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“Abrazos, no balazos”. Como podría decir el maestro Catón: Hágame usted el refabrón cabor, señor Presidente. ¿Cómo pudo proponer eso? ¿Acaso no le han dicho cómo han evolucionado las bandas de delincuentes? Aunque en Culiacán, mi tierra, parece que ocurrió al revés: balazos y luego abrazos. Aquí no ha pasado nada, que siga la fiesta.
Le teníamos mucha fe, señor Presidente. Cuando habló de amnistía, nos entró la duda, y con lo que acaba de ocurrir, no sabemos qué pensar. Dice usted que el gabinete de seguridad se reúne todos los días, pero los culichis nos preguntamos para qué. Claro, toman café, desayunan y seguramente discuten planes.
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Los culichis somos un pueblo indomable, trabajador, señor Presidente, y la forma tan burda en que se realizó ese operativo para la detención de Guzmán nos lastimó. Nos atropellaron. Familias enteras fueron testigos de lo frágil de la estrategia empleada. ¿Imagina a su niño tirado en el pavimento, aterrado por los disparos? Pues muchos de nuestros niños experimentaron ese momento infame mientras los adultos intentaban manejar su propia angustia y poner a salvo a sus vástagos.
Puede hacer las mañaneras que quiera, ensalzar a su gabinete y una política de seguridad que no funcionó en Culiacán y que tal vez deban ajustar cuidadosamente. No puede continuar así, señor Presidente. No intente justificar lo que no tiene remedio, y que tampoco lo haga el señor Durazo. Es penoso.
Ustedes no vieron correr a las mujeres, a los jóvenes estudiantes; no vieron ingresar al edificio de El Colegio de Sinaloa a un grupo de chicas que buscaba refugio desesperadamente. No lo tome a la ligera, señor Presidente. No lo merecemos.
Porque poseo sentido de la justicia, le hago saber que la solución final me parece correcta. Las familias culichis se lo agradecemos, sobre todo las de los militares, que eran las que estaban directamente amenazadas por los delincuentes que brotaron como una plaga maldita, peor que el mosquito del dengue, que tampoco combatió su secretario de Salud. Fue increíble su capacidad de reacción. Ucha, qué rapidez. ¿Sabían eso? ¿Inteligencia hizo su trabajo? De no ser así, el gabinete de seguridad tiene una amenazadora carencia.
Debe haberlo visto en los videos, señor Presidente, cómo nos arrebataron las calles, cerraron las vías de comunicación terrestre y dejamos de oír música de banda para escuchar una balacera que parecía no tener fin. Qué bueno que no hubo bajas en el Ejército. No lo merecen. No creemos que funcionen como Guardia Nacional, pero no merecen morir, y parece que los metieron en la boca del lobo. Chale, señor Presidente. Chale, gabinete de seguridad.
Los culichis tenemos una vida, señor Presidente, y nos gusta mucho el beis, como a usted. Ya vi que sabe pararse para batear, conoce bien que puede dirigir un batazo según coloque el pie izquierdo. Seguramente no ignora que el beisbol es estrategia pura, cada pitcheada, la colocación del cuadro, el orden al bat, las señas. Es lo mismo, señor Presidente.
Aquí parece que la estrategia la tenían los del cártel y los soldados llegaron para recibir la paliza de su vida. La seguridad no es un asunto de discursos, señor Presidente. No en nuestro país, que ha soportado tanta podredumbre e impunidad. Y no empiece a culpar a sus antecesores, que tampoco la hicieron. Ahora escuche esto, por favor: mi gente nunca había vivido algo así. Sentir amenazada su vida, la de sus hijos, la de sus padres y la de sus abuelos. Hemos tenido días infaustos, no digo que no, pero el pasado fue el mismo infierno.
Piénselo, que lo piense el gabinete: ¿a quién se le ocurre hacer una detención a esa hora de la tarde? ¿Por qué ha crecido tanto el poder de las bandas? ¿Por qué operan como un segundo poder tan fuerte o más que el del Estado? Estamos jodidos, señor Presidente, y llegan con ese operativo elemental a donde la población y los mismos soldados quedamos inermes, o sea, valiendo madre.
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Tiene que proteger a las familias, señor Presidente. A las de los militares y a las nuestras. No es pedir demasiado. Una pregunta: ¿va usted a pagar parte de las pérdidas a nuestros comerciantes que no pudieron trabajar por esa tarde de perros? Digo, usted que es tan generoso. ¿Qué hará si el ampáyer le canta un strike al centro, que vimos todos, y sus datos dicen que era bola mala?
Vamos, señor Presidente. Con todo respeto, a trabajar más y a hablar menos; este país lo necesita y tiene muy poco de imaginario.