Por FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA

Una suerte de pensamiento mágico inunda la mente de millones de personas cuyo patrimonio, bienestar y libertad están en riesgo.

México, opinan, es demasiado grande, complejo e interconectado para que ocurra la tragedia que ha sucedido en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba.

Esa apatía se contrapone a un diseño particular, intencionado, calibrado, de destrucción.

Morena está aplicando un manual clásico, terrible y efectivo. Proviene de Maquiavelo. Le recomendaba al Príncipe: sé vertiginoso, que tus enemigos no puedan entender ni prever tu siguiente movimiento.

Es la política del frenesí. El tsunami de destrucción que empieza en la mañanera, baja al congreso, se expande a los gobernadores del oficialismo y toma anchura con las redes de activismo territorial y digital, responde a un trazo preciso y meditado de toma de poder y asalto a las instituciones.

No es ocurrencia: es un plan.

En un libro maravilloso que explica cómo el nazismo logró apoderarse del destino de millones de alemanes, “Creían que eran libres”, Milton Mayer lo explica de manera detallada y reveladora.

Las personas, recopiló de testimonios, se fueron acostumbrando a ser gobernados por la sorpresa. Lo usual era lo impredecible. No sólo era la sorpresa: era el vértigo. Pasaban tantas cosas que no daba tiempo a pensar. La destrucción no era una sacudida: era un flujo. Cada medida era peor que la anterior, pero sólo un poco peor. El gran punto de quiebre, fulminante, nunca llega: es un proceso de erosión. Igual que una gota deshace a la piedra, el aluvión de acciones, decretos, violaciones a la ley, excesos, termina por matar a la libertad.

Bajo esa lógica, la resistencia no llega nunca. No hay un momento que sea tan brutal dentro del paisaje de devastación que dispare la indignación.

En México, por el contrario, sí hubo un detonador de la resistencia civil. La indignación se activó cuando fueron tras el INE. Ahí, la sociedad se dio cuenta que el mal no terminaría en seis años. Era un mal que querían que durara cien.

La estrategia del morenato es, pues, apostar a al arrebato y a la sorpresa cotidiana.

La nuestra debe ser utilizar todos los medios pacíficos, políticos y legales a nuestro alcance para sacar a millones de la apatía.

Las cifras son contundentes. El voto duro de Morena supera los 18 millones. Junto con sus aliados, obtuvieron casi 21 millones de sufragios en 2021. Quedan 74 millones por disputar: una abrumadora mayoría silenciosa, pero mayormente indiferente.

La movilización para enfrentar el tsunami de destrucción institucional debe provenir del flanco ciudadano: la gente le cree a la gente.

A nosotros nos corresponde convocar a ser ciudadanos de alta intensidad. Críticos. Propositivos. Hay que activar la presión a los gobiernos y a los legisladores. Respaldar a jueces. Unirnos a una constelación de organizaciones civiles que están articulando la resistencia. Proponer acciones de desobediencia civil. Inscribirnos como observadores electorales. Hacer campaña. Votar.

El único antídoto para frenar esta destrucción es doble: abandonar la indiferencia, primero.

Salir del desengaño, segundo.

No tengan duda: aquí sí puede pasar. Va a pasar.

Está pasando.

@fvazquezrig

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