Marcela Loaiza es una mujer colombiana sobreviviente a la trata de personas que, en su caso, encabeza la mafia Yakuza, la más temida de Japón.
A través de la Fundación Freedom, Marcela relató su experiencia siendo explotada sexualmente, cómo logró sobrevivir durante 18 meses en las peores condiciones que, menciona, puede estar un ser humano, y cómo consiguió salir de ese mundo.
Hasta sus 21 años, en mayo de 1999, Marcela vivía en un barrio popular de Colombia junto con su familia: su madre, trabajadora del hogar; sus dos hermanos, más pequeños que ella, y su hija, de entonces 5 años de edad, delicada de salud por al asma con el que nació. Al divorciarse sus padres, tanto ella como su madre quedaron a cargo de la economía familiar.
Marcela tenía dos trabajos, de lunes a sábado laboraba como cajera y los viernes, sábados y domingos por la noche era bailarina en una discoteca.
"Un día, mientras trabajaba en el antro, un hombre se me acercó y me dijo bailaba muy bien, que quería llevarme a ser una bailarina internacional y que me haría conocer el mundo", contó.
En su momento, Marcela no aceptó la propuesta del hombre, pero la enfermedad de su hija agudizó y el dinero no era el suficiente para pagar los gastos médicos; perdió sus empleos al tener que estar día y noche con su hija hospitalizada, ya que el hospital no le permitía que la menor estuviera a cargo de otro familiar.
Entre gastos familiares y médicos, Marcela adquirió una deuda de 500 dólares, lo que le hizo acceder a trabajar con el hombre que una noche se le acercó a ofrecerle ser bailarina profesional. El hombre atendió la llamada de Marcela, pero le hizo solo una pregunta: ¿por qué decidiste atender mi oferta? a lo que ella respondió "Mi hija enfermó y tengo una deuda de 500 dólares qué pagar".
Ya con el dinero en efectivo proporcionado por el sujeto, Marcela solo escuchó los requisitos para que fuera suyo el nuevo trabajo: no avisarle ni a familiares, ni a amigos que saldría del país. Menciona que el hombre que la contactó le pidió información sobre su familia, sobre su entorno social y si tenía allegados a la mafia o algún negocio turbio. "Yo pensaba que era una entrevista, por eso querían saber todo eso de mí", relató.
En menos de una semana, el sujeto realizó los trámites necesarios para que Marcela pudiera salir del país. Ilusionada, sin dinero, ni ropa mas que la que llevaba puesta, y con un solo aviso a su mamá de que iría a Bogotá, la chica de 21 años salió de su casa para comenzar a vivir una de las experiencias más aterradoras en la vida, comentó.
"No me despedí de mi madre, a mi hija solo le di un beso y salí de mi casa".
La primera escala fue en Bogotá; ya estando en el aeropuerto, el sujeto que la contactó le dijo que iría a Japón, lo que le pareció extraño, pero después de cuestionar a su contacto y de que éste le asegurara que no era un asunto de "trata de blancas" accedió a tomar el vuelo.
"Cuando llegué a Tokio empezó el cambio en mi vida, la ilusión fantasiosa de tener dinero se disolvió cuando dos hombres estaban esperando por mí en la entrada del aeropuerto, ahí supe que algo no estaba bien. En ese instante me llegó un recuerdo de cuando recibí los 500 dólares".
Su compatriota, una mujer colombiana, admiró su belleza y le dijo que le iría muy bien, luego la llevó a una casa, la acostó en una cama en el suelo y cuando despertó comenzó todo.
Termina el sueño y comienza la pesadilla
Con insultos, golpes, amenazas, y una nueva apariencia -pues le pintaron el cabello y la obligaron a usar ropa que no quería-, Marcela trabajó durante 18 meses en las calles, centros nocturnos y hoteles de Tokio bajo el mando de la mafia Yakuza. El protocolo era dejar a las mujeres que trabajaban para la mafia 10 días en un lugar y luego rotarlas, con el fin de que ellas no supieran dónde se encontraban precisamente.
La mafia tenía preferencia por las mujeres latinoamericanas, pero Marcela cuenta que también había de nacionalidades rusa y filipina. "Cuando trabajas en la calle, las mujeres con las que trabajas se convierten en tu familia", comentó.
Guerra entre dos mafias
Mientras Marcela era prostituida en calles de Japón, un día fue testigo de lo inimaginable: la rivalidad de dos grupos que cobraba vidas inocentes.
"La mafia china y la mafia japonesa viven en guerra por el territorio; mientras unos quieren la calle para vender armas y drogas, otros la utilizan para la prostitución, por lo que el método de venganza de la mafia china por no obtener el territorio es matando prostitutas en la calle" cuenta Marcela.
Con motocicletas, bates de aluminio y cadenas, la mafia China llegó hasta el lugar donde se encontraban Marcela y otras dos compañeras, un ruido descomunal anunciaba la llegada de los contarios, mientras atemorizaban a todo aquel que se encontrara en su paso. Marcela y una de las mujeres con las que estaba lograron meterse a un contenedor de basura, pero Gina, una compatriota de Loaiza, fue atrapada por una de las cadenas de lo mafia contraria y golpeada hasta quedar sin vida.
