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Fluyeron como un río: libres y juntas, pero también enojadas y solidarias.
Indignadas, reclamaron y exigieron: “¡Ni una más!” a la crisis de feminicidios que no cede; al gobierno federal, que no termina con la impunidad; a los hombres que agreden y violentan: “¡Ni una más!”, demandaron, “¡Ni una asesinada más!”
Ayer, las mujeres tomaron las calles e incendiaron la plancha del Zócalo; durante un día, aunque fue sólo uno, pudieron caminar sin miedo.
“Nuestras lágrimas se nos han secado, pero estoy orgullosa de estar aquí con ustedes. Agradezco a quienes mencionan a mi sobrina Aidee para que haya justicia”, dijo Gilberta Mendoza, tía de Aidee Mendoza, alumna del CCH Oriente asesinada en su salón, a la mitad de la clase de matemáticas.
La jornada de conmemoración del Día Internacional de la Mujer reunió a más de 80 mil mujeres, de acuerdo con el gobierno de la Ciudad de México, que caminaron del Monumento a la Revolución al Zócalo capitalino.
La convocatoria fue tan grande que a las 18:11 horas todavía ingresó un último contingente a la Plaza de la Constitución. Eran tantas mujeres que las calles parecían un río de reflejos verdes y morados, colores emblema del movimiento feminista, pero también de la esperanza y el luto.
“Gracias por estar aquí, por su sororidad, y gracias por su empatía en la lucha por la justicia para que todas las niñas tengan la garantía de salir a estudiar. Nadie tiene derecho de arrebatarles sus sueños”, dijo Lorena Gutiérrez, madre de Fátima Quintana, quien el 5 de febrero de 2015 fue secuestrada por tres de sus vecinos, violada, torturada y lapidada.
A una sola voz, le respondieron: “¡No están solas!”, y ese clamor acompañó todo el recorrido.
La indignación y el enojo reinaron, pero también el cariño que se demostraban las extrañas que se apoyaban y también las amigas que se encontraban y se abrazaban entre la muchedumbre.
Porque la violencia que reclamaron en las calles es la que viven a diario en todos los aspectos de su vida cotidiana. Gritaron las víctimas de violencia familiar, las que fueron acosadas por un maestro en la escuela, a las que les pegó su novio, quienes no se sienten seguras de salir a la calle o de tomar el transporte público.
“¡Con falda o pantalón, respétame, cabrón!”, fue una de las consignas más gritadas. “¡La policía no me cuida, me cuidan mis amigas!”, “¡Amiga, hermana! ¡Si te pega, no te ama!”
Al final exigieron su lugar en la plaza política más importante del país. Como el acceso al Zócalo estaba bloqueado por vallas de metal y madera —que quedaron del concierto que se llevó a cabo el día anterior—, las derribaron a patadas y a golpes. Entre varias las abrieron para las demás. Se llamaron “hermanas”.
Ahí expresaron su dolor cuando se terminaba de nombrar a cada mujer recordada desde el templete: Ingrid, Fátima, Aidee…
Hicieron pintas en las paredes del Palacio Nacional, arrojaron cohetones, bombas molotov y también pintura a las policías que intentaban contenerlas y que en varios momentos les respondieron accionando extintores.
En un momento, las manifestantes prendieron una hoguera al centro de la plaza, cantaron y algunas bailaron semidesnudas.
La cantante Vivir Quintana entonó el tema Canción sin miedo, que se ha convertido en uno de los himnos de la protesta contra los feminicidios. Al terminar, exclamó: “Deseo que nunca tengamos que volver a cantar esta canción”. Pero lo harán. Hasta que cese el asesinato diario de 10 mujeres. Cantarán, pero lo harán unidas, indignadas y sin miedo.