Con este texto, inicia la serie Mujeres a seguir en 2023 rumbo al Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo próximo. Lee también: Morena busca que plagio prescriba a los 5 años
Al recorrer montes, arroyos y esteros del norte de México, mientras escarba la tierra para hallar a familiares desaparecidos de otras mujeres del colectivo Madres Buscadoras de Sonora, Ceci Patricia Flores se da cuenta de que nunca se visualizó localizando fosas comunes para encontrar a los dos hijos que el crimen organizado le arrebató.
“Yo no escogí ser una madre buscadora, la vida me obligó. Fue la negligencia de las autoridades, el nulo apoyo en la búsqueda e investigación sobre la desaparición de mis muchachos, pero yo no lo escogí porque antes de que me los quitaran era feliz”, afirma con la voz quebrada en conversación con EL UNIVERSAL.
Antes de su tragedia, Ceci, como le dicen sus allegados, se dedicaba a disfrutar la vida en compañía de su esposo en Bahía de Kino, Sonora, a atender su hogar y a amar a sus hijos.
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El 30 de octubre de 2015, una llamada para anunciar la desaparición de su hijo Alejandro la obligó a autoformarse en el oficio de buscadora. Este primer golpe llegó con el mensaje: “A tu hijo se lo llevó un cártel de camino a su trabajo”, en Los Mochis, Sinaloa, dos días después de que Ceci conviviera con él por última vez.
Aunque estaba familiarizada con la violencia que desde hace más de dos sexenios atormenta al país, no había tenido antes un acercamiento con el delito. No sabía nada de levantones, desaparecidos o grupos delictivos, por lo que pidió apoyo a las autoridades, pero no lo obtuvo.
Entonces, empezó a buscar a Alejandro sola. Así, dio con Las Rastreadoras del Fuerte, de quienes aprendió que perseguir pistas sobre el paradero de una víctima empieza por subir datos e imágenes a redes sociales para difundir el caso, pero no basta, hay que hacer el trabajo de campo que pocos están dispuestos a enfrentar.
“Nosotras hacemos el trabajo que el gobierno no quiere porque sí podría hacerlo. Alejandro Encinas, Adán Augusto [López], Karla Quintana, nunca han sentido el terror que es subir a la cima de un cerro en tierra llena de fosas o el terror de trabajar sola por el miedo de que maten a tu familia y siempre por la esperanza de ver a tus hijos volver a casa, aunque sea en osamentas”, señala.
El 4 de mayo de 2019 recibió la segunda noticia que encaminaría su existencia: “Un comando armado levantó a Antonio y a Jesús Adrián”, sus otros dos hijos, y aunque días después le fue devuelto Adrián, hasta hoy no ha podido recuperar a Antonio.
“Si a mí me hubieran dicho que iban a desaparecer a mis hijos, yo me hubiera puesto enfrente para que me desaparecieran a mí. El día que los desaparecieron a ellos desaparecieron mi vida, me dejaron muerta y solamente existo y tengo fuerzas por abrazar la esperanza de volver a verlos”, asegura.
Cuando empezó a buscar a Alejandro solicitó apoyo de otro colectivo en Sonora, pero la líder estaba amenazada de muerte y fue desplazada del estado. Por ello, pidió a Ceci dejar de hacer ruido y desistir de su búsqueda.
“Y si me amenazan y me matan, pues ni modo, yo ya llevo años muerta en vida”, pensó Ceci y decidió fundar el colectivo Madres Buscadoras de Sonora, que actualmente integra a más de 500 mujeres que buscan a sus desaparecidos en varios estados.
Así, desde hace cinco años, la pala, el pico y la varilla se convirtieron en la extensión de los brazos y manos de esta mujer. Tan solo en 2022, la organización localizó a mil 530 personas sin vida y mil 328 con vida.
“Hay personas a las que ya tenían como muertas, enterradas y hasta veladas… Los hemos encontrado en penales, centros de rehabilitación, escondidos de sus familias y para mí, como madre, es una satisfacción poder devolverlos a su casa porque sería una bendición que mis hijos volvieran a la mía completos, no calcinados, no en osamentas”, dice.
Además, las mujeres capacitan a otras que también buscan a sus familiares. Por su trabajo como activista, Ceci fue desplazada de su ciudad natal ante la amenaza de grupos delictivos que ofrecieron públicamente 50 mil pesos a cambio de quitarle la vida.
Ceci Flores considera que la lucha que abandera, frente a un problema que se le salió de las manos al gobierno federal, es la piedra en el zapato para alguien que no quiere verla destapar irregularidades en torno a la crisis de identificación forense y de desapariciones que enfrenta el país.
“Del gobierno lo único que he recibido son críticas. Jamás una muestra de solidaridad o una botella de agua, aunque nosotras estamos haciendo el trabajo de la Comisión Nacional de Búsqueda. Las madres buscadoras no deberíamos existir porque de inicio nuestros hijos y familia no deberían desaparecer”, enfatiza.
Por su labor como buscadora y defensora de los derechos humanos, en 2022 fue nombrada una de las 100 mujeres más importantes del país por la revista Forbes y una de las más influyentes del mundo por la BBC.
Sin embargo, considera que esos títulos no le sirven de nada porque no tiene el reconocimiento, apoyo y protección de las autoridades y organismos encargados de gestionar los procesos relacionados con desapariciones.
Desde que sus hijos desaparecieron, la fiscalía de Sonora no ha abierto ninguna línea de investigación. Las pistas que ha encontrado sobre su paradero las ha aportado ella misma.
Pese a que no cuenta con la tecnología que el mecanismo de búsqueda federal tiene, la noticia de sus hallazgos ha llegado a Sudamérica, desde donde intentan contactarla para recibir apoyo en la búsqueda de migrantes.
“La Comisión Nacional de Búsqueda es un mono de aparador. Lo único que están haciendo es gastarse los millones que tienen en tecnología y camionetas del año porque ellos no van al monte, no saben lo que es usar sus manos, sus propios recursos como lo hacemos nosotras motivadas por el amor”.
Entre tragos de agua para controlar la tos que padece a causa de absorber los vapores de los cuerpos en descomposición que localiza, Ceci Flores expone que para 2023 proyecta continuar la búsqueda de sus hijos y, en el camino, acompañar a quienes anhelan volver a ver a los suyos.
“Amo tanto a mi hijo que no tengo miedo de dar la vida por él, pero mi miedo más grande es morir, porque ni mi hijo ni los otros desaparecidos van a ser buscados. Ningún gobierno, ninguna autoridad dará esa esperanza. Tengo que seguir viviendo para salir a buscar”.
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