"Yo vi cómo a mi compañera la agarraron de un tobillo con una cadena y cayó, ella gritaba que no la mataran porque tenía dos hijos en Colombia. Cuando la sangre salía de su cuerpo, entraba por un espacio del contenedor de basura y cubría mi rostro".
El espectáculo continúa
Marcela relata que su rostro fue desfigurado, sus costillas estaban rotas y su ilusión por volver a Colombia y reencontrarse con su familia era cada vez más lejana cuando un Yakuza la golpeó hasta dejarla en coma alrededor de dos semanas.
"Tener las costillas rotas es algo doloroso, pero lo peor es estar con las costillas rotas y tener sexo con 10 o 15 hombres al día", relata entre sollozos Marcela.
Cuando logró sobrevivir, Marcela llamó a su madre y le contó lo que estaba pasando, pero la ayuda que esperaba se transformó en reproche cuando su mamá le dijo "Marcela, yo soy una mujer que limpia casas, que limpia pisos, pero ante todo con dignidad. Ella no entendía en lo que yo estaba metida, para ella yo no era una mujer digna".
Un cliente, su esperanza de salir del abismo
Marcela Loaiza cuenta que tenía un cliente que la frecuentaba, no importa a qué sitio la cambiaran, él la seguía y pedía estar con ella, por lo que la originaria de colombia vio en ese cliente una oportunidad de escapar. "Le hacía dibujitos con tal de que me ayudara, le dibujaba una muñequita llorando y el mapa de Colombia con una flechita que decía help [ayuda]".
Al principio dudó de ella, pero al ver la desesperación con la que le pedía que la ayudara, el hombre decidió planear el escape y fue así que después de seis meses de realizar todo una idea de escapatoria, un día, mientras Marcela era prostituida, su aliado le dejó una chamarra y una peluca en un baño de un restaurante McDonald's, ella se puso el atuendo que haría que pasara desapercibida y saliendo de la mano de su único socio en aquel lejano lugar, Marcela salió del restaurante, logrando burlar la seguridad de la mafia Yakuza.
"Corrí hasta que no pude más, llegué con las autoridades y como pude me di a entender para que me ayudaran, cuatro semanas después ya estaba deportada a mi país y, aunque estando en Japón mi sueño era volver a abrazar a mi mamá y a mi hija, al llegar a Colombia yo no podía verlas a la cara y menos quería que me tocaran".
Marcela llegó a Colombia con anemia, delirio de persecusión, desnutrición y demás enfermedades debido a las condiciones en las que la tenían viviendo. Poco a poco retomó la vida junto a su familia, tratando de conseguir trabajo en algún lugar y de sentirse acompañada y protegida por las autoridades de su país; sin embargo, todos le cerraron las oportunidades de tener un nuevo comienzo, pues ni las autoridades ni sus compatriotas atendieron su caso.
"Seis meses después de ir a la Fiscalía para saber cómo iba mi caso, según ellos, yo estaba loca, el propio fiscal estaba señalando en mi cara que nunca me había visto, no sé quién eres; cuando uno ha vivido todo esto y tu país te hace esto, es lo peor. Yo ya no sentía rabia con los tratantes, sino con mi patria".
"Hacer lo correcto en la vida es lo más difícil"
Por lo anterior, al sentir que todas las puertas se le cerraban, tomó la decisión de volver a la prostitución, en modalidad prepago, en su país natal. El dinero ya no era escaso ni las deudas abundaban, pero una experiencia la hizo cambiar su camino.
"Un día fui con unos políticos a un evento y en él había una niña de no más de 16 años, ella se tomó unas pastillas y le dio una sobredosis, los políticos dijeron que tenían que sacarla de allí y tirarla en algún lugar, pero yo les dije que me llevaran con ella a un hospital para que la atendieran porque en ella vi el rostro de mi hija".
Ya recuperada, la adolescente la cuestionó sobre quién era y al entrar en confianza, le confesó que intentó suicidarse al enterarse que su mamá es prostituta, lo que cambió el pensamiento en Marcela, quien dejó de trabajar como sexo servidora al pensar que su hija se sintiera avergonzada de ella.
En el afán de retomar su camino, Marcela comenzó a vender diversos productos por catálogo y de puerta en puerta con los clientes que tenía, por lo que ellos le financiaban el capital y ella se dedicaba a la vendimia, pero el éxito no estaba a su favor y de nuevo las deudas seguían aumentando.
"Vendía libros y nadie me pagaba, vendía perfumes... cosméticos y me quedaban a deber. Yo solo me decía a mí misma 'intento hacer lo correcto y todo me sale mal, ¿por qué?'".
Cansada de todo, Marcela pensó en dirigirse a "El Viaducto", un puente en Bucaramanga, al noreste de Colombia, conocido por ser la opción de muchas personas que deciden suicidarse al aventarse al vacío. No obstante, antes decidió ir a orar a una iglesia cercana a su comunidad y mientras lloraba desconsolada, una monja le preguntó qué le pasaba, Marcela le contó su historia y la religosa la consoló y le brindó atención sicológica, así que, con una mínima esperanza, Marcela comenzó a ir con la especialista, quien al ver que no podía hablar de lo ocurrido le pidió que escribiera sus vivencias.