Carlos Javier Ramos dejó Honduras con el objetivo de pedir asilo en Estados Unidos, pero en el camino se enamoró del ambiente, las tradiciones y costumbres de México. Nueve años después, ya es mexicano y junto a su perrito se gana la vida como músico callejero, pues es la profesión que su discapacidad le permite ejercer.

“Llegué aquí con una conocida, pero luego tuve que buscar mi propio espacio. Sí ha sido un poco complicado porque emigrar a un país, a una cultura diferente no es fácil, de repente se te ponen muchas trabas, pero aquí tengo mejores oportunidades que en mi país”, platica a EL UNIVERSAL.

Aunque su verdadera pasión era el estilismo, cuando fue diagnosticado con meningitis dejó este oficio y comenzó a pedir dinero en las calles. Luego trató de vender productos, pero las personas no los aceptaban, así que decidió cantar y hasta el momento ha tenido buenas experiencias con la gente.

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“Desde pequeño tuve algunas clases de canto pero me dedicaba más a tocar el teclado que a cantar, aprendí un poco de música durante un año y medio más, pero mi pasión era el estilismo, lo que era cortar cabello. Pero tuve que encontrar otra manera de cómo ganarme la vida y pues llegué aquí a la Ciudad de México, ahora trabajo unas cinco a siete horas dependiendo de las condiciones climáticas”, cuenta.

Carlos demuestra el talento suficiente como para que la gente lo apoye, a menudo se detienen para tomarle videos y pedirles canciones.

Su lucha contra el Instituto Nacional de Rehabilitación

Cuando llegó a México, estuvo en un albergue y en una casa de refugiados, pues no tenía un estatus legal en ese momento y necesitaba obtener sus prótesis para poder trabajar.

“Tenía que estar en un albergue o ser canalizado por una institución para que me pudieran atender y por medio de casa red de refugiados me ayudaron a naturalizarme como mexicano, el proceso duró alrededor de unos ocho meses”, recuerda. Aunque su estancia en México ha sido agradable, también ha vivido malas experiencias como paciente del Instituto Nacional de Rehabilitación, debido a que constantemente está en lista de espera y ha sido discriminado por ser migrante.

Carlos explica que solo lo atienden cuando tiene llagas o heridas ensangrentadas porque de lo contrario, no le hacen caso. De hecho, cuando le entregaron sus prótesis, notó que las medidas no eran adecuadas para él.

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“Me da la impresión de que la persona que pusieron a hacer el trabajo no tenía suficiente experiencia, porque las prótesis que me hicieron en el Instituto Nacional de Rehabilitación me causaron muchas úlceras en mis muñones y tuve que estar mucho tiempo sin trabajar, me las vi complicada por esa situación”.

Ante esto, puso una queja contra la especialista y desde ahí, no ha tenido avances con el cambio de prótesis, ya que la institución refiere que no hay insumos. Así, su lucha se ha alargado por meses y mientras tanto, las usa a pesar de que pueden dañar su salud. Carlos explica que al estar en un programa gratuito no puede conseguir los materiales con sus propios recursos, lo que demora su rehabilitación.

“Si yo no tenía una pieza de la prótesis, la doctora me hacía una prescripción y yo buscaba la manera de cómo conseguir dinero y me la compraba, pero debido a que estoy en este programa de gratuidad, ahora ellos no me pueden dar la prescripción según porque están violando la ley”, señala.

Explica que usa las prótesis de una manera milagrosa, y que los liners que le entregaron son de una talla más pequeña que la que él necesita, lo que le causa mucho dolor.

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“La medida que me dieron no era correcta, sino cambiaron una talla mucho más pequeña y eso fue un dolor y un sufrimiento, pero al fin el cuerpo se adapta hasta cierto punto pero se adaptó hasta que se rompió el liner que me dieron y ahora tengo un poco menos de presión”.

Cuenta que el instituto no trata así a pacientes mexicanos, por lo que ha sido discriminado por su condición como migrante. Ante ello, seguirá luchando por mejores condiciones para todos sus compañeros y para él, ya que opina que no por ser un programa gubernamental, deben ser tratados de esa forma.

“Si alguien no dice nada eso va a seguir quedando impune; si pones una queja, lo toman a mal, si uno no se deja pisotear por ese tipo de gente ya uno es problemático y todo ese tipo de cosas. Eso fastidia, da angustia e impotencia, se supone que estas instituciones están ahí para ayudarte”, argumenta.

A pesar de todo, Carlos continuará cantando en las calles en compañía de su perrito, que lo ha ayudado a no caer en depresión. Su mayor sueño es tener un lugar propio donde vivir y agradece que el país lo ha acogido de buena manera.

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