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Sólo tres corcholatas tuvieron el privilegio de estar junto al presidente Andrés Manuel López Obrador en el templete para conmemorar el 85 aniversario de la Expropiación Petrolera: Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, “mis hermanos”, como les llama el Titular del Ejecutivo. Fue el momento ideal para armar la pasarela y medir fuerzas.
A muchos metros de distancia, a ras de suelo, el llamado rebelde, Ricardo Monreal, el cuarto en discordia, sí fue convocado, pero no tuvo un lugar junto a la “crema y nata” de la Cuarta Transformación.
El pretexto fue lo de menos. Un aniversario más de la Expropiación Petrolera y un discurso presidencial donde recordó los logros del general Lázaro Cárdenas y comparó su política energética con aquel capítulo de la historia.
Frente a la Bandera Nacional ondeando en el Zócalo de la Ciudad de México, atiborrado de gente llegada de todo el país, las tres corcholatas —Adán Augusto López, Sheinbaum y Ebrard— felices veían a la militancia, los seguidores fieles del Presidente, los que llegaron acarreados por líderes, alcaldes, gobernadores y legisladores de Morena, así como beneficiarios de programas sociales.
Sheinbaum fue la primera en salir por la puerta Mariana de Palacio Nacional acompañada de los demás gobernadores del oficialismo.
Efímeros, tímidos gritos de “¡presidenta!” de morenistas de Hidalgo fueron opacados por la aparición del exfutbolista y gobernador de Morelos: “Cuauhtémoc”, “Cuauhtémoc” y “América”, “América”, para recordar el clásico de este sábado.
Minutos después apareció Ebrard quien siguió de largo ante el saludo del pueblo “bueno y sabio” que esperaron atentos la pasarela de las corcholatas.
Adán Augusto López llegó al templete unos minutos antes que el Presidente y directo, en mangas de camisa, saludó a funcionarios y demás corcholatas. Todos juntos, puntuales, a las 17:00 horas, aplaudieron a su mentor y hermano mayor cuando subió a la gigantesca tarima donde ya lo esperaban Manuel Bartlett, Rocío Nahle, Luisa María Calderón y demás gabinete.
Sheinbaum, Monreal y Ebrard llevaron a sus contingentes que no pararon de apoyar a su corcholata favorita.
Sheinbaum no desaprovechó ni un minuto y saludó a sus huestes movilizadas desde varios lugares de la geografía hoy pintada de guinda.
En las últimas filas, como un marchista más, Monreal se dejó querer por los suyos.
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