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“Hablar sobre el racismo, visibilizar que existe este problema, es la única manera de erradicarlo”, advierte el analista político e internacionalista Hernán Gómez Bruera.
A propósito de su nuevo libro El color del privilegio (Planeta), invita a reflexionar sobre el nivel de racismo que habita en los seres humanos y que no es un tema de elección, sino que está tan arraigado en la mayoría de las personas que en ocasiones no son conscientes de que lo son.
En su texto, el autor describe una serie de problemas sociales que se formaron a raíz de no confrontar las formas racistas, como el no contabilizar a la comunidad afroamericana en México.
Gómez Bruera recuerda, en entrevista con EL UNIVERSAL, que hasta el año pasado se realizó una pregunta en el Censo Nacional de Población [que finalmente no se efectuó debido a la pandemia por Covid-19] para incluirlos en el conteo de los mexicanos.
“El no ver o no querer a las personas indígenas como iguales y no desarrollar políticas públicas realmente incluyentes también es un problema que se ha desarrollado debido al racismo; o los estereotipos que existen en las campañas publicitarias, que crean la falsa imagen que sólo lo que es blanco o de tez blanca es bonito, y deriva en problemas de personalidad o bullying en los adolescentes, y las diferentes perspectivas sobre la migración”, dice.
En los últimos tiempos se ha reflejado que las redes sociales son fuente de racismo. ¿Cómo recomienda lidiar con esto y cómo erradicarlo?
—No es fácil porque el racismo lo aprendemos desde la familia. A veces tratan mejor a la niña que salió, entre comillas, más blanquita que a la que salió más morenita. Luego en la escuela lo vivimos, en la sociedad; entonces, está tan normalizado que es muy difícil combatirlo, pero no es imposible. Para empezar a combatirlo hay que empezar a hablar del tema.
Hay gente que cree que es peligroso hablar de racismo porque genera confrontaciones; incluso, mucha gente me ha criticado por hablar de estos temas, porque supuestamente lo único que hago es sembrar odio, pero no es así. Yo creo que la única manera de vencer al racismo es hablar sobre el tema, no ignorarlo y hacer como que no existe.
A quienes les conviene no hablar de racismo es a los racistas o a los que se han beneficiado de una estructura social donde ciertas personas tienen un privilegio de nacimiento y no quieren que se hable de eso para que todo siga igual. No basta con no ser racista, necesitamos ser militantes antirracistas, comprometernos con una postura activamente antirracista.
¿Cómo considera que afecta el racismo a las personas y a la sociedad?
—A nivel sociedad es muy buena pregunta y qué bueno que la haces porque me parece que el racismo nos afecta a todos, nos afecta como sociedad porque nos lastima, porque perdemos un enorme talento de gente valiosa a la que no le damos oportunidades y la excluimos, porque muchas veces no se aprecia el talento, la productividad del esfuerzo personal, nos vamos por contratar, por ejemplo, a las personas de tez blanca, a las que tienen mejor apariencia física, sin indagar en quiénes son y cuáles son sus capacidades. Pensamos inconscientemente que las personas morenas con rasgos indígenas son flojos. A mí me parece que como personas esos prejuicios racistas nos hacen mucho daño.
En el libro habla de la situación de Estados Unidos con Donald Trump, pero en México un poco de lo que hace el Presidente es descalificar a sus adversarios. ¿Cómo influye en el comportamiento de las personas y en esta fragmentación social?
—Calificar a ciertas personas, a ciertos grupos sociales, como pueden ser los “fifís”, eso no es racismo... hay que aclarar: no es racismo. Hay que dejar claro que ni en el clasismo, porque los racismos no existen al revés.
Estas son estructuras sociales históricamente hiladas donde hay una relación de los que tienen más poder con los que tienen menos poder.
Lo que hace López Obrador, a mí me parece que es politizar la desigualdad, y a mí me parece muy grave. ¿Está provocando? Sí, me parece que lo que él busca es que hablemos más del tema, que se vuelva debate público, que la desigualdad la dejemos de ver como algo natural y que los que siempre han estado en una condición de subordinación se empoderen, aunque sea discursivamente, y se den cuenta de que esa condición no es natural. Entonces, me parece que va un poco por ahí, pero no hay que confundir el racismo al revés, no existe, y descalificar a cierto grupo social como fifí no es racismo.
En el texto también habla de los sectores de la sociedad que van aportando al comportamiento racista, desde la familia, los medios de comunicación, algunas campañas publicitarias, la misma escuela. Si tuviera que ponerlo en porcentajes, ¿cuánto aportaría cada uno?
—Con certeza no podría decir qué porcentaje aporta cada una, pero me parece que mucho tiene que ver con la educación. A los 12 años ya estamos hechos unos racistas, lo vivimos desde la casa, en la primaria; el bullying que sufren los niños indígenas por personas de su misma edad. Hay muchas historias de esos casos que han llegado a Conapred terribles, con alto grado de discriminación.
¿Quién debe leer este libro?
—Este libro está hecho para que vaya más allá del sector académico, para que llegue al público en general. Está escrito de una forma amena, provocadora, porque sí quiero provocar, quiero generar una reflexión.
Está hecho con anécdotas divertidas, tiene humor y también tiene su lado histórico. Entonces, es un libro muy accesible.