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En un concierto de música, con drogas, en una tienda de campaña en Miami, una mujer se sentó frente a Adam Auctor con actitud de paciente de consultorio. La mujer de 40 años se sacó del sostén una pequeña bolsa de plástico con cocaína, extrajo unos terroncillos del polvo comprado en Pennsylvania y los puso en la palma de su mano para verterlos en un frasco que Auctor sostenía.
Con una práctica que delataba su experiencia, el analista diluyó el polvo en un pequeño frasco de ensayo, junto con agua y un reactivo. Casi al ritmo de la estruendosa música electrónica, y mientras varios de los asistentes estaban desnudos en una piscina inflable, Auctor agitó el tubo, le introdujo una tira de prueba, similar a las que se usan en los test de embarazo, y, con un tono científico, le informó a la paciente que había dado negativo para fentanilo.
“No sé si he probado fentanilo”, explicó ella, dando por sentado que hay posibilidades de que en el pasado alguien se lo hubiera vendido mezclado con las drogas que regularmente usa. “Ni quiero probarlo”, agregó.
“Muchos amigos míos han muerto de sobredosis sin saber lo que habían consumido”, comentó otro asistente que también sometió a prueba un sobre de cocaína.
El fentanilo es un opioide sintético 100 veces más poderoso que la morfina; produce un efecto relajante que los adictos entrevistados describieron como una sensación de serenidad o euforia que no habían experimentado.
Desde 2011, cuando creó su empresa, Bunk Police, Auctor está haciendo estos exámenes de drogas y vendiendo los equipos por internet.
Los laboratorios en México
Univisión Investiga siguió durante siete meses la violencia que deja a su paso el fentanilo —desde su fabricación en laboratorios improvisados de Sinaloa hasta las calles del pequeño pueblo de Española, en Nuevo México—.
Los productores afirman que cada laboratorio ilegal en Sinaloa produce, en promedio, 20 mil dosis de fentanilo cada semana, sólo para Estados Unidos. El encargado de un laboratorio clandestino accedió a mostrar el proceso a Univisión. Los llaman cocineros.
El jefe de la cocina es un joven con un bigote incipiente y sus ayudantes son dos hombres que no pasan de los 20 años. Los tres se visten trajes de plástico para protegerse y usan máscaras antigases. Dicen que antes operaban en una casa, pero que a uno de sus compañeros “se le pudrieron los pulmones”, por lo que ya preparan el fentanilo en el exterior.
Normalmente, el fentanilo se usa en medicina para aliviar el dolor de pacientes terminales que no responden a otros analgésicos; no obstante, “el problema es que el efecto de relajación o de euforia que puede provocar la dosis es cercano a la que genera un paro respiratorio”, explica a Univision Francisco Hernández Ruiz, jefe del Departamento de Farmacia de la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
De acuerdo con la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés), en 2017 murieron 28 mil 466 personas por sobredosis de opioides, un promedio de más de 70 al día, y alrededor de 50% podría ser por ingerir fentanilo.
“La realidad es que los cárteles mexicanos saben del dinero y las utilidades que hay en el negocio del fentanilo y, como lo hicieron con las metanfetaminas, van a dominar el mercado en Estados Unidos”, afirma la fiscal asistente de San Diego, Sherri Hobson.
Dos cárteles compiten por el mercado del fentanilo: el de Jalisco Nueva Generación (CJNG), que le tomó ventaja inicial al de Sinaloa, que atravesaba por varias crisis de liderazgo y divisiones internas a raíz del arresto de Joaquín El Chapo Guzmán.
René Amarillas, supervisor de la DEA, explica que el CJNG ya tenía experiencia en este tipo de productos: “Eran buenísimos para crear metanfetamina. Ya tenían sus químicos y acceso a los puertos de Manzanillo, de Lázaro Cárdenas, de Veracruz”.
Española, Nuevo México
Rodeado por las rojas montañas de Sangre de Cristo, Española, una hora al norte de Santa Fe en Nuevo México, es el epicentro de una de las epidemias de adicción más grandes del país. El condado Río Arriba, donde está la ciudad, es el segundo con mayor índice de muertes por sobredosis.
Nadie parece saber por qué las drogas se hicieron tan comunes en la región, quizá fue la pobreza, la falta de oportunidades. Lo cierto es que hoy todos ahí conocen a alguien que consume drogas o ha muerto por usarlas.
“Casi cada llamada que respondemos está relacionada con el abuso de drogas”, lamenta Roger Jiménez, jefe de la policía de Española. “Es una epidemia y no tenemos recursos suficientes: sólo hay 28 oficiales”, señala.
Durante más de 20 años, familias enteras en esta región han lidiado con un creciente número de sobredosis. Primero fue heroína, pero ahora el fentanilo ha agravado el panorama.
“Lo que pasa es que alguien consume la misma cantidad [de droga] durante años y luego recibe una dosis de fentanilo, que resulta 10 veces más fuerte de lo acostumbrado”, opina Jiménez.
Antes, de vez en cuando, sus oficiales llevaban naloxona, el antídoto para una sobredosis, pero ahora tienen que utilizarlo a diario.
En Española, las drogas que tradicionalmente llegaban de México, como la heroína, ahora están mezcladas con fentanilo para hacer sus efectos más duraderos, según la policía local. Lo llaman superheroína.
Muchos adictos, según estadísticas del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), sospecharon haberla consumido cuando tuvieron una sobredosis. A diferencia de otras drogas, el fentanilo tiene una ventana entre la crisis y la muerte de apenas cinco minutos, según expertos, por eso la rápida respuesta de la policía es crucial. Margarita Rabin y Daily Camacaro contribuyeron en esta investigación.