Por: Jovany Hurtado García
Muy trillada es la frase con la que Karl Marx inicia El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “Hegel observa en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal acontecen, por así decirlo, dos veces. Olvidó añadir que, una vez, como [gran] tragedia, y la otra, como [lamentable] farsa.” La historia, disciplina que nos narra los pasados, parece hacer un llamado en tiempos recientes. De pronto nos encontramos ante dos sucesos históricos:
Primer suceso: con el asesinato de Álvaro Obregón, quien gracias a la modificación constitucional de 1927 fue elegido nuevamente como Presidente de México, Plutarco Elías Calles tuvo que tomar la decisión entre la democratización o el cacicazgo. Optó por lo segundo, con la imposición de presidentes afines: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez. Al periodo se le conoce como el “Maximato.” En ese tiempo Calles controló el poder y lo hizo a través del que sería el partido dominante los próximos setenta años: Partido Nacional Revolucionario (PNR)- Partido de la Revolución Mexicana (PRM)- Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Segundo suceso: Lázaro Cárdenas llegó a la Presidencia en 1934, y de inmediato expulsó a Calles del país. Modificó al PNR como PRM, el partido asumió un carácter corporativista y se dividió en cuatro sectores: obrero, campesino, popular y militar. Cárdenas impulsó acciones que polarizaron a la sociedad tales como la Expropiación petrolera o la educación socialista. De cara a la sucesión presidencial tuvo que decidir entre seguir con su política a través de Francisco J. Múgica o una postura más moderada con la figura Manuel Ávila Camacho, se definió por la segunda. Entendió el momento histórico que se vivía: las pugnas políticas en el país y la Segunda Guerra Mundial, su decisión consolidó el proyecto de la familia revolucionaria.
Aquellos momentos históricos se topan de golpe con nuestra realidad. Tenemos un presidente con gran poder político. El año próximo cuando se lleven a cabo las elecciones del país, Morena gobernará –junto con sus aliados– 22 estados de la República, lo que equivale al 72% de la población. Hay que sumar la maquinaría construida a través de los programas sociales y la figura presidencial que invade la conversación pública.
Como si fuera poco, hay que tener en cuenta que la oposición se encuentra sin brújula. La discusión entre ellos se centra en cómo será el proceso de elección del candidato. Deberían de estar preocupados por tener, ¡ya!, una o un buen candidato; y por preguntarse sobre la alianza, más el PAN, si sigue siendo viable cargar con un PRI que se desmorona y un PRD casi en extinción. Mientras definen ello, el tiempo lo ganan en Morena, que al día siguiente de su triunfo en el Estado de México se reunieron con el Presidente para definir la sucesión.
Si la realidad sigue así, la elección se definirá cuando el inquilino de Palacio elija a su candidato –sucederá en septiembre y la oposición lo hará en noviembre– y con ello se le dé todo el apoyo del aparato del Estado. El Presidente utilizando los métodos de presión, en las mañaneras y del aparato de justicia, garantizará la unidad en su movimiento. Aplicará la máxima priista: “el que se mueve no sale en la foto”.
Si la suerte ha sido lanzada, ¿qué momento histórico quiere repetir López Obrador? ¿Estabilidad política o un nuevo “Maximato”? Se ha dicho ser admirador de la figura de Cárdenas, y ha mencionado que no repetirá su error al designar a su sucesor. Y no es que quiera radicalizar la política de la llamada “4T”, el presidente Obrador aspira a implantar un Nuevo Maximato –el Obradorato- que sería controlado desde la tranquilidad de su rancho “La chingada”. Hoy el Presidente juega la farsa de la sucesión y se aproxima a la tragedia del poder transexenal.
@Jovanyhg