En el , la iniciativa Spootligth de la ONU enmarca diversas historias de mujeres que en tiempos de pandemia por el Covid-19 luchan por salir adelante.

Este es el caso de Martha Leyva Reyes, quien heredó de su mamá la receta del chilate, una bebida fría originaria de los pueblos de la , donde crecen los árboles de cacao. Es una mezcla de semillas, de cacao, arroz, canela y azúcar pasadas por un molino de mano.

Esta mujer de 44 años vive al día gracias a la venta de esa bebida en uno de los mercados más populares de Chilpancingo, por eso lo de confinarse no solo no le funciona, sino que le impediría seguir sosteniéndose. “El gobierno nomás nos dice ‘quédate en casa’ , pero no nos dice ‘pasen por un plato de comida diaria’” .

Martha vende en el local que le dejó su mamá, es comerciante informal y no tiene seguro de vida ni seguridad social. Desde su puesto cuenta cómo la pandemia provocada por la Covid-19 le ha obligado a tirar dos cubetas enteras de su elíxir.

Desde muy temprano, prepara cinco cubetas de 19 litros. Por cada una que vende obtiene 350 pesos, pero ahora ha tirado casi el 50% al drenaje. De ese dinero debe guardar para comprar ingredientes con los que hará el chilate del día siguiente.

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“¿Tú crees que no tengo miedo?; pero lamentablemente somos un estado muy pobre, aquí todos trabajamos y vivimos unos de otros”, dice Martha, pero como puede mantiene la sonrisa porque “el chilate siente. Si estás triste o molesto, se corta”.

Trabajo de cajera por las noches

Linda duerme solo una vez a la semana con sus hijos. Desde hace casi cuatro años, pasa parte de sus noches y madrugadas de pie frente a una caja registradora. Vive con su hermano y sus padres. Es una madre soltera que, como otras tantas, trabaja en un supermercado de Ciudad Juárez, Chihuahua , que está abierto las 24 horas. Este es de una empresa de Estados Unidos, país que hace frontera con la ciudad donde habita.

Ella cuenta cómo es trabajar en medio de la emergencia sanitaria que ha frenado a casi todo el mundo. Su horario laboral inicia a las 10 de la noche y finaliza a las 6 de la mañana. Aunque para mucha gente suene horrible, a ella le viene bien. Su rutina, antes de la pandemia, era volver a casa caminando, con alimentos para preparar el desayuno. “Era llegar y levantarlos; asearlos, que se uniformaran, que llevaran todo”. A las 7 am ellos ya estaban en la escuela y ella iniciaba su descanso del trabajo.

Esa rutina le permitía dormir solo 5 horas, pues después de ir por ellos a la escuela, iniciaba otra jornada con actividades como lavar ropa, pagar servicios de la casa, comprar material escolar o limpiar.

Ahora, durante el confinamiento, esa doble jornada de trabajo se ha hecho una tercera, pues debe fungir de maestra para los niños, y siente que los gastos en casa han aumentado. Entre risas menciona: “Ahorita que los niños están en casa, como que… les dan más ganas de comer y a cada rato”.

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Ser cajera es una de las actividades esenciales en medio de la pandemia y a ella le tocó estar al frente: “Sí da temor seguir trabajando, de que uno no sabe si el cliente que llegó trae síntomas, ¿verdá?... o, por ejemplo, trae su dinero en manos y uno no sabe. Sí da temor. Y ¿a quién no le gustaría estar en casa?, pero pos’ con la bendición de Dios yo me voy al trabajo, pidiéndole que no me vaya a enfermar porque soy sustento de mis hijos. Creo que... pues una mamá lo es todo”.

Hago tubos para los respiradores artificiales

Julia, trabaja en una maquiladora, hace los tubos que conectan a los —ahora muy famosos— respiradores: “Hay dos mangueras, una verde y una transparente; trabajamos de 2 metros o de 4. A una se le pone un filtro que es como el conector a la máquina (…) al final ponemos la cánula, que es la parte que va aquí en la nariz”, señala su rostro. Ella no sabe hacia qué países llega su trabajo o cuántas vidas ha salvado, pero le dijeron que la planta de Juárez se encarga principalmente de abastecer a México.

“Me gusta creer que estoy haciendo algo por la vida de otras personas, pero en un punto me da miedo. Mi mamá es asmática y pues… si yo me enfermo y yo la enfermo… no sé si ella va a salir de eso. No sé si podría perdonármelo. ¿Realmente vale la pena estar exponiéndola por el salario mínimo?”.

Ella no descarta la opción de renunciar.

Las cifras 

La tasa de participación de las mujeres en el mercado laboral en México es de 45%, y seis de cada diez mujeres de la población económicamente activa femenina no tienen acceso a trabajos formales, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Inegi.

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La reducción de la actividad económica afecta en primera instancia a las trabajadoras informales que pierden su sustento de vida de forma casi inmediata, sin ninguna red o posibilidad de sustituir el ingreso diario en general.

En el caso del trabajo doméstico, el 99.2% de las trabajadoras del hogar no cuenta con un contrato escrito que especifique sus actividades, duración de la jornada laboral, prestaciones y vacaciones.

Es importante resaltar, que una gran parte del empleo de las mujeres se encuentra en la economía informal, es decir, trabajos que carecen de derechos laborales y protección social, incluida la atención médica, la baja por enfermedad o las prestaciones por desempleo.

kl

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