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Llegó a ser uno de los recintos culturales más importantes de la Ciudad Universitaria y del país, pero actualmente, a 20 años de la entrada de la Policía Federal a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el auditorio Justo Sierra está tomado por cuatro colectivos que se autodenominan “autogestivos, anarquistas y punks”.
Tomado desde septiembre de 2000, unos meses después de terminada la huelga más larga en la historia de la institución, se ha convertido en dormitorio, vivienda y negocio para sus okupas —miembros del colectivo Okupa Che— un espacio al que los universitarios sólo pueden acceder de manera limitada.
Históricamente, el auditorio Justo Sierra fue uno de los lugares más importantes en el escenario de la rebeldía estudiantil. Ahí se llevaron a cabo las asambleas del Consejo General de Huelga (CGH) en 1968 y de los movimientos de 1986 y 1999.
Los alumnos tomaron el inmueble para convertirlo en un espacio autónomo, autogestivo y abierto, donde se expresaban los sectores alternativos de la comunidad, era el último bastión del movimiento. Dos décadas más tarde es una fonda vegetariana.
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“Creo que la comunidad debería tomar derechos sobre este espacio. No lo juzgo, porque estoy de acuerdo con que haya un espacio autogestivo, ¿pero por qué en una universidad y no en otros espacios que estén ais- lados? En un principio, la toma tuvo su relevancia, pero hoy quienes están ahí no tienen actitudes muy democráticas. Son herméticos y no se prestan mucho al diálogo”, considera Andrey Palma Márquez, estudiante de Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL).
Modificaciones en el inmueble
El Justo Sierra, nombrado así en honor al fundador de la UNAM, tuvo sus tiempos de gloria: cuando recibió a Charles de Gaulle, al filósofo Umberto Eco y a figuras como Julio Cortázar, Mario Benedetti, Octavio Paz y Pablo Neruda. Además, ahí ensayaba y se presentaba la Orquesta Filarmónica de la Universidad, dirigida por Eduardo Mata.
Hoy, los administradores del auditorio lo consideran un “espacio autónomo de trabajo autogestivo”, según sus redes sociales y su blog. En un recorrido que hizo EL UNIVERSAL se observó que el espacio está abandonado y se limita el acceso a los alumnos.
La planta superior está vedada al público. En esa zona fue instalado un estudio de tatuajes y perforaciones al que sólo se puede pasar cuando acuden los profesionales a hacer negocio. Se puede ingresar a la cocina y a la antigua sala de conciertos donde ocasionalmente se proyectan documentales.
En los baños, un cubículo no tiene puerta, uno de los lavabos blancos de antaño fue retirado y sustituido por otro parecido a los que se colocan en las casas y en vez de llaves tiene una manguera azul, en un intento de darles alguna clase de estética. Todos fueron empotrados con cemento, piedras brillantes y caracoles. La decoración marina contrasta con los insultos y las firmas escritas con plumón sobre los espejos.
Los excusados están incompletos y el sarro acumulado durante años ha formado un círculo amarillento alrededor del desagüe. El lugar huele a orina y a heces acumuladas. En la puerta de uno de los cubículos se lee: “Revolución. Intelectual. Ideal”.
A diferencia de la mayoría de las facultades en Ciudad Universitaria, los baños del Che Guevara —como fue renombrado— tienen papel higiénico. Todas las paredes internas y bardas externas del auditorio están grafiteadas e intervenidas con pinturas e imágenes de anarquismo y a favor de líderes sociales y activistas.
Las presentaciones de artistas, como Amparo Ochoa o el director Eduardo Mata, han sido desplazadas por una fonda vegetariana y dos bocinas en la entrada principal, que a todo volumen repiten música punk y ska con la que dicen identificarse los okupas. Para muchos alumnos, el ruido irrumpe la tranquilidad y horas de estudio.
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“Hay cuatro colectivos viviendo, es una especie de comuna poligámica comunista muy rara (...) Aquí han nacido hasta niños”, cuenta una estudiante.
Los okupas saben que el riesgo de ser desalojados es permanente y por eso han ideado un plan de contingencia. En el techo, ocultos de la vista por el huerto urbano que instalaron los anarquistas, hay extintores de incendios, toletes y escudos como los que utilizaban los granaderos.
Carolina Sánchez estudia Literatura Francesa en la FFyL. Le gusta que haya un espacio para organizarse, pero está en desacuerdo con que no se utilice el auditorio libremente: “Simbólicamente funciona, pero en la práctica atrae muchos problemas, porque no sabes quién está y es muy inseguro”.