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Luis Echeverría Álvarez, ahora en marzo de 2019, es un hombre lúcido, lee mucho, demasiado, pasa los días en absoluta serenidad con su familia. Está satisfecho y seguro del juicio de la historia.
Habla el coronel de infantería Jorge Nuño Jiménez, quien ha estado al servicio del expresidente desde el 15 de diciembre de 1970; recuerda los casi 50 años que estuvo a su lado, día y noche y sin vacaciones, en México y en el mundo.
Comenta a EL UNIVERSAL: “Yo lo veo muy cardenista, muy juarista y muy nacionalista”.
El propio Luis Echeverría “me ha autorizado divulgar algunas cosas”, dice en su oficina, donde tiene varias fotografías en las que ambos aparecen en distintas décadas.
Ayudante militar, secretario particular, director del Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, Nuño Jiménez afirma tener presente en la memoria la figura de María Esther Zuno Arce (1924-1999), esposa de Echeverría, de carácter fuerte, recuerda, apego a la mexicanidad, personalidad de lideresa y profundo respeto a quien mencionaba siempre como “el señor Presidente”.
En una de las fotografías tomada en el principio de la larga expresidencia, Echeverría y Nuño visitan la tumba de Porfirio Díaz en el cementerio parisino de Montparnasse; en la galería hay imágenes con Fidel Castro e incluso con el exsecretario de la Defensa Nacional Salvador Cienfuegos Zepeda. A través de su colaborador Enrique Efrén Mayorga Martínez, uno de varios asistentes a la entrevista, el coronel ofrece el posible acceso a su compendio fotográfico.
Este militar cuya primera instrucción en el equipo presidencial fue: “Tacto y absoluta discreción”, por primera vez concede una entrevista y, ante todo, subraya sus orígenes. “Vengo de una familia humilde, de Jalisco. Mi madre era una sirvienta, mi padre no fue a la universidad y mi pasión era estudiar”. Graduado en el Colegio Militar, sirve como Oficial de Alumnos en Táctica y Estrategia, en Guadalajara, donde le llegan las órdenes.
¿A lo largo de 50 años, el 2 de octubre de 1968 qué significa para el presidente Luis Echeverría durante los 365 días?
—Un incidente más. Finalmente, algo lamentable. Nada más faltó que en chino mandarín Gustavo Díaz Ordaz señalara su propia responsabilidad.
¿La fecha 2 de octubre qué es en la agenda de Echeverría?
—Siempre está atento a las manifestaciones que se dirigen a su casa, insultan y ya. La única instrucción es: “No vayamos a provocar nosotros”.
El 30 de junio de 2006 se dicta orden de aprehensión contra Echeverría Álvarez por el genocidio de 1968 y 1971, ¿cómo tomó ese momento?
—Tuvo fe inquebrantable en que la justicia iba a encontrar su camino recto. Fueron momentos difíciles de elegir el exilio o enfrentar las acusaciones, y fue lo que hizo, con el apoyo providencial de quien llamamos cariñosamente el abogado del diablo, Juan Velásquez, quien lo llamó a que acudiera a su casa rápidamente. Había orden de aprehensión y no regresó a San Jerónimo, y lo escondí.
Estuvo prófugo seis días, sereno en todo momento. Leímos demasiado. Después, le dieron dos años de arresto domiciliario y eso ya es ¡caso juzgado!
¿Sereno y satisfecho?
—Sí, no lo veo arrepentido de nada. A veces dice que quería hacer más, que le faltó tiempo.
¿Cómo era un día del presidente Echeverría Álvarez?
—Para uno que madruga, otro que no dormía. Se levantaba a las cinco, seis de la mañana. Nadaba un kilómetro, jugaba un set de tenis, y a las siete de la mañana empezaba a despachar fresco.
¿Cómo era la vida en Los Pinos?
—Era la casa del pueblo, desfilaban obreros, campesinos, colonos que sin cita pasaban. Era un ir y venir todos los días. Eran las tres de la mañana y la gente seguía entrando y los saludaba de mano.
Éramos ocho ayudantes del Estado Mayor Presidencial (EMP). No nos dejaba dormir. Yo no sé de dónde sacaba tanta energía. Ahí aprendimos de jefes que recuerdo con cariño, como el poblano zacapoaxtla Miguel Ángel Godínez Bravo, y aquí está [escuchando a Nuño] un colaborador de él, un modelo de jefe por el que das la vida. Por cierto, no había grandes sueldos, estábamos en el centro de la historia del país.
¿Cómo es tratar con Echeverría?
