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La incertidumbre invade los rostros de los trabajadores de la obra del Aeropuerto de Texcoco, cumplen su jornada todos los días con la esperanza de que las autoridades cambien de opinión y pongan de nuevo en marcha el proyecto.

A 100 días del inicio del gobierno federal, la maquinaria de los aviones que atraviesan el terreno de lo que se proyectaba como una de las grandes obras de infraestructura es el único ruido que rompe con la monotonía del paisaje árido en el que los vehículos llegan a cuentagotas; las excavadoras que hace unos meses ensordecían a los trabajadores hoy no se escuchan más.

Desde que se anunció la cancelación del aeropuerto los trabajadores continúan con sus actividades en el desconcierto, nadie les informa sobre su futuro.

¿Hasta cuándo continuarán trabajando? ¿Serán contratados para construir la pista en la Base Aérea de Santa Lucía? Son algunas de las dudas que invaden a los empleados desde octubre pasado, cuando se dio a conocer el resultado de la consulta.

Con la mochila colgando sobre sus hombros, enfundado en su chaleco verde fluorescente, Carlos Sánchez de la Torre comenta que “todo está muy incierto”, puesto que nadie les explica qué pasará con el terreno, por lo que continúan trabajando como si el proyecto para construir el aeropuerto de Texcoco siguiera en pie.

Carlos labora de las 8:30 de la mañana a la 1:30 de la tarde. Al concluir un día más de trabajo en el aeropuerto lamenta la decisión del gobierno de cancelar la obra, puesto que representa una fuente de empleo.

“Nadie piensa en nosotros, todos hablan de cuánto dinero se va a perder, de las inversiones, pero nadie se pone a pensar en quienes trabajamos aquí, que nos vamos a quedar sin nuestra fuente de ingreso”, dice.

Al quitarse el casco y el chaleco, Carlos muestra su playera con el logo impreso del Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (Conalep). Comenta que además de supervisar que todas las cámaras instaladas en el área del aeropuerto funcionen, imparte clases de ingeniería mecánica en esa institución por las tardes.

“Tengo dos trabajos, mi esposa también trabaja y no nos alcanza. No sé qué vamos a hacer cuándo deje mi empleo aquí. Para mí es importante que continué la obra, a ciencia cierta no sabemos qué porcentaje de avance tiene, pero ya está muy adelantada como para que se desperdicie toda la infraestructura. Que los altos mandos tomen una decisión que ojalá sea la más acertada”, expresa.

Para llegar a la zona de construcción, Carlos debe viajar 40 minutos a bordo de su motocicleta desde su casa, ubicada en la colonia San Juan de Aragón, en la alcaldía Gustavo A. Madero. Aunque tiene auto, prefiere la moto por el costo de la caseta de la autopista Peñón-Texcoco.

Mientras enciende su motocicleta y acomoda su mochila, Carlos suelta un largo suspiro antes de decir que confía en que las autoridades cambien de opinión para continuar con la construcción: “Ojalá piensen en todos los empleados, en que a lo mejor los empresarios perdieron dinero, pero nosotros perdimos el sustento para nuestra familia”.

Tras el ruido de la motocicleta de Carlos, que disminuye su intensidad conforme se asienta en el asfalto el polvo que levantaron las llantas, el silencio se vuelve a apoderar de la entrada del campamento del Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México.

Son contados los automóviles que salen de la zona de construcción, el viento ligero que por momentos genera pequeños remolinos al levantar la tierra rojiza no es suficiente para disminuir el calor que genera los 29 grados de temperatura.

Los policías que custodian la entrada a ratos se sientan, mientras que otros van de un lado a otro.

Cuando se acerca un trabajador a la salida, los guardias lo revisan e inspeccionan sus pertenencias con lo que rompen con el tedio impuesto por el silencio.

María Luisa López es una de las trabajadoras que, después de media hora que partió Carlos en su motocicleta, sale del lugar.

Desde hace más de un año y medio María realiza la limpieza en las oficinas del campamento. Cabizbaja comenta que en marzo dejará de trabajar: “Hasta finales de marzo trabajaré, me dijeron que en esa fecha cerrarán las oficinas”.

Con su sueldo de mil 600 pesos a la semana mantiene a sus tres hijos; sin embargo, es un ingreso que próximamente dejará de percibir.

“Nos pasaron a amolar con la cancelación del aeropuerto, fue una mala decisión. Espero que piensen bien las cosas, somos muchas personas que nos vamos a quedar sin trabajo”, dice sin despegar la mirada del suelo.

El zumbido de los autos cuando pasan sobre la carretera genera la percepción de que aquel pedazo de tierra no está tan lejos de la ciudad; al salir un tráiler, un grupo de trabajadores se acerca a la salida, la cual registran con los vigilantes.

Solamente Miguel Ángel accede a platicar sobre la incertidumbre que apremia a los empleados de la construcción del aeropuerto.

“No sabemos nada, no nos dicen qué va a pasar con nosotros, yo soy auxiliar de albañil y nosotros continuamos trabajando normal, mientras nos sigan pagando, nosotros seguiremos trabajando”, dice.

El joven de 22 años toma su bicicleta, cruza la correa de su mochila sobre su espalda y conforme avanza se pierde entre la autopista del municipio mexiquense. El silencio vuelve a caer en la construcción.

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