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Hay una anécdota que se cuenta de manera recurrente cuando se habla de Ismael Zambada García, alias El Mayo, El Quinto Mes o El Señor del Sombrero. No importa dónde se escuche, sea en Sinaloa, Durango, Nayarit o Chihuahua, en todos los sitios he oído a alguien decir que es verdadera y que conoce a otra persona más que la vivió.
La historia dice así: llegó Zambada a un restaurante acompañado de gente armada, cerraron las puertas, recogieron los teléfonos, el capo comió en un privado, se retiró, abrieron las puertas y, más tarde, la gente armada les dijo a los comensales: “Amigos, no se preocupen, las cuentas están pagadas. Disculpen las molestias”.
La historia es, por obvias razones, una fantasía. Sin embargo, es parte del mito que rodea al narcotraficante sinaloense; tal vez, el último gran capo mexicano. Un criminal que no había sido capturado y del que se tienen las mismas fotos de siempre, hasta ahora. Un hombre nacido a mediados del siglo pasado que se ha ido adaptando a su tiempo: por un lado, negociador dentro del crimen organizado y la política; por otro, un generador de violencia extrema, autor de un número indeterminado de asesinatos y desaparecidos. Al final, adoptó las mismas estrategias sangrientas de sus rivales y, por supuesto, lastimó a miles de familias.
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Su captura o entrega en Estados Unidos, junto a Joaquín Guzmán López, hijo de Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, es ya un gran triunfo para Washington, victoria que sucede durante un proceso electoral sumamente competido.
Habían pasado semanas, tal vez meses, con una creciente presión de Estados Unidos y del gobierno mexicano sobre Zambada García. Se le ubicó como un importante productor de fentanilo, se aseguró que estaba cada vez más enfermo y los operativos, las detenciones y confiscaciones iban en aumento.
Se pudo haber dicho que era cuestión de tiempo para que lo detuvieran, pero esta máxima no aplicaba para El Mayo. Nunca había sido encarcelado, según han dicho autoridades estadounidenses.
El gobierno estadounidense ha hilvanado fino la red de financiamiento del capo, donde se incluye a sus operadores cercanos, sus parejas sentimentales y, por supuesto, a sus hijos. En 2007, el Departamento del Tesoro ubicó como lavadora de dinero a una empresa ícono de la familia: Nueva Industria de Ganaderos de Culiacán, S.A. de C.V. Ese era su nombre formal, pero en realidad era conocida por su sello comercial: Lechería Santa Mónica.
En esos tiempos, la lechería no tenía competidores. Se anunciaba en los periódicos, en la televisión y organizaba concursos infantiles; sus botargas se veían en los centros comerciales y sus refrigeradores inundaban las tiendas de barrio.
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Estados Unidos presionó tanto que hoy en día queda menos que nada de ese imperio lechero. También es verdad que la comercializadora de lácteos terminó siendo solamente un eslabón más en la enorme cadena de lavado de dinero de la familia Zambada.
Nadie lo puede comprobar por su enorme cantidad de testaferros, pero en Sinaloa no es inusual escuchar las nuevas tierras compradas por El Mayo o los bares, restaurantes, tiendas de ropa y centros de diversiones operados por gente de alias El Quinto Mes.
El Mayo Zambada ha sido, desde muy joven, un operador del crimen organizado; sin embargo, el Ejército Mexicano lo ubica como líder en una tercera generación, de acuerdo con documentos de inteligencia revisados para este trabajo. Enlista en los años 70 al pionero Cártel de Guadalajara, con Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo y Juan José Quintero Payán; en los 80, a Héctor El Güero Palma y a El Chapo Guzmán, y en los 90 a Zambada García, Arturo Beltrán Leyva, Ignacio Coronel y Juan José Esparragoza Moreno, alias El Azul.
La captura de El Mayo Zambada es, en estos momentos, un gran enigma ante la poca información existente, pero también es una enorme fuente de información que puede llevar a juicio a políticos, generales y empresarios… claro, si El Mayo decide hacerlo.