—Alguien me dijo: “El Presidente habla con los ojos. En el trato personal es un caballero. Las primeras palabras que me dirigió el primer día fueron: “Capitán, ¿sería usted tan amable de ayudarme?”.
¿A usted le tocó acompañarlo a Ciudad Universitaria el día de la pedrada?
—Por supuesto que sí. Quería ir solo. Se le dijo: “Hay peligro”. El ambiente estuvo tan caldeado que hubo momentos en que dije: “De aquí no salimos”. Se rompió el orden y algunos cristales, hubo algunas detonaciones. Ahí pudimos haber quedado asfixiados. Un proyectil que viene desde afuera pega en la cabeza del Presidente. Un joven ofrece su Maverick rojo. Echeverría no quería subir. Y voluntariamente, con cuidado, se le invita a que se suba al carro.
¿La relación con los intelectuales fue intensa?
—Uno de ellos, Carlos Fuentes, fue especialmente simpatizante de sus ideas y de su acción de gobierno. El ambiente fue de libertad, autocrítica. Carlos Monsiváis, que era como el criticón, que decía que los viajes de Echeverría eran en aviones de redilas, también se subía.
Percibo que don Luis conocía la naturaleza humana. Nunca lo vi enojado, como cuando Gustavo Carvajal, en el sexenio de José López Portillo, dijo: “Quien va a San Jerónimo, lo besa el diablo”.
Mandó comprar un Judas a La Merced y puso en el patio ese diablote y a quien pasaba a desayunar le decía: “Primero besa al diablo”. Así es la política. No te enojes.
A Echeverría nunca lo he escuchado hablar mal de nadie. Tiene buen humor, imaginación. No conozco el monstruo que dicen que es.
¿La política exterior tuvo su estilo propio?
—Un caso concreto. En junio de 1971 llama a Los Pinos el presidente Richard Nixon, y dice a Echeverría: “Le suplicamos que el voto de México sea negativo [sobre el ingreso de China a la ONU]”. El mexicano respondió: “Muchas gracias, señor Presidente, lo vamos a estudiar con mucho cuidado”. Y la respuesta fue que Echeverría habló ante la asamblea general a la cual dijo que era inconcebible que la tercera parte de la humanidad no formara parte de las Naciones Unidas (ONU).
¿Hubo nostalgia por la vida en Los Pinos?
—No lo creo, porque después de su trabajo en el gobierno, no va a parar. En París convive con las mentes más brillantes. Preside el Premio Simón Bolívar para la Paz, que se otorga al rey Juan Carlos de España y a Nelson Mandela preso. El licenciado Echeverría me designa a mí para ir a entregarlo. El acto de mi vida que más me enorgullece es haber entregado en propia mano el reconocimiento a Mandela.
¿Tuvo proyecto para ser secretario general de la ONU?
—Sí, consolidó la Carta de Deberes y Derechos Económicos de los Estados, en la que mucho participaron Porfirio Muñoz Ledo y Alfonso García Robles. En ese documento, Echeverría se la jugó contra Estados Unidos. El Consejo de Seguridad no aprobó la propuesta.
¿Echeverría y los empresarios?
—Sectores de los empresarios no simpatizaban mucho con el modelo de Desarrollo Compartido. Al final se habló de atonía. Cancún surge sin la simpatía del sector privado.
¿Qué fue lo que llegó a molestar a los empresarios?
—Que el Presidente les decía que fueran nacionalistas.
“No soy un vago, soy un oficial del Ejército Mexicano”
Es una tarde de recuerdos de Jorge Nuño Jiménez, de cuando hace 53 años se presentó ante su padre y le dijo: “Señor, no soy un vago, soy oficial del Ejército Mexicano”. Tarde de compromiso, rodeado de sus fotos, sus anécdotas. Cuenta que acaba de decirle a Echeverría:
“Señor Presidente, este ha sido un redoble muy largo. No estoy cansado, pero 50 años es demasiado. ¿No cree usted que ya debo dejarlo en paz?”.
Echeverría le habría respondido: “No, no, de ninguna manera. Quédese conmigo”.
A quienes lo escuchan en la entrevista, colaboradores de larga trayectoria, entre ellos Enrique Efrén Mayorga Martínez, Jorge Nuño les dice: “Si yo volviera a nacer, vuelvo a servir [a Echeverría] otros 50 años”.
¿Decidido está?
—Lo he visto desde dentro, y mucho de lo que se dice de él son producto de discordias, de fantasía. Pero sus peores críticos no han vivido con él las 24 horas, he convivido con él 50 años.
¿Qué le gusta de su trabajo?
—Cuando estoy frente a él disfruto su magnitud. Es un hombre de gran serenidad.