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Si hace dos meses, alguien me hubiese dicho que iba a llegar el día en que tendría que escribir sobre el Bosque de Chapultepec vacío, no le habría creído. Lo habría cuestionado, me habría reído, le habría dicho que eso no puede ser cierto, que para un Chapultepec en domingo solo hay dos afluencias posibles: lleno y "hasta la madre".
Pero pasó: es domingo, la tarde está soleada, hace mucho calor y Chapultepec está vacío.
"¿Qué vas a llevar, amigo?, ¿Qué te ofrezco?, ¿Algo que le guste, algo que le agrade? ¿Un tatuaje temporal?, ¡Acérquese!", gritan los pocos comerciantes que se animaron a salir a vender, a los casi inexistentes paseantes.
Don Salomón López, de 56 años de edad, fue el único comerciante que se colocó este domingo en la salida del metro, la que conduce directo al Bosque. Lo hizo porque su producto -dulces, cigarros, cacahuates- no es perecedero y porque trasladarse le cuesta 10 pesos ida y 10 de vuelta.
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Entiende a sus compañeros de oficio porque a las señoras que venden tortas y, a quienes ofrecen fruta, la semana pasada les fue muy mal. Se les quedó la mercancía y tuvieron pérdidas. Les salía más caro ir a trabajar que quedarse en casa e ingeniárselas para sostener a sus familias.
"El día ha estado muy tranquilo. Hay muy poca venta, casi gente no hay. Una que otra gente nada más. Cómo mis compañeros vieron que ya bajó la venta , que no pasa gente y que cada día está peor, mejor no vinieron. Estoy acá porque es lo único que tengo, con que vaya yo sacando para comer", reflexiona.
Para muchos de los habitantes de la Ciudad de México , el Bosque de Chapultepec es sinónimo de ruido, algarabía y gente; de turistas, de domingos familiares, de vendedores ruidosos y payasos callejeros, de enamorados romanceando en las lanchitas del lago, de paseos escolares, de fruta picada con chile y limón, de color y mucha vida.
Hoy no. El ambiente se percibe triste: las nieves de limón y mango se derriten en las cubetas de los vendedores, los caballitos de plástico y los sombreros de charro se decoloran bajo el sol sin que nadie pose con ellos para una foto, y los comerciantes se aburren en sus puestos.
La tristeza sobrevuela los pasillos, como los mosquitos el lago, porque en tiempos de coronavirus los más afectados son los comerciantes , los que viven al día y quienes comen de su trabajo, los que no pudieron ahorrar y para quienes la preparación ante el aislamiento consistirá en echarle agua a los frijoles para que rindan el doble.
José Miguel Peláez Ángel
tiene 55 años y un puesto de fotografías instantáneas localizado a unos metros del Monumento a los Héroes de la Patria, la gigantesca mole de mármol blanco que recibe a los paseantes al bosque.
Hoy quiso platicar un rato porque no tiene nada mejor que hacer mientras espera; tampoco tiene muchas expectativas.
Ni la llegada de los teléfonos celulares y las fotografías selfies lo afectó tanto como el Covid-19 : calcula que en las próximas tres horas, cuando levante su puesto a las 6 de la tarde, habrá tomado a lo mucho otras dos fotografías que sumarán 40 pesos a su cuenta del día.
Espera llegar a su casa con un "Cuauhtémoc" en la bolsa, billete que le deberá alcanzar para la alimentación de su esposa y sus tres hijos, y los gastos del diario. Pero lo ve difícil.
"La gente no ha salido por el miedo a la enfermedad, que el virus está en el metro y en el camión pero no creo que esté en el bosque, aquí lo que respira uno es aire limpio. No sé porque les prohibieron que vinieran. Nunca había visto esto, nunca había pasado: está solo", dijo.
"Hoy empecé a las 11:00 y nada más he tomado tres fotos. Estoy enojado y triste porque no sale para los gastos, llegas a la casa y vamos a medio comer frijoles y arroz, nada más. Aquí si no tomas una foto, no comes".
La semana pasada todavía se veía actividad en los pasillos de Chapultepec, aunque desde entonces los vendedores ya estaban reportando caídas de entre 50% y 70% en sus ventas. Ya no se presentó el show de un payaso callejero que entretenía a los paseantes con sus bromas, pero todavía se veían algunos turistas y familias enteras. Ahora son menos.
Hay algunos despistados, no faltan: el empleado de una tienda departamental que no cree que exista el Coronavirus 2019 , un padre de familia que pasea con su esposa y sus hijos, pero son los menos.
Parece martes por la tarde, a unos minutos del cierre y no domingo de marzo, en plena Primavera.
"No hay nada de visitantes. Muy pocos niños vienen, algunos paseantes porque el zoológico está cerrado. En la semana dejamos de abrir porque definitivamente se acabó la gente. Hoy he vendido 50 pesos, nada más para el transporte, para llegar a casa. A ver cómo le vamos a hacer, tenemos una poquita de despensa y por ahí irnos midiendo", dijo Leticia Camarilla Arrieta, de 50 años de edad.
cev