas que marcan este patrullaje ocurre cuando un guardaparques se agacha a recoger un objeto y le quita el polvo. Se trata de un casquillo color rojo de escopeta: “Esto no debería estar aquí”, comenta entre dientes, al tiempo que mira desconfiado a sus costados, momentos antes de emprender el regreso hacia la base en Calakmul.
*Los nombres de los guardaparques se cambiaron por seguridad, salvo el de Francisco Asturias.
** Con aportes de Max Radwin.