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En una cancha de baloncesto, que simula ser una pista de baile, alrededor de 300 mujeres se abalanzan de un lado a otro. Al ritmo de salsa y cumbia se divierten, ríen y celebran, saben que deben aprovechar las siguientes cuatro horas porque tal vez no puedan tener otro evento similar.
Son las 12:00 horas y el primer anuncio llega: para comer hay tamales, paella y pastel. “¡Un lujo!”, dice una de las asistentes al escuchar la noticia, además de aplaudir porque habrá cinco piñatas rellenas de dulces.
La timidez no se hace esperar en el lugar caracterizado por sus paredes frías, la soledad, el olvido y una férrea disciplina que pocas veces permite la diversión. Sin embargo, las mujeres no ponen atención en los policías armados y las torres de control desde donde son vigiladas. Olvidan que son reclusas del penal de Santiaguito y hacen de éste un salón de fiestas.
Elizabeth, Norma y Carmen comparten mesa en el evento que fue organizado por la asociación Plan B. Con ayuda de donadores voluntarios, la organización no gubernamental elaboró alimentos, rentó sillas, mesas, arreglos florales y hasta una DJ.
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En el patio pasean los hijos de algunas prisioneras, menores de edad que han hecho de Santiaguito su mundo por no tener la posibilidad de salir.
“La verdad es la primera posada que nos hacen de esta manera. Nos da mucho gusto porque nos hacen sentir que no somos tan invisibles para la gente. Incluso, muchas de nosotras no tenemos visita”, dice.
Más mujeres consultadas señalan que 80% de la población femenina de la cárcel Santiaguito no recibe visitas constantes, por lo que tampoco tienen quién les dé dinero o les proporcione bienes básicos para su sobrevivencia en el penal.
Según el Cuaderno Mensual de Información de Estadística Penitenciaria Nacional, elaborado por el gobierno federal, hasta octubre de este año había 10 mil 554 internas en el país (5% de la población penitenciaria).
La falta de visitas se ha convertido en un problema común para las internas, consideran las organizaciones sociales expertas en el tema.
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Algunas mujeres que están recluidas no ven a su familia porque son trasladadas a otros penales, por falta de dinero o simplemente porque son olvidadas.
En el caso de Irma, asegura que sólo su papá acude a Santiaguito para verla, mientras que su madre falleció.
Además, comenta que sus dos hijas también la pueden llegar a visitar, pero que sus dos hermanos son quienes la han abandonado.
“Estando aquí no tengo a nadie, en algún momento uno de mis hermanos me dijo que iba a venir, pero no se ha parado por aquí. Desafortunadamente nos hacen menos, no somos bien vistas, aunque a veces muchas [algunas internas] son inocentes y están pagando una sentencia tan larga”.
Horas después se lanza al suelo como todas sus demás compañeras para recolectar la mayor cantidad de dulces.
Aunque hubo cinco piñatas, ninguna termina de romperse por completo porque el ansia de ver caer los dulces provoca que las mujeres dejen el bate, las tomen con sus manos, las desbaraten y formen una pequeña guerra para ganar todos los caramelos de su interior.
Carmen, a diferencia del resto de las internas, prefiere colocarse afuera del círculo que se hizo en torno a las piñatas. Ella tiene cinco años reclusa, inició su estadía en el penal de Santa Martha Acatitla, en la Ciudad de México, pasó por otros dos reclusorios y terminó en Santiaguito.
“No teníamos conocimiento de la posada, nunca nos consideran (...) Por el hecho de estar presas hay gente que dice que nosotras no merecemos nada; sin embargo, somos seres humanos y también sentimos.
“El que nos traigan piñatas, comida, cosas que son del exterior, sí nos llena de emoción y agradecimiento hacia las personas”, señala.
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Cuando se entera qué comida habrá en el evento, no duda en comentar que en Santiaguito comer tamales “es un lujo”, pues en el reclusorio el sazón de los alimentos es diferente.
“Hay veces que la comida no está muy buena aquí [en Santiaguito], entonces contar con comida de la calle y probarla para nosotros es la gloria: volver a tener esos ciertos privilegios que en este evento hay. Nos traen tamales o un pastel”, asegura.
“Quisimos otorgarles a las mujeres un espacio de esparcimiento, de diversión, de amor. Específicamente, en estas fechas consideramos muy importante voltear a ver a esta población, porque incluso se deprimen por no recibir las visitas de sus familiares”, asevera.
Plan B no sólo organizó este evento con las mujeres de Santiaguito, sino que durante todo el año les brinda un taller de costura para que puedan hacer productos y se vendan en el exterior.
De esa manera, las reclusas pueden comprar alimentos extra y bienes para su aseo personal.