“Bere, ¡rueda, rueda!. Eso gritaba con voz aguda y alarmada mi colega Quetzali. Cuando se dio la detonación, recuerdo que me vi cubierta en llamas, lo primero que hice fue quitarme la chamarra de material sintético que ardió en segundos, lo más difícil fue desprenderme de la mochila con todo y los lentes de la cámara, la cartera y mi teléfono adquirido a meses [obvio, aún sin pagar] y también el celular de la empresa, todas herramientas valiosas para mi labor.

“Al fin la solté sin certeza de verla nuevamente para seguir el consejo de Quetzali, brincar y rodar en un intento de apagarme, cuando aterricé me quedé sentada abrazando mi cámara pensando: ‘Alguien tiene que apagarme, por favor, traigan un extintor’.

“El 8 de marzo marca para mí un año de ese incidente, decir que no quebró algo dentro de mí sería mentir, aquel acontecimiento me dejó heridas que siguen sanando, por otro lado, me enseñó mi gran capacidad de resiliencia.

“Aún sigo sin entender por qué alguien llevó un explosivo tan poderoso y por qué lo aventó a un lugar donde sólo habíamos mujeres, también soy activista y me queda claro que la regla de oro en toda que se diga feminista es no agredirnos unas a otras, divididas somos presas fáciles del patriarcado y, peor aún, caemos en las actitudes que lo perpetúan.

“Esta lucha tiene muchos matices, estoy segura de que en cada vertiente el amor y la tolerancia debe estar presente.

“Hoy, a un año de lo ocurrido, agradezco a mis amigas, a ese grupo de apoyo violeta que se ha convertido en mis hermanas, a mi familia y a mi empresa cuyo apoyo fui indispensable.

“No me queda más que dejar la invitación de que, pese a todo, sigamos luchando; en el gremio del fotoperiodismo aún se siguen viendo más hombres, aún seguimos siendo acosadas de múltiples maneras y aún nuestros corazones se estrujan al seguir siendo testigos de las injusticias que viven las mujeres en este país.

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