Para Emilio Rabasa Gamboa, miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, la masacre del 2 de octubre de 1968 es un hecho histórico y un parteaguas que marca el inicio del fin del Estado autoritario en México.
Al cumplirse hoy 53 años de la tragedia, cuyo número de muertos aún se desconoce, el también integrante del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) considera, en entrevista con EL UNIVERSAL, que este hecho marcó el comienzo de una nueva estructura política y de un nuevo Estado democrático que hoy estamos viviendo, “a pesar de todas sus deficiencias y de las nuevas amenazas que está padeciendo”.
Usted participó en las manifestaciones de este movimiento. ¿Qué lo motivó?
—Entraba a la Facultad de Derecho de la UNAM en el 68, había terminado mis estudios de preparatoria, ingresaba a la UNAM y para mí fue un despertar político. Acudí a varias de ellas, entre otras recuerdo las que terminaron en el Zócalo, la famosa Manifestación del Silencio, aun cuando no estuve en el mitin del 2 de octubre de Tlatelolco y... bueno, eran manifestaciones imponentes en su número y en su protesta.
¿Por qué afirma que el 2 de octubre marca el inicio del fin del Estado autoritario?
—Por varias razones: en ese momento yo creo que no nos dimos cuenta del alcance que hubo en esa masacre, esa represión de la cual, en esos momentos, pues evidentemente no se podía tener la distancia suficiente para entender cuál sería el impacto histórico de ese suceso, pero conforme fue pasando el tiempo, empezamos a tener mayor claridad en el horizonte histórico y ver que se había tratado de un hito.
Más o menos así lo calificó nuestro premio Nobel, Octavio Paz, como un parteaguas en la historia de México, un antes y un después. Y tan es así que el mismo régimen lo reconoció tan sólo 10 años después, cuando un hombre lúcido, un liberal como Jesús Reyes Heroles lanza la iniciativa de la reforma electoral que inicia el proceso de democratización con seis reformas electorales a partir de 1977.
Entonces el 2 de octubre de 1968 marca un antes y un después, un parteaguas, un hito, un comienzo de una nueva estructura política y de un nuevo Estado, el Estado democrático que hoy estamos viviendo, a pesar de todas sus deficiencias y de las nuevas amenazas que está padeciendo.
¿No se puede entender el 2021 sin el 68?
—Definitivamente no. Cada uno de estas cuatro estructuras que estudio y que trate de presentar en este libro ha estado precedida de movimientos violentos y no se explican sino en función de ellos.
Movimientos que han representado su derrumbe, su deconstrucción y la construcción de los nuevos, y cuando llegamos al último, la pregunta es: “¿Y qué produjo la deconstrucción del Estado populista del sistema del partido hegemónico? Y lo que lo provocó fue el 2 de octubre”. Entonces llevo más allá la pregunta: “¿Fue el choque entre qué? Fue el choque entre un sistema profundamente autoritario que había llegado a su cenit en la figura de Gustavo Díaz Ordaz por un lado; y por otro lado, una juventud crítica que había nacido precisamente cuando se crea en 1929 el Partido Nacional Revolucionario y se había educado en las universidades una masa crítica, una masa entrenada a pensar en la crítica propia de la ciencia, de la técnica y esas dos fuerzas, la fuerza de la autoridad casi absoluta y la fuerza de la juventud crítica, disidente, fueron creciendo en paralelo, durante varios años.
Era inevitable llegar a un punto en el que se encontraran y chocaran. Eso además en un contexto internacional como el que se estaba viviendo. Hay que recordar que el 68 estuvo antecedido por las revueltas juveniles en París, en Francia, en Estados Unidos, de toda esta nueva cultura de la inconformidad de los jóvenes.
¿Considera que hay una deuda del Estado mexicano respecto al 68?
—Sí. Yo creo que todavía no hemos sabido valorar todo lo que significó para el México que hoy estamos viviendo. No fue ciertamente una mera revuelta estudiantil como se le quiso proyectar y presentar, no fue una mera inconformidad de estudiantes que nació con un conflicto en una preparatoria, fue algo mucho más. Fue ya un descontento, una especie de camisa de fuerza que se estaba imponiendo en una sociedad que había cambiado.
Hay voces que consideran que se debe superar el 2 de octubre, que ya pasó más de medio siglo. ¿Sigue vigente la consigna “2 de octubre no se olvida”?
—Por supuesto que sí, estos hitos históricos siguen vigentes mientras tengamos, por supuesto, conciencia histórica. ¿Acaso se olvidó lo que sucedió en 1910 cuando Francisco I. Madero levantó a un país entero contra una dictadura? Pues claro que no.
¿Acaso se ha olvidado o se puede olvidar lo que esos jóvenes lograron al salir a las calles y reclamar lo que la Constitución les otorgaba? Por supuesto que no, no se debe olvidar. El recuerdo del 68 y el 2 de octubre tiene esa misma magnitud que estos otros eventos históricos he mencionado, porque dieron pie a que terminara un México que ya no podía pervivir y [que así] naciera un nuevo México.
Y eso es lo que nosotros debemos recordar hoy y creo que es muy importante.
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