Al PRI le dieron una sopa de su propio chocolate. El partido que dominó al Estado mexicano de manera monopólica desde 1929, cuando se institucionalizó la primera coalición hegemónica, capaz de controlar el territorio con niveles relativamente bajos de violencia, bajo las siglas del Partido Nacional Revolucionario, que se amplió sustancialmente en 1938, cuando se transformó en Partido de la Revolución Mexicana, al acoger bajo su protección —y control— a las organizaciones sindicales y a los campesinos cautivos en las redes clientelistas del sistema ejidal y que, finalmente, cuando se convirtió en Partido Revolucionario Institucional, puso su control territorial, sindical y corporativo al servicio de la industrialización orientada al mercado interno y asumió la protección de los empresarios “nacionalistas” como estrategia para capturar rentas, ha sido arrasado en esta elección por un trasunto suyo: una red de clientelas con aspiraciones corporativas y encabezada por un líder que le logró arrebatar la narrativa que durante décadas le permitió legitimar su dominio, como representación general de la historia y el devenir nacional.

Los contundentes resultados de la elección del domingo dejan al PRI convertido en un partido marginal frente al ganador, que logra una mayoría solo equiparable a la de los últimos tiempos de su hegemonía. Con 42 diputados y 14 senadores, la relevancia legislativa del otrora partido único puede ser ínfima, sobre todo si se toma en cuenta que la coalición ganadora tendrá una mayoría holgada para aprobar las leyes ordinarias y los presupuestos. En esas condiciones, ni siquiera le quedará el papel de bisagra útil para completar mayorías a favor o en contra del ejecutivo en el Congreso.

Sin ningún triunfo en los gobiernos locales que se eligieron en esta jornada, los doce gobernadores priístas restantes se van a ver seriamente limitados, pues casi todos perdieron sus mayorías legislativas. Claro que la inveterada costumbre de comprar a los diputados opositores —cuando no ocurre que desde el origen prácticamente todas las dirigencias partidistas están en la nómina gubernamental y no son más que simuladores a sueldo del preboste local— les puede dar margen de maniobra para seguir ejerciendo sus cacicazgos institucionalizados sin contrapesos; pero la reducción a su mínima expresión del aparato nacional del partido, como consecuencia de la pérdida de cientos millones de pesos del financiamiento público, y la falta de mecanismos de disciplina una vez perdida la presidencia de la República, hará que el priísmo de esos gobernadores, cuando se conserve, sea meramente nominal y los convertirá en agentes libres, preocupados por encontrar espacio en la coalición triunfadora con tal de salvar su carrera política.

Así, dieciocho años después de su primera salida de la Presidencia de la República, por fin ha quedado desarticulada la maquinaria extractora de rentas que controló al país durante casi un siglo. Esto no quiere decir que los políticos priístas pasen a retiro ni que las maneras tradicionales de hacer política, basadas en el control de clientelas y la venta de protecciones particulares, desaparezcan. No me cabe duda de que los modos y las mañas del PRI sobrevivirán a este cataclismo electoral. Es más: hasta ahora no se ha oído una palabra del candidato presidencial triunfador que indique su disposición a desmantelar las instituciones corporativas del Estado mexicano, que los presidentes del PAN dejaron intactas y que siguen siendo la base del control estatal de las organizaciones laborales. Mientras la política mexicana siga siendo corporativa, clientelista y basada en la venta de protecciones particulares, el régimen del PRI seguirá con vida, aunque su envoltura cambie de nombre.

Por fortuna, uno de los motores de la sacudida ha sido la emergencia de una nueva política, la encarnada por la ciudadanía libre que marcó la diferencia electoral. Aunque queden rescoldos del PRI y en Morena se aniden redes de clientelas, el resultado no fue producto tanto de la competencia por el voto de reciprocidad como de la decisión de votantes libres en ejercicio de su voluntad crítica. El cambio de régimen no será de la noche a la mañana, sino resultado del control del poder ejercido a través del voto y de la voz de la sociedad.

Analista político

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