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El 30 de octubre de 1938, alrededor de las 8 pm, el programa de radio "The Mercury Theatre on the Air" comenzó su transmisión habitual, pero esta vez dio un giro inesperado. La voz de Orson Welles, el narrador, normalmente serena, se mostraba notablemente alterada en esa noche de Halloween. Welles relató un acontecimiento sorprendente: una nave extraterrestre había contactado por primera vez con nuestro planeta. Describió con dramatismo que los alienígenas, respondiendo a nuestros temores más profundos, eran agresivos y comenzaron un supuesto exterminio de la humanidad apenas aterrizaron.
Los radioescuchas de New York y New Jersey, desconociendo que era una dramatización, se sumieron en el pánico al creer que los relatos eran verídicos. Esto desencadenó disturbios, saqueos y la huida masiva de personas hacia áreas rurales.
Este incidente, que acaba de cumplir 85 años, sirve como un claro ejemplo de la histeria colectiva provocada por la desinformación. Asimismo, destaca los riesgos de los medios de comunicación cuando carecen de un contrapeso informativo.
En esa noche, la saturación de líneas telefónicas y estaciones de radio impidió a la audiencia acceder a otra fuente de información que les ayudara a discernir la verdad. Aunque hoy podamos reflexionar sobre este suceso desde casi un siglo de perspectiva, la situación actual no difiere mucho.
La orientación hacia el consumo máximo prevalece en los medios modernos, como la televisión, las redes sociales y el internet, diseñados para ofrecer al consumidor contenido afín a sus preferencias. Este enfoque, aunque limita la diversidad de experiencias del usuario, establece una zona de confort que prolonga su interacción.
Mientras que en el entretenimiento esta tendencia no parece tener un impacto significativo, su reproducción en el ámbito de las noticias y la información plantea un problema más grave. Existe el riesgo de crear una burbuja donde la información falsa es retroalimentada por todos los medios, haciéndole creer al usuario que lo falso es verdadero, resultando imposible salir del error. Esta situación se agrava cuando el usuario interactúa principalmente con grupos que comparten sus mismas ideas.
La prevalencia del consumo por encima de la calidad informativa repercute en la polarización de la sociedad, sobre todo en tiempos de elecciones donde por la misma dinámica de la democracia actual ya tiende a dividirse la población en agrupaciones. Surge entonces el dilema sobre hasta qué punto el Estado debe intervenir para regular la calidad de la información, sobretodo en tiempos de alto riesgo como en época electoral y contrarrestar estos aspectos negativos que afectan la percepción colectiva y la diversidad de opiniones en la sociedad.