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A tres siglos de existencia, el flamenco no deja de evolucionar. Esta expresión artística que surge en Andalucía por el cruce de diferentes culturas (árabe, judío y gitano) se ha diversificado en técnicas en música, cante y baile, y en este último se integra como un instrumento más con las palmas, los silencios y el zapateado.
“El flamenco es un arte local de nacimiento, pero de vocación global. Cualquiera que lo estudia puede aportar. Hay guitarristas y bailadores de todo el mundo que si aprenden y desarrollan la habilidad lo pueden hacer. No hay que nacer en Jerez para bailarlo”, comenta el periodista Manuel Moraga, conductor del programa Tiempo de Flamenco, una producción de la Radio Nacional de España.
Su presencia en nuestro país
En México la presencia del arte flamenco, aunque es de nicho, despierta la curiosidad de profesionales y aficionados para estudiarlo y practicarlo. “Su historia en México data de finales del siglo XIX”, señala la bailaora Maleni Romero, quien recientemente publicó su tesis de Estudios Latinoamericanos enfocada en el tema del flamenco en la Ciudad de México.
“A inicios del siglo XX el flamenco era más que un tablao en un rincón, era espectáculos enormes de compañías importantes, como Pastora Imperio, La Argentinita o dentro de las danzas españolas que incluían al flamenco, además de Carmen Amaya”, explica Maleni, hija de españoles radicados en México.
Con la llegada de exiliados al país a finales de los 30, durante la época franquista, este arte sureño español se afianzó aún más.
Republicanos o no, migraron. Muchos de ellos se dedicaron al flamenco en el cante, baile o guitarra, encontraron un terreno en donde ya existía esta expresión y había una afición por la compañías de danza, hallaron a su público a kilómetros de casa. No tenían grandes compañías, pero traían grandes conocimientos. Había un público que los contrataba, tanto español como mexicano, que era mayoritario, empresarios locales que abrían tablaos.
Lo contemporáneo y lo mainstream
Para la década de los 70, a diferencia de España, arriba de los tablaos se representaban danzas clásicas catalanas, asturianas, era un público que buscaba “lo español”. En los 90, poco a poco se enfocó en el baile flamenco, “porque el público exiliado se hizo mayor y las nuevas generaciones se identificaban más con la expresión y la intensidad del flamenco”, explica la también docente de flamenco, Maleni Romero.
Tal vez quien lo popularizó en el siglo XXI “fue el cordobés Joaquín Cortés, aunque en lo contemporáneo hay muchas figuras que destacan, él como bailaor hace 15 años empezó a presentarse en los teatros de Nueva York y Londres llegando a mucha gente, a un público más masivo”, interviene Selene González, fundadora de la escuela Hojas de Té, quien menciona como una gran difusora de esta disciplina a Sara Baras, “quien ha llenado teatros importantes en el mundo. En México se ha presentado en el Palacio de Bellas Artes. Otro caso es Eva La Hierbabuena, reconocida entre los grandes públicos”.
En cuanto al cante, “Miguel Poveda ha popularizado el flamenco, además de Diego El Cigala, desde que lanzó el álbum Lágrimas Negras (2002), un material que hizo que Diego llenara el Auditorio Nacional. Además de Nina Pastori, son los encargados de romper con el público de nicho”, comparte Selene.
La afición y lo atemporal
A diferencia de otros bailes como el ballet clásico, el flamenco puede ser practicado a cualquier edad. “Hay niveles. Desde quien busca ser profesional y lo decide a los 10 u ocho años de edad, o bien hay quien va a clase de flamenco como va a una clase de aerobics. Se inscribe, pero tiene muy claro que nunca será artista y sólo le gusta”, comenta Manuel Moraga.
Si quieres ser profesional, mínimo se requieren cinco años para obtener la técnica, y después más tiempo para poder soltarte y contar algo. En el flamenco la edad es algo que envidian, porque entre más años, más sabiduría. La técnica la pierdes, pero hay otras cosas, dice.