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A diferencia de su paisano, Adán Augusto López Hernández no procede del resentimiento social. Miembro de una familia acomodada de Tabasco, realizó estudios de posgrado en La Sorbona (Derecho Comparado y Ciencias Políticas) y más tarde inició una exitosa y bien remunerada carrera como notario; primero, en la notaria pública de su padre, el abogado Payambé López Falconi, y luego en la suya.
Quienes lo conocen ponderan la suavidad de su trato. Dicen que es conciliador, mesurado, discreto, persuasivo. Que sabe escuchar y dialogar, y que sazona sus conversaciones con una batería de dichos y refranes que aprendió de su padre (quien llegó a coleccionar tantos, que incluso escribió un libro titulado Refranes).
Priista temprano, en 1992 López Hernández fungió como titular de la Junta Local de Conciliación y Arbitraje. Cuentan que desactivó una huelga en una sola sentada y que esto lo catapultó como subsecretario de Gobierno en el sexenio de Manuel Gurría Ordóñez. Ocho años más tarde, echando mano de sus dotes negociadoras, coordinó la campaña a la gubernatura del priista Manuel Andrade.
Sus vínculos con López Obrador vienen de atrás. En 1969, el hermano de Andrés Manuel, José Ramón López Obrador, de apenas 15 años, murió accidentalmente en el interior del negocio de telas de la familia. Había estado jugando con un arma que su padre acababa de comprar, según informó el Diario de Tabasco. Su hermano Andrés Manuel fue testigo de la tragedia.
Desde luego, se desató la maledicencia callejera y vino una investigación. En ese tiempo, el padre de Adán Augusto era subprocurador de Justicia de Tabasco. Cuentan en la entidad que el licenciado Payambé conoció el caso, tuvo simpatía por el adolescente Andrés Manuel y se convirtió en su protector: se dice que brindó a la familia ayuda económica y legal.
Payambé López solía regalarle libros, sobre todo de poesía, a su joven protegido. Para Adán Augusto, varios años menor, Andrés Manuel siempre fue parte de su entorno.
En Tabasco, tierra de pasiones políticas y versiones inciertas, aseguran que ahí comenzó la deuda moral de López Obrador con la familia López Hernández, pero hay otra versión que asegura que el hoy Presidente de México agradeció el gesto acusando a Adán Augusto, en los tiempos en que este fue subsecretario de Gobierno, del supuesto remate de bienes del estado, así como de la venta de reservas territoriales.
López Obrador relataría después que en los tiempos en que iniciaba su movimiento en Tabasco, el único notario que se atrevió a dar fe pública de las ilegalidades cometidas en su contra por quienes detentaban el poder, fue Payambé López Falconi. El abogado, formado bajo la educación garridista, creía firmemente en la necesidad de igualdad y justicia social. Su notaria figuró entre las más solicitadas porque a los necesitados López Falconi no les cobraba honorarios o bien accedía a que le fueran cubiertos en abonos. Sus amigos dicen que Adán Augusto, como notario, practicó también esa forma de la solidaridad.
En 2001, López Hernández renunció al PRI y se afilió al PRD (su padre había firmado las actas fundadoras de este partido en Tabasco). Inició así una carrera basada en el prestigio familiar, y en sus capacidades para el diálogo y la negociación. Contendió por la presidencia municipal de Villahermosa; en 2006 coordinó la campaña de López Obrador en Chiapas, Campeche, Oaxaca, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz y Yucatán; más tarde fue diputado local, diputado federal y senador.
En 2012 se unió a Morena y se convirtió en su dirigente estatal. Más tarde se lanzó por la gubernatura y arrasó en las elecciones de 2018 con una votación histórica: más de 60% de los sufragios.
Durante su gestión le tocó coordinar y administrar la construcción de la controvertida refinería de Dos Bocas (operó la adjudicación de contratos). Entonces mostró una segunda faceta, la de la mano dura, y envió una iniciativa para castigar, hasta con 13 años de cárcel, a quien impidiera la ejecución de obras públicas o privadas.
En agosto de 2021, “a mitad del camino”, el gobierno de López Obrador hacía agua por todos lados. Acababa de perder la mitad de las alcaldías en la Ciudad de México, y en el Congreso no le alcanzaban los peones para empujar sus reformas. La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, no sólo había fracasado: se había vuelto un lastre para el gobierno. No había quién hiciera contrapeso al poder de Ricardo Monreal en el Senado.
El gabinete iniciaba el forcejeo subterráneo de cara a la sucesión. Comenzaba a hablarse en los pasillos de los escándalos de corrupción de algunos colaboradores, entre ellos, el consejero jurídico Julio Scherer.
López Obrador requería de alguien que le ayudara a enderezar el barco: “Una mano dura para contener la hecatombe”. Ese mes, su “amigo, paisano y compañero entrañable” fue anunciado como nuevo secretario de Gobernación.
La actitud del secretario sorprendió a todos. Cuantos habían recibido un portazo por parte de los rijosos y arrogantes colaboradores de López Obrador comenzaron a desfilar frente al escritorio del secretario. En los medios se habló de su apertura y su disposición a dialogar. Se le llamó “el hombre del presidente”. No pocos analistas detectaron que, mientras López Obrador tenía que salir al rescate, una y otra vez, de su corcholata favorita, López Hernández actuaba, resolvía, ejecutaba sin chistar las órdenes de su hermano, por cualquiera de los caminos conocidos: la negociación, la presión, la compra, la oferta de premios e, incluso, la apertura o la reactivación de expedientes judiciales.
“Entonces será a navajazo limpio, para que lo sepa”, le dijo Adán Augusto al líder el PRI, Alejandro Moreno, quien se negaba a apoyar la reforma eléctrica propuesta por el presidente López Obrador. Lo que siguió a está, relatado en una nota de EL UNIVERSAL: amenazas a la familia, exhumación de denuncias, espionaje telefónico ilegal y la posterior exhibición de audios.
En junio pasado, a mitad del pleito con la oposición, López Obrador recibió un nuevo encargo de su amigo y hermano, y se sumó al grupo de aspirantes morenistas cuya vista está fija en Palacio.
En el interior de este edificio comenzaron a verlo como un plan B, con grandes posibilidades de poder modificar el tablero del oficialismo.
Algo ocurrió a partir de entonces, porque las pregonadas virtudes políticas del exsecretario desaparecieron en el arranque catastrófico de su campaña. El negociador por excelencia comenzó a tropezar, a pelear con todo mundo: gobernadores, líderes de oposición, expresidentes, medios de comunicación y periodistas. Tuvo incluso un intercambio con uno de los hermanos del Presidente, así como con el vocero Jesús Ramírez Cuevas.
Saltó de un escándalo a otro por los excesos de su joven y conflictiva coordinadora de campaña, por el derroche de recursos que ésta exhibió, por la forma en que se apoderó de la campaña, desplazando incluso al experimentado César Yáñez, quien de plano saltó del tren en plena marcha.
Es como si el exsecretario hubiera tirado todo a la basura en unas semanas. El resultado está reflejado en varias encuestas que lo muestran muy lejos de los punteros y al mismo nivel, quién lo diría, de Gerardo Fernández Noroña.
Adán Augusto ha pedido que no se crea en estas mediciones. En Palacio Nacional afirman que lo ven muy seguro, como si siempre tuviera un as bajo la manga.
El propio exsecretario suele repetir un refrán que aparece en el libro de su padre, el abogado Payambé: “Desde los tiempos de Adán, unos calientan el horno y otros se comen el pan”.
Sabremos si sí o no en unos días. Para usar una frase de Adán Augusto: el tiempo de Dios lo dirá.