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Punta Allen, QR.— Beryl trató mal a los pescadores de Punta Allen. En la saliente de tierra del sur de Quintana Roo no hay casas dañadas, escasez de alimentos, ni pérdidas fatales, pero las consecuencias del paso del huracán castigaron a los langosteros días antes de que tocara tierra, pues el agua se revolvió y las trampas para capturar su producto quedaron enterradas, imposibilitando la captura.
“Nos trató mal el mar”, afirma a EL UNIVERSAL Carlos Cahuich, langostero de 55 años que desde los cinco se dedicó a capturar langostas para subsistir.
Conocido como Hijo de Chaac, Carlos forma parte de la Cooperativa de Pescadores Vigia Chico, que cinco días antes de la llegada del ciclón se reunió para definir que no pescaran hasta que haya condiciones, pues con el acercamiento de las ráfagas de aire de este tipo de fenómenos el mar se mueve de manera constante y entierra varios metros las trampas de langosta, lo que impide que los crustáceos entren en ellas.
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“El huracán afecta el mar, que afecta a las trampas porque entierra las trampas en la arena y el producto no entra. En tres meses se recupera el nivel de producción, mientras mi esposa agarra la costura y yo le hago un poco de mecánico, y de ahí sale, pero sale muy poco”, explica.
“Mi papá era un pescador muy famoso, Manuel Cahuich, muy conocido, le decían Chaac. Nos trajo a mis hermanos y a mí desde chicos a Punta Allen, crecimos aquí”, narra el pescador.
Al igual que Carlos, al menos 96 personas que habitan en Punta Allen se dedican a la captura de langostas. Por mes venden de 200 kilos a media tonelada, con un costo de 500 a 600 pesos por pieza. El producto viaja a Cancún, donde es exportado a Estados Unidos, pues es su mayor cliente, pero también llega hasta Europa, Asia y otros lugares del Océano Atlántico.
Aunque el producto de los socios de la Cooperativa Vigia Chico llega a restaurantes de lujo y mercados con precios elevados, los langosteros no reciben la remuneración adecuada, ya que el precio más alto que ofrecen los intermediarios es de mil 200 pesos por cada cola de langosta y 500 por la parte superior.
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La lancha de Carlos Cahuich se llama Tigre, es de color blanco y tiene una franja roja. A su padre Manuel también lo conocían como Tigre por ser un gran pescador y vendedor que supo negociar con los extranjeros y las autoridades del estado para que voltearan a ver a Punta Allen como una potencia económica.
Por este motivo, cuando el pescador se enteró de que Beryl iba en camino a la saliente de tierra, sacó su lancha del agua, la amarró en el campo y se fue con su familia para Tulum, a una casa de concreto que habilitan como refugio familiar ante la llegada de ciclones.
Don Carlos toma una langosta disecada en sus manos para explicar sus partes. Afirma que “es su oficio de toda la vida, el mejor oficio, ser pescador”. Sabe que será difícil recuperarse, pero confía en que podrá resistir.