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“No sabes qué pasa, no te das cuenta de qué es lo que te sucede. Sientes que nadie te escucha, que nadie te entiende”. Guadalupe vivió más de tres décadas con estos síntomas y sin un diagnóstico. La depresión llegó a su vida desde la infancia y a los 19 buscó atención sicológica. Por varios años su vida, tanto personal como laboral, estuvo estancada. Hoy el trabajo todavía es un reto. La depresión a veces acaba con sus fuerzas y ni siquiera la deja salir a la calle.
Cada año, en promedio, se diagnostica a 100 mil mexicanos con este padecimiento, pero lo que algunos podrían catalogar como simple tristeza o agotamiento, en México podría provocar un impacto en la economía. “Conforme vayan en aumento estos trastornos en un segmento de la población económicamente activo, como es el caso de los jóvenes, la productividad económica se reducirá, y eso se traduce en pérdidas laborales”, asegura Gerardo Méndez, especialista en siquiatría.
Los mexicanos de entre 25 y 44 años, un segmento que representa la mitad de la fuerza laboral del país según los últimos datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), son la cuarta población más afectada. Desde 2015, año en el que tuvo el mayor repunte, el número de casos se estancó: 87 de cada 100 mil mexicanos en esta edad fueron atendidos, cada año, en promedio, por depresión.
Infografías: DANIEL RAZO. EL UNIVERSAL
Las cifras muestran la falta de atención real en esta enfermedad y que, a pesar de ser un padecimiento que afecta directamente la productividad de los trabajadores, no se cuenta con programas fijos para la salud mental en los presupuestos, explica Judith Méndez, investigadora de Salud y Finanzas Públicas en el Centro de Investigación Económica Presupuestaria (CIEP). “El riesgo es que este padecimiento es de dos caras: aunque tienes una sociedad enferma, no nos damos cuenta, porque al mismo tiempo sigue siendo funcional”, asegura Méndez.
Desde 2006, centros como el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRF) han hecho hincapié en las consecuencias que esta enfermedad puede tener en la vida laboral del país. La Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica (ENEP) publicada en 2007 reveló que, en promedio, se pierden 25 días de trabajo por causa de la depresión, cuatro veces más que por enfermedades crónicas.
“Está comprobado que la gente pierde más días de trabajo por la depresión que por los síntomas de un dolor crónico”, dice Shoshana Berenzon Gorn, especialista del INPRF.
Esta descripción retrata las mañanas de Guadalupe. A veces la depresión la tumba en la cama, y a esto se le suma la fibromialgia —dolor muscular crónico— que padece y que la hace sentir como si tuviera un gran resfriado y una pesadez extrema en el cuerpo. Cuando estos factores se juntan, la joven termina por faltar al trabajo o comienza sus labores cerca de mediodía.
Enfermedades mentales son un lujo
Tener depresión sale caro. Esta frase sintetiza los recibos que Guadalupe tira cada mes. “Vivo al día. Aproximadamente 60% de mi sueldo lo invierto en medicinas y terapia. Cada mes compro dos medicamentos que me salen en mil 600 pesos cada uno”, cuenta. El precio de las consultas varía, pero lo mínimo son 500 pesos cada semana. Y cuando el dinero falta, no queda otra opción que interrumpir el tratamiento y soportar por unos días, o semanas, síntomas más agresivos que incluso la llevan a pensar en el suicidio.
Especialistas aseguran que es justamente en el sector público de salud en donde radica este problema. En varios centros de salud es común encontrar desabasto de medicinas, interrupción de tratamiento y falta de especialistas, asegura Méndez. Esto toma más relevancia al saber que cuatro de cada 10 pacientes con depresión se atienden en dependencias de la Secretaría de Salud.
Desde los 19 años, más de una década después de que empezó a tener los primeros síntomas, Guadalupe buscó ayuda de especialistas. Visitó a cuatro sicólogos y ninguno le ayudaba a comprender qué era lo que padecía. “Me ponían a dibujar figuras humanas y lo que necesitaba era hablar, sentir que alguien me escuchaba”, narra. Aunque no sentía los cambios en su estado de ánimo y pagar cada una de las consultas era un reto, en ese momento se convirtió en su única salida.
Conseguir un trabajo como niñera fue la única manera en la que Guadalupe pudo empezar a costear su enfermedad. El siguiente desafío con el que se enfrentó fue mantener un empleo por más de seis meses. Sus síntomas no disminuían y ella seguía sin tener claro su diagnóstico.
En 2010 llegó al INPRF. Ahí comenzó un tratamiento siquiátrico y empezó a entender que no tenía por qué pelearse con la vida, pero esto también trajo problemas en su situación laboral. En su nuevo empleo le renovaban su contrato cada seis meses y las terapias y consultas eran más constantes. A pesar de que siempre mostraba su carnet del instituto para justificar sus faltas, en uno de los periodos de renovación simplemente le comunicaron que ya no podían tenerla en el equipo.
México es el segundo país de América Latina con más estigmas en lo referente a la salud mental y esto se traduce en todos los ámbitos (laboral, económico y social), afirma Méndez Alonso. “No sólo es la discriminación que sufren los que viven con estos padecimientos, sino que pareciera que hay un desinterés general por el tema”, dice.
Pocos siquiatras, más depresión
En México sólo hay 46 hospitales siquiátricos y tres siquiatras por cada 100 mil habitantes, cuando debería haber por lo menos cinco, de acuerdo con estándares internacionales. Esto hace que únicamente uno de cada cinco pacientes reciba ayuda profesional, de acuerdo con los datos del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la UNAM. Esa es la realidad a la que se enfrentan los pacientes que buscan ayuda especializada.
La mayoría de los mexicanos que tienen depresión tardan hasta 14 años en llegar a tratamiento, si a esto se le suma que no encuentran la ayuda adecuada, la enfermedad se convierte en algo muy difícil de tratar, sobre todo en los servicios públicos que no tienen especialistas, explica Shoshana Berenzon.
Se calcula que en el país existen cuatro mil 393 siquiatras, de los cuales 60% se concentra en las tres principales ciudades, según el departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la UNAM: Ciudad de México, Nuevo León y Jalisco; esto deja a las zonas rurales sin una oferta real de atención. Además, cada año se abren menos de 100 plazas para la formación siquiátrica en México, señala Méndez Alonso.
Al final, la falta de especialistas puede generar que la depresión aumente en el país, asegura Gina Chapa, siquiatra: “No sólo hay un estigma ante la enfermedad, sino también en su tratamiento. Muchos de los médicos no están familiarizados con los medicamentos y creen que pueden generar una adicción, pero no es así”.
Tratar la depresión se ha hecho una necesidad. Desde hace tres años, Guadalupe ha visto cómo los pasillos del instituto están cada vez más llenos y cree que para muchos, igual que para ella, es como sentirse en casa.