Para Mónica este 10 de mayo, , será muy distinto. Estará rodeada de otras mujeres que, al igual que ella, sintieron vivir en el infierno.

Aún no sabe qué es lo que se organizará este 10 de mayo en el refugio en el que se encuentra desde hace meses, luego de buscar ayuda en ese lugar para ella y sus dos hijos, de seis y cuatro años de edad.

Mónica aún escucha la voz de su madre acusándola de “mala”, “piruja”, “ofrecida” y “perversa” al término de una de las audiencias en las que estuvo presente. A sus 26 años no comprende por qué la mujer que la engendró le dio la espalda y le quería arrebatar a los dos hijos que tuvo, producto de las violaciones de las que fue objeto por su padre.

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Tenía escasos nueve cuando comenzó su pesadilla. Fue una mañana cuando su madre salió rumbo a su trabajo. Todo sucedió muy rápido.

“Me espanté y luego grité de dolor, pero a él no le importó. Me tapó la boca y me dijo que todo eso lo hacían los papás que quieren mucho a sus hijas”.

Su padre le dijo que no dijera nada: “Yo no provocaba porque sólo era una niña. Nunca quise que pasara nada de eso”, dice.

“Refugiarme en la música y en la risa me han ayudado. Sé lo que es sufrir por dentro. Siempre mi miedo de niña fue que si contaba lo que ocurría me llevaran a una casa-hogar”, relata.

Lloraba en las noches en silencio para que nadie la escuchara. Nunca le dijo a su madre lo que ocurría. Sabe que de habérselo contado, no le hubiera creído.

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Detalla que su madre jamás la cuestionó sobre quién era el padre de sus hijos. No salía a reuniones ni a fiestas, pero su madre nunca preguntó.

Vivió ese infierno 17 años. Recuerda que su padre, chofer de autobús, la llamaba por teléfono a cualquier hora, aprovechando la ausencia de su madre, para decirle que llegaría a la casa y que estuviera lista para él.