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El sonidero, una cultura que parece única, de barrio, de pronto se hizo para todos. Baile, vueltas exóticas, pasos que a la vista parecen más una maroma. La pista de baile, el Zócalo capitalino.
No importó la colonia, alcaldía ni procedencia, sino que por fin la cultura sonidera se pudo vivir en el primer cuadro de la Ciudad, junto a vecinos y los turistas.
La música rebotaba en las paredes, las voces del sonido La Changa agradeciendo al Gobierno capitalino no impedían que las parejas se juntaran a bailar.
Porque la música incita a liberar el cuerpo para dar una vuelta y que te regresen en segundos. A sacar los pasos prohibidos, como dicen los que saben.
Las mujeres se emperifollaron con vestidos, shorts, blusas negras, algo que las hiciera ver de gala, una gala de barrio que pocos entienden a menos que se viva como ellos, al ritmo de las salsas, cumbias y guarachas.
“Me parece que es fantástico para el ambiente sonidero del extranjero y de la Ciudad de México”, dijo Miguel Bolaños.
Él llegó desde La Cuba chiquita, es decir, Almoloya del Río, en el Estado de México, lugar a donde han arribado innumerables artistas del sonidero.
Miguel siempre anda solo en los sonideros y hasta antes de hablar con EL UNIVERSAL, bailaba con una mujer. Ella también se detuvo a dar una entrevista, luego habló por teléfono y buscó dónde seguir bailando.
Cerca de las 18:00 horas, la lluvia se hizo presente. Sólo aminoró un poco el calor, pero no impidió que los asistentes se siguieran deleitando con La Changa y el resto de los grupos.
Algunos denunciaron supuestos robos y es que la cantidad de gente propició que “bolsearan”.
Hasta la noche del sábado el sonidero seguía y se esperaba afluencia total de autoridades.