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Juan —cuyo apellido se omite por seguridad— recibió una llamada un poco inusual una noche, alrededor de las 23:00 horas. La voz de una mujer lo alertó. Entre gritos, le decía: “¡Papá, ayúdame! ¡Me quieren matar!”. Él sólo se limitó a preguntar: “Sí te ayudo, ¿pero quién eres?”
Entonces, la voz de un hombre tomó la bocina y con actitud amenazante se dirigió a él: “Ya oíste, cabrón, tengo aquí a tu hija y si no haces lo que te digo, la voy a matar, te la mandaré en pedacitos”. Juan guardó la calma y preguntó a cuál de sus familiares se refería.
La respuesta, en un tono más amenazante y agresivo, fue: “Ya te dije, no te hagas pendejo, la bajamos hace rato de la camioneta, se la va a llevar la chingada”.
Ante los gritos de su interlocutor, Juan intentó hacer la misma pregunta, pero la contestación fue determinante: “Tengo a tu hija Lupe y ya te dije lo que vamos a hacerle”. Juan sólo preguntó qué quería aquella persona.
Del otro lado de la bocina, le ordenaron: “Escúchame bien, cabrón, y no hagas mamadas. Ahorita, ¿cuánto dinero tienes?”
Juan guardó silencio. Ante los gritos y amenazas, pensó en lo que había escuchado y la respuesta que daría, pero las ofensas no cesaban.
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El hombre del otro lado del auricular le exigía una respuesta. Sin titubeos, Juan indicó: “Ahorita, ahorita, vas y chingas a tu madre, porque está conmigo mi compadre que es comandante y él te va a contestar”.
En ese momento, la otra persna colgó el teléfono. Juan no volvió a recibir esa llamada y minutos después les habló a sus dos hijas, sólo para cerciorarse que estaban bien. No les informó lo ocurrido.
Al recordar esa escena, Juan explicó lo desconcertarte que es recibir una llamada así: “No te dejan reaccionar adecuadamente. Los gritos, las amenazas, no te dejan pensar. Sí me preocupé, pero puse atención a lo que ese estafador decía.
“En mi caso, mencionó algo sobre una camioneta y un nombre, eso me hizo reaccionar diferente, porque nada de eso coincidía, por lo cual pude contestar de esa forma”, recalcó.
Consideró que estas llamadas son preparadas desde algún reclusorio y su método es infligir miedo, ya que nadie espera una conversación de esa índole.
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“Me funcionó poner atención a lo que decía el tipo. No negaré que, en un principio, me desestabilizó, pero traté de mantener la calma y escuchar detenidamente. La gente debe poner atención a los detalles que le dicen para que no les gane el miedo”, recomendó Juan.