Alma “N” vive en un albergue de Save the Children. Llegó a México acompañada de su mamá y hermano menor debido a que huían de la expareja de su mamá, que se unió a una pandilla que los violentaba y amenazaba con matarlos.

“Vivíamos en Honduras, pero nos salimos porque el papá de mi hermanito se metió con los Maras, ahí empezaron los problemas, amenazaba a mi mamá con matarla o a nosotros, llegamos a México y luego nos secuestraron”, cuenta.

“Nos dijeron que no podíamos migrar sin ayuda de un coyote, tenían pistolas, nos encerraron en una casa por 10 días, decían que eran de un cártel y que me iban a vender a un casino, fue un milagro que nos botaran en un lugar donde había mucho monte, después [otras personas] nos ayudaron a llegar al albergue de Save the Children.

“A mí me gusta estar aquí, pasamos un rato alegre, a mi hermanito le gusta que lo pongan a dibujar, a mí me dan clases, me enseñan a usar la computadora y sueño con ser doctora pediatra cuando crezca, porque me gustan los niños”.

A Abril, por su lado, le agradan las actividades que hacen en los albergues de la organización, le ayudan a olvidar lo malo que vivieron ella y su mamá durante su travesía por la frontera norte del país, con la esperanza de cruzar a Estados Unidos y tener una mejor vida.

Luisa tiene 16 años, vivía en Guatemala, estudiaba la carrera de perito en administración de empresas, le gustaba mucho estudiar, pero la vida le dio un giro el día que asesinaron a su papá. Luego llegaron las amenazas por parte de pandillas criminales y eso la obligó a ella y a su mamá a salir del país.

“Me gustaba mucho estudiar, pero hace seis años mataron a mi papá y desde entonces hemos andado de un lugar a otro por miedo a que nos hagan daño, hace poco nos empezaron a amenazar y mi mamá tomó la decisión de venirnos a México y llegar a Estados Unidos”, relata.

Desde el momento en que salieron de su país, la familia de Luisa comenzó a sufrir por comida, lo último que recuerda antes de ser deportada es que vivían en una casa en Sonora, les dijeron que podían caminar hacia Estados Unidos, pero no lo consiguieron.

“Caminamos y caminamos, nos perdimos, se nos acabó el agua, teníamos calor, nos enlazaron con una llamada de emergencias y fueron a rescatarnos, pensé que nos íbamos a morir, luego nos regresaron a México y desde entonces estoy aquí. Con Save the Children no me siento sola, mis maestras son mis amigas, nos enseñan cosas nuevas, el espacio amigable es muy bonito, yo quisiera seguir estudiando en una escuela, ser doctora o criminóloga”, afirma.

Dilan tiene 13 años, llegó a la frontera sur de México en compañía de sus papás, que salieron de Honduras porque la casa en la que vivían se inundó y perdieron todo. Ahora, mientras espera su resolución de refugio habita un albergue de la organización en Tapachula.

“Estoy feliz de estar acá en México, nunca pensé tener un techo, una cama para dormir, aunque es un albergue me siento seguro, me hace olvidar todo lo malo que pasamos en el camino”, expresa.

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