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“Allá por cualquier cosa te quieren matar. Aquí puedo andar con mi celular todo el día y no pasa nada”. La percepción de Cristhian sobre la inseguridad en la Ciudad de México es muy diferente al resto de los capitalinos.
La violencia que acecha a Honduras todos los días, desde que amanece hasta que anochece, lo hizo dejar aquel país sin arrepentimiento ni pesar. “Uno no migra porque quiere, porque uno decidió nacer en otro país que está por la patada”, dice.
Eligió México para buscar cumplir sus metas y desairó el famoso sueño americano. A mitad de una jornada laboral en Pixza, un pequeño negocio que hace pizzas de maíz azul con ingredientes mexicanos y en el que trabaja desde hace 11 meses, tiene claro su más grande objetivo: ser actor.
Después de varios intentos para salir de su país, el joven hondureño de 20 años dejó atrás a su madre, quien no sabía que se iría en busca de una vida diferente a la que llevaba, una con oportunidades de sobresalir. Agua y goma de mascar fue lo único que tenía en el estómago mientras recorrió miles de kilómetros durante un mes.
“Fue horrible, no comía todos los días. Los que nos venimos en caravanas es porque buscamos una vida mejor, y si puedo encontrar eso en México, ¿por qué iba a seguir arriesgando mi vida?”, asevera enérgico.
El cansancio y el hambre no fueron obstáculo para detenerse y regresar a su hogar, pues las ganas de vivir lejos de la violencia y las pandillas de las que fue víctima en varias ocasiones, además de la escasez que hay en Honduras, fueron más grandes para querer empezar desde cero.
En la primera caravana
Cristhian llegó a México con la primera caravana migrante que partió de Honduras en 2018 y llegó a la Ciudad Deportiva en la capital del país. Desde que entró a la República lo hizo con documentación; sin embargo, sabía que no podría quedarse mucho tiempo.
“Cuando estaba en Guatemala me dieron el permiso para entrar. Entré legalmente. Aquí empecé mis trámites para ser refugiado y así fue como conocí a Intrare. Fui a una capacitación y se contactaron conmigo para encontrar un trabajo”, narra.
Intrare es una organización que ayuda a personas solicitantes de asilo y refugiados a encontrar trabajo. Buscan que las personas que quieren trabajar tengan los papeles de migración mínimos, pero necesarios para insertarlos en el mundo laboral en México.
La asociación trabajaba con varias empresas, entre ellas Pixza, una cadena de restaurantes que da empleo a personas en vulnerabilidad. En ese lugar pueden trabajar hasta 18 meses; después de ese tiempo los jóvenes se “gradúan”, pues consideran que están listos para encontrar cualquier trabajo.
Cristhian está en sus últimos meses de empleo, pero cuenta que Pixza ha sido su refugio, la ayuda que necesita en lo que termina de tramitar su residencia en México para poder hacer lo que tanto anhela.
Aunque lo que más le pesa es el hecho de no estar con su madre, quien le pregunta cuándo regresará con ella, y le es nostálgico pensar en su cuarto y sus cosas, no titubea y asegura que en cuanto tenga sus papeles en orden, quiere dedicarse de lleno a la actuación: “Se me dificulta mucho pagar la renta, pero ahí vamos. Como dice el dicho: ‘Caerse, pero nunca quedarse ahí, siempre levantarse’”.
Cristhian se siente seguro en el país, piensa que la situación es mucho mejor que en Honduras y le pide a las autoridades mexicanas que dejen ingresar a los migrantes al territorio nacional, pues si no lo hacen, les quitan la oportunidad de luchar por una nueva vida. “Aquí me siento más a salvo, como en casa. Allá siento que si salgo voy a perder [mi propia] vida.