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juan.arvizu@eluniversal.com.mx
Será que es hora de comer, las 16:02 horas, pero los guerreros de la Cuarta Transformación dan a pensar que ya se cansaron, a menos de 100 días del arranque del nuevo régimen, porque sus temerarios voceríos de: “¡Es un honor (...)!”, y el donaire de sus 30 millones de votos, esta tarde se apagan.
Y eso que son protagonistas de la aprobación de la reforma más importante de la 64 Legislatura, que hará realidad la Guardia Nacional, la primera institución creada por voluntad de López Obrador.
El presidente de la Mesa Directiva de la Cámara Baja, Porfirió Muñoz Ledo, “canta” la votación de 463 votos a favor y uno en contra, cortesía de Ana Lucía Rojas Martínez, legisladora sin bancada, que con ello da a conocer que existe y estropea la unanimidad.
Hace casi dos horas, el coordinador de Morena, Mario Delgado, ha dicho que “el apoyo político unánime es el arma de más alto poder con la que estamos dotando a la Guardia Nacional, porque es el poder que viene del pueblo y representa al pueblo”.
En tribuna, posiciona el voto de su grupo, rodeado de sus integrantes, en un acto real de “cerrar filas” con la causa, con el tema que puso en la Cámara de Diputados, el presidente López Obrador.
La iniciativa de la Guardia, plantea Delgado, llegó hace 100 días, el 20 de noviembre, y así arrancó un proceso de construcción de un instrumento contra la delincuencia.
La bancada de Morena, quieta, tranquila, como si “el que se moviera no sale en la foto”, rodea a Mario Delgado. Sólo dos no participan de este rito: Tatiana Clouthier está en su curul, con ella, Pablo Gómez Álvarez; observadores solitarios.
La Cámara de Diputados entra al debate en lo general, pero no hay exposiciones en contrapunto. Una decena de legisladores tienen cinco minutos en tribuna, hablan al vacío.
Hace tres quincenas, la Cuarta Transformación arrolló con su aplanadora a minorías dispersas en un tablero, entonces, con 348 votos a favor, 108 en contra y 10 abstenciones. Entonces tenían la razón.
Este es un episodio histórico, pero sin clímax en el salón de sesiones de los diputados, recinto que diseñó Pedro Ramírez Vázquez para la expresión a lo grande de las decisiones trascendentes del Legislativo.
Quizá se explica el desgano de esta hora, porque todo mundo sabe que el dictamen “viene planchado”, que se va a aprobar. El interés colectivo se desploma.
Cada orador tiene 15 minutos para hablar. Y varios se ahogan en esa inmensidad de tiempo, y es difícil exponer piezas de oratoria. ¿A quién persuadir, si todos iban a favor?
El pleno es presa del tedio, de esperar a que se encienda el tablero de votación, cumplir, irse y dejar, como basura, las cartulinas de “Encuentro Social Vive”, y las de MC: “Logramos Mando Civil”.
Se trata de un episodio histórico sin clímax.