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1 La historia de autosuperación de Xóchitl es irresistible. De niña vendía gelatinas y su padre priista y alcohólico aterrorizaba a diario a la familia; huyó de su papá y de su pueblo, estudió con tesón y triunfó en los negocios; gobernó tres años una alcaldía y se hizo rica y famosa.
Material de Hollywood —o de los Estudios Churubusco— con que Xóchitl emocionaba a los públicos de la televisión y de sus discretos mítines de aquel entonces.
Había resuelto salir a contar su historia a los medios y ante foros improvisados, en vista del desdén de los jeques de los partidos que forman el frente opositor.
Los había buscado durante un año para pedirles la oportunidad de medir sus fuerzas con el candidato designado por ellos para representar al Frente Amplio por México en los comicios de la Ciudad de México, pero ni el teléfono le contestaban.
Así que ella salió a contar su historia a la gente.
Su plan era volverse la candidata inevitable: las encuestas darían cuenta de su capacidad de encantar a los electores y los jeques tendrían que doblar las rodillas ante la evidencia.
El resultado rebasó las propias expectativas de Xóchitl.
Los jeques encargaron un estudio de marketing y en los grupos de enfoque realizados por el país vino a descubrirse que la panista o priista o perredista más popular era la señora del huipil.
Y eso a pesar de que no es panista ni perredista y menos priista —o probablemente, la prefirieron precisamente porque no lo es—, amén de que es simpatiquísima.
La derecha se puso de fiesta. De pronto y milagrosamente tenía un candidato atractivo.
Guardaron a Lilly Téllez en el cajón de los planes delirantes y la esperanza empezó a aglomerarse alrededor de Xóchitl Gálvez, mientras los propagandistas de la oposición —los comentócratas de los medios comerciales— le encontraban más virtudes que a Nelson Mandela.
Nadie más audaz que José Antonio Crespo, que la bautizó repentinamente de izquierda, “pero de una izquierda más efectiva que la de Morena”, tuiteó.
Y eso que Xóchitl es abiertamente una neoliberal. Una neoliberal progresista, cierto, pero neoliberal al fin y al cabo.
En fin, a tiempos difíciles hipérboles fáciles.
2 Fue entonces que los jeques, que antes no le tomaban las llamadas a Xóchitl, pasaron a revelarse como el principal peso muerto de la campaña de Gálvez Ruiz.
Jeques desprestigiados, sin ideología y menos con un proyecto para el país, si uno descuenta la intención de regresar a ocupar los sillones del poder como un proyecto.
Tres jeques que tomados de la mano han logrado la hazaña de perder en cinco años el gobierno de 23 estados y disminuir la cuenta de los electores de sus respectivos partidos a la mitad.
Hacedores de pigmeos, podría llamárseles con respeto y cariño.
Lo primero que hizo el jeque del PAN para asegurarse de pesarle a Xóchitl fue anunciar que la candidata no formularía su propio proyecto de país, lo recibiría de manos de un señor, de José Ángel Gurría, al que México le debe la transferencia de la deuda de sus billonarios al pueblo raso en el infame Fobaproa del año 1990.
Después, el mismo día en que Xóchitl firmó su solicitud formal para ser candidata, la enviaron a la sede del PRI para abrazar ante la prensa a su jeque. Mejor la hubieran mandado a abrazar una roca de kryptonita. Don Alito Moreno es el político peor considerado de México.
—Diles ahora tú a ellos que no —le recomendó una amiga a Xóchitl por teléfono—. Ahora son ellos los que deben subordinarse a ti. Eres su única posible salvación. Diles que no, Xóchitl.
Xóchitl solo cambió de tema.
—Si ganas la Presidencia (le pregunté en una entrevista de largo liento) tendrás que nombrar a Alito en un puesto importante. ¿Lo nombrarías tu secretario de Gobernación?
Xóchitl parpadeó.
—Para trabajar conmigo se necesitan tres cualidades —dijo por fin—: no ser huevón, no ser pendejo y no ser ratero.
Y soltó una carcajada feliz.
No me reí, porque —lo dicho— es evidente que esos tres jeques son el peso muerto de la campaña de la encantadora Xóchitl.
Para dejar de serlo, Xóchitl tendría que convencer a los electores que de votar por ella no estarían votando para que Alito, Marko y sus secuaces ocupen los escritorios del poder.
¿Podría Xóchitl Gálvez pedirles a los jeques que hicieran pública esa renuncia al tiempo que les pide que pongan a los ejércitos de sus correligionarios al servicio de su campaña?
Mi humilde opinión: imposible.
Claro que Xóchitl podría reírse cada que alguien se lo pregunte, aun si su risa terminara por transparentar que no puede aspirar a ganar la Presidencia sin ellos —y para ellos—.
El otro peso muerto en la campaña de Xóchitl Gálvez es la falta de proyecto manifiesto.
Sí, su historia de autosuperación resulta muy atractiva, pero una elección presidencial es un concurso de simpatía hasta que algún contendiente la vuelve un concurso de proyectos, al enunciar el propio.
Y todo indica que Claudia Sheinbaum eso pretende hacer: desplegar un extenso proyecto de país en el que ha trabajado con su equipo a lo largo de años.
Así que si Xóchitl quiere trascender ese 30% de electores cautivos del frente opositor tendrá que salir del círculo de la autosuperación personal y definir un proyecto de superación colectiva que emocione a 21% de los electores.
Difícil, aunque no imposible, y ojalá lo haga y lo haga pronto.
En México necesitamos transitar de una democracia relajienta a una democracia adulta, donde el elector elige, no entre personas o partidos, sino entre proyectos de país.
**Actualización Xóchilt Gálvez recibió el 3 de septiembre de 2023 la constancia que la acredita como representante del Frente Amplio en las elecciones de 2024 y virtual candidata a la presidencia por PRI, PAN, PRD.