En los días de la pandemia por el Covid-19, los creyentes con problemas llegan a rezar al altar de la Santa Muerte, en la calle de Alfarería 12, en Tepito. Con ofrendas, piden su ayuda y protección.
La fe es el secreto en torno a la Santa Muerte, dice Enriqueta Romero Paredes, quien desde hace 18 años lidera este espacio, y agrega que no hay que tener miedo al contagio.
Originaria de la Ciudad de México, la Santa Muerte tiene su cuna unas calles al norte del Zócalo. Sus devotos le rezan en altares levantados en calles populares.
El Covid-19 es un fantasma que recorre la Ciudad de México, por lo que la mujer afirma: “Hay que temer más a los vivos que al virus. Dios es perfecto, es único, nos ama. Después, mi niña hermosa”.
A la Santa Muerte “la gente viene a ofrecerle veladoras. No hay que vivir con miedo, si nos va a tocar, nos va a tocar”, ataja.
Este altar, el primero que se ubicó en la calle en 2001, también es tienda de artículos, pues se ofrecen figuras de distintos tamaños, pulseras, rosarios, distintivos y veladoras.
Abajo de la banqueta se apilan los arreglos de flores que llevan los creyentes. Muchos, además de orar hincados o de pie ante la vitrina de la Santa Muerte, charlan con Queta, quien los alienta: “Mal le va a los pendejos. Si nos va a tocar, es la voluntad de Dios.
“Yo no sé qué es la muerte. Ya cuando uno se muere, ya chingó a su madre. El chiste es vivir, pero yo no voy a vivir con miedo”, destaca.
Nacida en Tepito, de niña Queta aprendió a rezarle a la Santa Muerte por una tía, y hace 18 años puso su altar afuera de su casa, que es punto de reunión de creyentes con un rosario cada mes, en el que a la niña hermosa la cambia de ropa.
El primero de abril toca un vestido color verde esmeralda.
La figura es un esqueleto vestido con una túnica, la cual es usualmente de color blanco y negro. Muestra las manos y, en ocasiones, puede sostener una guadaña, forma gráfica de la muerte, salvo que esté vestida de Catrina. También se representa en un sillón rodeada de símbolos de trono, con cráneos incluidos.
En el altar de Queta cada día llegan adeptos con flores de todos los tamaños. Es común que la ofrenda incluya un cigarrillo o un puro, así como tragos de tequila y mezcal.
“Por este sitio pasan personas con problemas económicos y morales, con hijos en la cárcel o con sida.
“Vinimos a pedirle que nos ayude a soportar esas cosas tan fuertes: que no tenemos para pagar la renta o para comer. Le vinimos a pedir que nos ayude. Para mí la fe es lo más bonito”, argumenta Queta.
Respecto al miedo que puede provocar el coronavirus y que por esta situación hubiera aumentado la asistencia de creyentes con peticiones de ayuda, señala que la afluencia es como siempre.
“No hay que vivir con miedo. Sabemos, por lo que dicen en la televisión, que hay gente que ya se murió. Hay que esperar, son cosas de la vida”, comenta.
Y afirma: “A mí no me da miedo, ¿sabe por qué? Porque hay que caminar. Yo voy por mi segundo cáncer y aquí estoy”.
Sobre la gente con miedo al contagio de Covid-19, señala: “¿Miedo por qué?, si hay tantas puertas que podemos tocar y que nos curan, pero por el mismo miedo [nada hacen y] se mueren.
“Ya quiero que [esta situación] se acabe para ir a San Juan de Los Lagos, y de ahí, a Zacatecas. Hay que agarrarle de todo, pero con fe le rompes la madre.
Un creyente le dice a Queta: “Si me va bien, bien, y si me va mal, ni pedo”, a lo que ella contesta: “Mal le va a los pendejos”, y el hombre agrega: “A los pendejos y a los huevones”.
Quienes rezan a la Santa Muerte piden su protección, pero no tienen miedo al virus y menos a morir.