Más Información
Osiel Cárdenas Guillén, fundador de los Zetas, enfrenta cargos por delincuencia organizada; le dictan auto de formal prisión
Líderes empresariales de México y Canadá alistan reunión con Sheinbaum en enero; previo a investidura de Trump
Sheinbaum reconoce al padre Solalinde tras ser llamado “pollero de Dios” por Garduño; mantendrán relación
Citlalli Hernández exige justicia para María Elena Ríos; solicita a autoridades mantener Vera Carrizal bajo custodia
Salinas Pliego y el peculiar regalo de Navidad que le pidió a Santa Claus; "lo demás me lo puedo comprar yo"
“Cuando fue lo de la influenza en 2009 vi cómo lloraba la gente cuando fallecían sus familiares. Me da harto miedo”, comenta Nacho, bolero que trabaja desde hace 15 años frente al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER).
Cuenta que ha observado cómo en las últimas semanas se incrementó el número de personas que acuden al INER a pedir la prueba del coronavirus, aunque, dice, la mayoría sale liberada del temor de haberse contagiado.
“La semana pasada se calmó el contagio de la influenza y por aquí estaba bien tranquilo, pero hace como cuatro o cinco días había hasta fila para venir a la prueba; hasta me temblaron las piernas”, recuerda.
Nacho tiene 64 años y es parte de la población más vulnerable al coronavirus, según información de la Secretaría de Salud.
Engrasó las ruedas de su caseta de bolero, pues planea retirarla del espacio que ha ocupado desde hace 15 años frente a la entrada de Urgencias del INER hacia otro hospital donde se sienta más seguro, ya que piensa que ahí se puede contagiar.
“Para protegerme eché cloro en la mañana, limpié la silla y cada que termino una boleada me lavo las manos y me pongo gel. Cuando vengan enfermos de a de veras y en la tele digan que sí está el contagio generalizado me voy a mover de aquí.
“Hay científicos muy buenos, yo los veo a diario en sus conferencias de prensa, y me asusta que dicen que a los adultos mayores es a quienes les va a pegar más”, dice.
Durante la mañana se mantiene constante el flujo de personas que acuden al INER, ya sea para consulta o para un diagnóstico.
En un recorrido de EL UNIVERSAL, se observó que al entrar a los pacientes se les entrega un cubrebocas y se les pide frotarse las manos con gel antibacterial.
Todo el personal, desde guardias de seguridad hasta enfermeras, médicos y trabajadores administrativos, usan cubrebocas y algunos llevan guantes. Muchas personas llegaban con síntomas de resfriado preocupadas por estar enfermas de coronavirus.
Por ejemplo, María Montserrat Soto, de 22 años y estudiante de la licenciatura en Negocios Internacionales del IPN, detectó desde hace dos semanas que tenía síntomas de resfriado; sin embargo, acudió al INER cuando comenzó a ver en internet y en las noticias que la crisis estaba empeorando.
“Llevo con gripa como dos semanas. Me alarmé un poquito y pensé que, si tengo la enfermedad, lo mejor que puedo hacer es analizarme. Revisé los síntomas y todos los tenía. Me hicieron un análisis y me dijeron que no es Covid-19, porque me duele la cara y tengo un dolor de cabeza muy fuerte, por lo que puede ser rinosinusitis”, detalla.
En el recorrido también se visitaron farmacias de la zona y se constató que, pese a encontrarse frente al INER, no cuentan con cubrebocas ni gel antibacterial.
Según algunos empleados de mostrador, dichos insumos se agotan inmediatamente.
La señora Maribel González, de 50 años, vende cubrebocas en su puesto de periódicos. Relata que la gente se los pide demasiado y que antes de que iniciara la crisis por el Covid-19 una caja con 100 piezas se le terminaba en tres días, pero que hoy se acaba una al día.
“Ya tenemos nuestro proveedor. Antes la caja salía en 100 pesos, hoy está en 200 pesos, cada uno nos cuesta dos. Nosotros los vendemos en seis, aunque no hemos incrementado el precio. La gente no está preocupada por solucionar, está asustada, y la gente asustada siempre tiende a hacer las cosas con pánico. Lo más difícil ha sido encontrar el gel antibacterial, se terminó muy rápido”, indica.