India ocupa el sexto lugar del PIB dentro de las diez principales economías del mundo (FMI, 2022), reportando una variación en este indicador del 8.7%, un registro para el mismo año superior al de China (3%), Estados Unidos (2.1%) y México (3.1%). Y la extraordinaria dinámica de esta economía basa su presente -y apuesta su futuro – en la economía del conocimiento y en las nuevas tecnologías: movilidad limpia, inteligencia artificial, tecnología financiera y energía renovable.

En particular, resulta paradigmático el proceso que ha llevado a la India a ser uno de los principales productores de software del mundo. Esta es una historia compleja que inicia en los años sesenta del siglo pasado y la cual ha involucrado políticas públicas de desarrollo nacional, con un énfasis especial en la formación intensiva de capital humano y una inversión en gran escala en ciencia y una participación resiliente de las empresas. Ahora, el sector servicios -exportación de servicios informáticos y de software principalmente- contribuyen con casi el 50% de su PIB. El que los actuales CEO de Microsoft y Google y, hasta no mucho, el de Twitter, nacieron y se formaron en la India indica también el éxito de este esfuerzo.

Las cifras económicas, sin embargo, resultan menos impresionante si consideramos que el 84% de la población percibe menos de 6.85 dólares por día (2017 PPA). No obstante, la India también aquí realiza esfuerzos para reducir la desigualdad, apoyando los pequeños productores y dirigiendo hacia los pobres esfuerzos de innovación inclusiva y confiando en su talento, conocimiento y creatividad.

Diversas han sido las iniciativas, pero entre ellas se destaca la Honey Bee Network, creada por el Dr. Anil Gupta quien, con afán de inclusión, generó una red de apoyo para el conocimiento tradicional y las innovaciones grassroots, esto es, innovaciones realizadas con conocimiento local y escasos recursos que surgen de la base de la pirámide. Esta Red, apoyada en su brazo formal, la Fundación Nacional de Innovación, se abocan a fortalecer estos esfuerzos iniciando con su búsqueda activa, de ser necesario, hasta en las mismas comunidades; su vinculación con la parte formal de la ciencia y de la tecnología con el objetivo de que estos productos y procesos tecnológicos se robustezcan y adquieran una forma más aceptable para el mercado, de tal manera que reciban protección intelectual y logren la mayor difusión posible. Finalmente, dotan de financiamiento y apoyo técnico para la incubación de estos proyectos.

Y la iniciativa ha obtenido resultados: Honey Bee ha realizado vinculaciones con universidades y centros de investigación, incluido el famoso Instituto Tecnológico de Massachussets. El apoyo ha llevado a casos exitosos como lo son el del fitomejoramiento del arroz de Ramaji Khobragade y el gasificador de biomasa de Singh Dahiya, los que han recibido reconocimientos nacionales e internacionales y algún tipo de propiedad intelectual. Creaciones útiles que han facilitado la vida de los habitantes de comunidades en contextos desfavorables.

La lección de la India es múltiple para México. La primera es bien conocida: invertir en educación, conocimiento e innovación retribuye, sin duda, al individuo que se involucra en estas actividades, pero también a la sociedad. La segunda -menos reconocida- es que el conocimiento y la innovación pueden lograrse tanto en lo alto como en lo bajo de la pirámide social. Y la tercera -y quizá más importante - es que, a diferencia de lo que últimamente se alega en ambos lados del espectro político, estos conocimientos contribuirán al mejor desarrollo social si no están polarizados por un espíritu de confrontación, sino articulados e integrados en cooperación.

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