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Luego de ser una de las cinco científicas galardonadas a nivel mundial con el Premio L'Oréal-Unesco a la Mujer en la Ciencia 2020, María Esperanza Martínez Romero, reconoce que el camino de las mujeres en la ciencia no ha sido fácil, debido a los roles de género que ellas tienen que sacar adelante en los hogares y, al combinarlos con estudios académicos demandantes de tiempo, no muchas cuentan con el apoyo para trabajar y desarrollarse en este ramo.
“Es muy difícil ser mamá y científica”, reconoce la investigadora y académica de Ciencias Ambientales del Centro de Ciencias Genómicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Por ello, analiza, pese a que en las universidades hay gran participación de las mujeres, en el campo laboral el número de científicas en los laboratorios se ve reducido.
Martínez Romero se siente orgullosa de representar no sólo a México, sino a Latinoamérica, con su trabajo de años de investigación, que es considerado pionero en el uso de bacterias para el desarrollo de vegetación en ecosistemas vulnerables y aumentar la producción agrícola en beneficio de comunidades en pobreza, cuya implementación no es dañina para el medio ambiente.
Su aportación ha sido de trascendencia mundial, justo ahora que el cambio climático amenaza la seguridad alimentaria de las poblaciones en todo el mundo.
¿Cómo fueron sus primeros pasos en la ciencia?
—Al principio no me gustaba la Biología, cuando iba en el CCH [Colegio de Ciencias y Humanidades] me enteré del lanzamiento de una licenciatura novedosa en el Instituto de Investigaciones Biomédicas en la UNAM, lo que me pareció fascinante e inicié la licenciatura en Investigación Biomédica en Ciudad Universitaria.
Después, me fui a Francia a hacer un posdoctorado en el Instituto Nacional para la Investigación Agronómica. A mi regreso, me contrataron en el Centro de Investigación sobre Fijación de Nitrógeno, pero ahora su nombre es el Centro de Ciencias Genómicas, ubicado en Cuernavaca, Morelos.
Conforme a su experiencia, ¿es fácil el camino de una mujer en este rubro?
—Sobre todo en la UNAM hay un gran respeto por las mujeres; yo nunca viví ningún tipo de desprecio o de acoso laboral. En el trabajo se nos trataba como iguales; sin embargo, en el Centro de Ciencias Genómicas menos de un tercio de los investigadores somos mujeres y en puestos de dirección, un cuarto del total lo han ocupado ellas, el resto han sido hombres.
¿Por qué considera que se da esta minoría?
—He observado una constante: a la carrera entran más mujeres que hombres y después terminan siendo más hombres en áreas laborales. Puede ser que la investigación es muy demandante en tiempo y la carrera científica coincide con la edad promedio de la formación de una familia.
¿Considera que estos rezagos culturales y educativos sean los generadores de violencia?
—Esto viene desde la educación de la casa, porque se pensaba que los hombres tenían que sacar estudios y las mujeres se tenían que casar y quedarse en su casa cuidando bebés y lavando los platos. Entonces, aún en la actualidad, en algunos sectores existe esa mentalidad muy arraigada, modelo que se replica en la cultura televisiva.
Al enfrentar estos obstáculos, ¿qué significa para usted ser galardonada como representante de Latinoamérica?
—Me da mucho gusto y es un premio que también es para la UNAM. Yo le agradezco a la Unesco y a L'Oréal, porque hacen que volteen a vernos y que los gobiernos se den cuenta que con lo poquito que nos dan [de recursos] hacemos mucho. La investigación en México es de buena calidad.
Al hablar de pocos recursos, ¿ha visto proyectos frenados por esta falta?
—Sí, hemos padecido la falta de los recursos monetarios. Los gobiernos tienen que hacer un sacrificio y dedicar parte significativa de su ingreso para la salud, la investigación y la educación.
En las selvas tropicales en México, hicimos un trabajo apoyado con recursos internacionales y junto con la FAO [Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura] investigamos en la selva de los Tuxtlas qué pasaba con la diversidad bacteriana: La respuesta fue dramática. Hay selvas que nunca se recuperan en el proceso de restauración de suelo. También se pierde cuando se tala.
Si no se apoyan más, estas investigaciones — de por sí, la predicción a futuro es muy mala— habrá hambruna, pero sufrirán más las poblaciones de los países pobres.
¿Cuál es su lucha, como investigadora, contra los efectos del cambio climático?
—Tenemos niveles de contaminación muy altos. El sueño de los científicos es que los cereales como el maíz, trigo y arroz fijen nitrógeno en asociación con bacterias para mayor desarrollo.
Se tienen buenas bases, pero el objetivo para 2050 es que se produzca comida suficiente para los humanos, pues el crecimiento poblacional es extremo.