Con sus manos, Rosa Reyes escarba en fosas comunes y terrenos para encontrar algún rastro de su hijo José Eduardo Reyes, en Pénjamo, Guanajuato, luego de que un grupo armado lo levantó y desapareció cuando regresaba del trabajo en 2018.
Para ella, la búsqueda de campo es pesada, pero la considera una recompensa cuando alguna de sus compañeras halla, aunque sea, un pequeño hueso o rastro de ropa que confirme positivo, que significa que encontró a su familiar.
José Eduardo era albañil. Regresaba a casa desde otra comunidad cercana a Pénjamo, cuando dos camionetas lo alcanzaron y lo balearon. “Me dijeron que quedó herido, pero nunca imaginé que no estuviera ahí, creo que lo levantaron”.
Aunque la impresión le causó diabetes y la complicación de otras enfermedades crónicas, Rosa ha buscado a su hijo con ayuda de su familia y su hermano, que se ha encargado de levantar las denuncias ante el temor de que la salud de la señora Reyes empeore.
“En el tiempo que se perdió mi niño, a unos les cortaban la cabeza, los descuartizaban, y a los que tenían suerte sólo los herían de bala. Cuando subían las imágenes a redes o nos avisaban que había un cuerpo, corríamos a ver si era mi hijo”.
A dos años de la desaparición de José, el colectivo Hasta Encontrarte es la única institución que brindó apoyo, pues la fiscalía de Guanajuato no le ha vuelto a llamar para dar continuidad a su investigación.
Rosa acompañó al colectivo hasta la Estela de Luz, pues no descarta que fuera un grupo de las Fuerzas Armadas el que le arrancó a su muchacho.
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