Mientras el juez Brian Cogan leía “culpable” por cada uno de los cinco delitos que se le imputaban en el tribunal, Genaro García Luna escuchaba de pie... sin escuchar realmente. Se veía serio, con el rostro enrojecido. Estaba en shock, conmocionado igual que su familia.

Linda Cristina Pereyra y Luna y Genaro, hijos de ambos, oyeron el veredicto en silencio, con sus cabezas inclinadas la una sobre la otra, pero sin una lágrima o lamento. Quien fuera el poderoso jefe de seguridad del país entre 2006 y 2012 se convirtió en un criminal convicto.

El hombre que rechazó llegar a un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos a cambio de una sentencia reducida, el que alegó que nadie podría fiarse de los testimonios de exnarcotraficantes convertidos en testigos colaboradores de la justicia vio su futuro desplomarse tras la decisión de 12 jurados que consideraron confiables, “más allá de toda duda razonable”, los dichos de criminales que repitieron, una y otra vez, con más o menos detalles, cómo García Luna colaboró con el Cártel de Sinaloa; recibió sobornos y puso a disposición de la organización puestos y operativos; cómo le ayudó a traficar toneladas de cocaína.

Para el jurado, todo eso es verdad y García Luna deberá pagar por ello. El abogado César de Castro, también en shock, pidió tiempo para hablar con su cliente y ver qué sigue en el futuro del exfuncionario mexicano de más alto rango que es juzgado en un tribunal estadounidense.

García Luna confiaba en que el jurado no lo declararía culpable sin evidencias físicas, sin documentos. Decepción fue la palabra que César de Castro repitió cuando se le preguntó su reacción ante el veredicto. Y el colofón: “Seguiremos luchando por limpiar su nombre”.

...Un nombre que quedó por los suelos a lo largo de casi un mes de juicio, con 26 testigos de la fiscalía, contra uno solo de la defensa que convirtió cada día, de lunes a jueves en la Corte del Distrito Este de Nueva York en el capítulo de una novela dramática, a veces de terror, en la que García Luna —en ocasiones sonriente, otras analítico, siempre con un “te amo” para su fiel escudera, Linda Cristina— vio repasada su vida y obra desde el punto de vista de quienes afirmaron ser sus jefes y socios reales.

El de García Luna, el verdadero juicio del siglo por el retrato que hizo de cómo funcionan las cosas en México, no fue un juicio típico. El juez Brian Cogan lo dejó en claro antes de que empezaran los testimonios. Y los aspirantes a jurados fueron cuestionados específicamente sobre si podrían basar su veredicto en eso, testimonios. Como en toda serie de narcos, no faltaron los señalamientos de maletas llenas de dinero de sobornos para entregar al protector, al Socio, al Metralla o Tartamudo como, según los narcos, se conocía a García Luna en el bajo mundo.

También hubo capítulos de acción dedicados a narrar la guerra entre cárteles, un secuestro de García Luna para explicar al “jefe”, Arturo Beltrán Leyva, en qué bando estaba, si del suyo o en el de Joaquín Guzmán, El Chapo, líder del Cártel de Sinaloa.

Édgar Veytia, exfiscal de Nayarit, protagonizó el capítulo del “valor y cinismo”, y no tuvo reparo en hablar de cómo se aliaron con Los Beltrán Leyva y cómo eso los enfrentó con García Luna.

El de García Luna fue un juicio-serie en el que participó la crema y nata del mundo del narco: de Sergio Villarreal, alias El Grande, a Jesús El Rey Zambada, quienes pintaron un México más corrupto y violento que cualquier drama de televisión.

Leído el veredicto, el silencio se hizo en la sala del tribunal. Esta vez no hubo besos lanzados ni te amos. García Luna salió escoltado, sin entender aún lo que acababa de pasar.

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