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El municipio de Acolman, en el Estado de México, se colorea durante el último mes del año con las hileras de piñatas que cuelgan en los talleres de los artesanos que las fabrican.
Uno de ellos pertenece a la familia de Romanita Zacarías, la Reina de las piñatas, fallecida en 2018. A ella se le adjudica haber sido la pionera de la piñatería en esta región, oficio que ya es practicado por la tercera generación de su estirpe.
Ahí, mientras coloca silicón caliente sobre un trozo de cartón, al que con cautela le va dando forma cónica, Jairo Alberto, quien está por cumplir la mayoría de edad, cuenta entusiasmado que pronto concluirá el bachillerato y que sueña con convertirse en piloto aviador de la Fuerza Aérea Mexicana. Para lograrlo alterna sus estudios de preparatoria con la elaboración de las piñatas.
Jairo Alberto comenta con seguridad que se siente muy orgulloso del trabajo que realiza su familia y, sin dejar de manipular el cartón, platica algunos de los consejos que le daba su abuela y un poco de la tradición original de las posadas que aprendió de las generaciones anteriores.
“Ella [su abuela] me decía que hay que poner lo mejor de mí en cada piñata, pues cada una cuenta un poco del que la hace; es mejor reflejar lo mejor de uno…
“En diciembre los indígenas festejaban a su dios, entonces los [frailes] agustinos se los intercambiaron, por lo que ahora es el nacimiento de Jesús y así nacieron las posadas. Las piñatas deben tener siete picos que representan los pecados capitales”, narra.
Mientras platica, termina de armar un par de conos de cartón. Es tal su habilidad y gusto por este peculiar arte que, a su corta edad, ya capacita a sus primos y a dos empleados más que recién contrataron en el taller para darse abasto durante la temporada decembrina en la que esperan fabricar alrededor de 10 mil piñatas.
Desde entonces, las personas de todas las edades disfrutan del ritual de romper la piñata para obtener la recompensa que de ella emana: dulces, frutas y, ¿por qué no?, hasta uno de sus siete picos para resguardar el botín.
El tiempo que lleva manufacturar una pieza depende de su tamaño. Julia Ramírez, una empleada del taller de la familia de la Reina de las piñatas, asegura que elaborar este tipo de manualidades le resulta terapéutico por lo que, a su parecer, se tiene que llevar a cabo con gusto y paciencia. Por ello hace un llamado a los turistas a no regatear los precios, pues detrás de cada piñata hay, asegura, “un gran trabajo del artesano mexicano”.