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Bethel Ocean cambió la pobreza frente al mar en Puerto Príncipe para encaramarse en la colonia Xalpa, en la sierra de Santa Catarina, Iztapalapa, donde sobrevive en medio del abandono gubernamental, sin documentos migratorios, rentando un cuarto con amigos haitianos, soportando la discriminación por no hablar español y las claras muestras de racismo que empiezan a emerger en la Ciudad de México que se presume solidaria y humanitaria.
Pero no está solo, son más de 20 mil caribeños que como él sobreviven en las calles de Iztapalapa, Tláhuac, Milpa Alta y otras alcaldías, donde, a diferencia de los migrantes de otras naciones, no piden dinero en los semáforos y prefieren trabajar como albañiles, jornaleros agrícolas, vendedores ambulantes, ayudantes en comercios, taqueros, meseros, entre otras actividades.
Es la ya no tan pequeña Haití chilanga, donde Bethel encontró refugio ante la negativa de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) de otorgarle algún documento que le permita continuar su periplo hacia Estados Unidos, en la que los migrantes afrocaribeños sobreviven en casas de campaña a temperaturas de hasta dos grados o hacinados en pequeños cuartos, pero también la que está dando otro rostro a la Ciudad de México.
El joven de 25 años, que habla francés y tiene licenciatura en Literatura, llegó hace tres meses de Tapachula y desde hace varias semanas trabaja en una taquería en Coyoacán, lavando platos y limpiando mesas. “Gano un poco de dinero para poder vivir aquí”, dice sonriente en su poco español, mientras cuenta los 150 pesos que le pagaron por ocho horas de trabajo.
En las calles de Iztapalapa ha recibido algunas muestras de solidaridad de vecinos que le regalaron una chamarra, playeras y cobijas usadas, pero también enfrenta el racismo de otros, que cuando pasa les gritan groserías por su color de piel, los acusan de robos o incluso en tiendas como Walmart de Plaza Ermita, donde al realizar compras invariablemente un policía lo sigue por los pasillos.
Wilmer Metelus, presidente del Comité Ciudadano en Defensa de los Naturalizados y Afromexicanos, expone que en la Ciudad de México desde hace nueve meses inició el éxodo masivo de haitianos provenientes de Tapachula, quienes están cruzando el país ante la burocracia y abandono del gobierno y de la Comar que se niegan a tramitar visas humanitarias.
“En la Ciudad de México ya hay alrededor de 20 mil haitianos sobreviviendo en albergues hacinados, sin baños suficientes, sin atención médica, en campamentos en Tláhuac o rentando cuartos en Iztapalapa. Es una vergüenza el trato que les da el gobierno federal y de la Ciudad, que presumen de humanitarios”, dice a EL UNIVERSAL.
Señala que muchos de los haitianos tienen estudios de licenciatura, hablan dos o tres idiomas, y a diferencia de otros migrantes, no optan por pedir dinero, sino que buscan su integración laboral y social.
Indica que el Gobierno capitalino mantiene en el abandono los pocos y hacinados albergues para haitianos, por lo que muchos buscan rentar un cuarto, pero en el proceso viven discriminación porque muchas personas se niegan a rentarles bajo premisas falsas de que les van a robar o invadir sus propiedades.
“Vienen del Caribe, con temperaturas altas y están enfrentando el invierno más frío en la Ciudad de México, sin ropa o cobijas, a la intemperie. Hay pocas muestras de solidaridad y un completo abandono del gobierno federal y capitalino. Hay niños y mujeres enfermos y no se les da servicio de salud y quienes los contratan abusan porque les están pagando la mitad o menos de lo que le pagan a un mexicano”.
En su opinión, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador “se rasga las vestiduras y protesta por lo que ocurre en Texas contra los migrantes mexicanos, pero lo que pasa en nuestro país, en la Ciudad de México, no es diferente en materia de desprecio, de abandono, de discriminación, de negarles el libre tránsito por el país”.
Joseph Toussaint, profesor de 26 años, dejó las aulas en Puerto Príncipe para salir huyendo por la pobreza extrema y se encontró con una pala, tabiques y cemento para trabajar como albañil temporal en una construcción en la peligrosa colonia Quetzalcóatl, en Iztapalapa.
“Trabaja como nadie. Empezamos a las 8 de la mañana y él llega media hora antes. Carga los botes de cemento sin quejarse, es un atleta”, dice Joaquín, maestro de la obra, quien reconoce que se les paga “un poco menos” que a los otros albañiles, pero se niega a decir cuánto.
Joseph combina la albañilería con la venta de ropa interior en el tianguis de los domingos de esta colonia, donde los haitianos se han integrado mediante la renta de cuartos o pequeñas viviendas, trabajando en lo que sea, pero nunca pidiendo ayuda, dando a la capital del país un rostro afrocaribeño.