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El médico forense Antonio Piga es el único miembro que continúa con vida del equipo de cuatro personas que embalsamó a Francisco Franco tras su muerte en 1975.
A sus 80 años, conserva una memoria detallada de aquellos días.
"Lo que me impresionó más fue ver a Franco (…). La habitación estaba bastante desnuda y Franco estaba en una cama cubierto con una sábana. Retiramos la sábana y Franco estaba desnudo (…). Tenía el aspecto de una persona que ha sufrido una agonía muy dura", recuerda Piga, que sigue activo como profesor emérito de la Universidad de Alcalá de Henares.
Casi 44 años después, los restos del general que gobernó España con mano de hierro durante casi cuatro décadas fueron exhumados este jueves de su tumba en el Valle de los Caídos, en el norte de Madrid, y llevados al cementerio de Mingorrubio, también en el norte de la capital española.
En el fastuoso mausoleo en que fue enterrado reposan también miles de víctimas de la Guerra Civil y es visto por muchos españoles como un homenaje a la victoria franquista.
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La polémica exhumación se erigió en los últimos años en un símbolo del proceso de restitución de la memoria histórica en España.
Se convirtió también en un campo de batalla política y judicial entre los partidos conservadores, la familia del general y el gobierno presidido por el socialista Pedro Sánchez, que aprobó la medida el pasado mes de agosto.
Piga aventura que el estado de conservación de Franco es "bueno".
"El cuerpo estará totalmente desecado (…). Tendrá los rasgos muy afilados, pero reconocibles", sugiere.
¿Cómo se vio usted involucrado en el proceso de embalsamamiento de Francisco Franco?
Como inspector de servicios sanitarios en aquel tiempo era director del hospital en el que trabajaba el doctor Pozuelo, que era el último jefe del equipo médico habitual que va a tratar a Franco.
El día 20 de octubre de 1975, el doctor Vicente Pozuelo viene a verme a mi despacho en el hospital y me dice: 'Antonio, te tengo que decir una cosa muy confidencialmente. El Caudillo está muy grave, el gobierno ha activado el plan que está preparado para el caso de su fallecimiento y en dicho plan se incluye el embalsamamiento de su cadáver para ser expuesto durante unos días'.
Me dice que quería que le preguntase a mi padre, que era el profesor Bonifacio Piga Sánchez-Morate, catedrático de medicina legal y director de la Escuela de Medicina Legal de Madrid, que considerase si le parecía bien dirigir el equipo que practicaría el embalsamamiento de Franco.
Eso lo decía en la máxima confianza y confidencialidad porque en ese momento todavía la prensa daba noticias relativamente optimistas en relación al infarto que había sufrido Franco.
Él no se lo quería decir directamente a mi padre porque si esa entrevista se traslucía se sospecharía que la causa real era el posible fallecimiento de Franco.
Yo hablé con mi padre inmediatamente. Mi padre me dijo que sí y, muy rápidamente, en un día, había preparado el equipo. Había pensado en el doctor Modesto Martínez Piñeiro, un profesor ya jubilado, pero gran anatómico y con mucha experiencia en embalsamamientos. También contó conmigo y con Antonio Haro Espín, que en ese momento era ayudante técnico sanitario del Instituto Anatómico Forense de Madrid y que tenía mucha experiencia en embalsamamientos.
Éramos en total cuatro personas. El día 22 o 23 de octubre ya estábamos perfectamente preparados para realizar el embalsamamiento donde se nos dijera. El doctor Pozuelo me pidió que yo fuera su contacto.
Lo teníamos todo preparado. Los líquidos y todo lo necesario lo teníamos en dos grandes maletas que yo había situado en mi coche.
Franco falleció oficialmente el 20 de noviembre. ¿Guardaron todo ese material durante un mes?
Sí, en mi automóvil, un Citroën GS en el que cabían perfectamente las dos maletas. Dejé de utilizarlo por miedo a que me lo robaran y se muriera Franco en ese momento. Lo guardé en el garaje y lo único que hacía de vez en cuando era ponerlo en marcha para que no se descargase la batería.
¿Qué contenían esas dos maletas?
Teníamos batas, guantes, los líquidos para el embalsamamiento concentrados, alcohol, alguna sustancia en grano, cánulas, bisturís… Lo más grande era una bomba de inyección mecánica para inyectar el líquido conservador. Todo lo que habíamos pensado que nos podía hacer falta.
Y en todo ese mes, ¿cómo se sintió? ¿Tuvo algún tipo de presión?
Estaba incómodo porque me habían dicho que tenía que estar siempre localizable. Si me iba al cine, tenía que decir a qué cine iba. Si salía de casa más de una hora, tenía que decir dónde estaba.
Y no podía hablar de esta cuestión con nadie de su entorno…
Nadie. La única comunicación que tuvimos fueron al principio dos o tres reuniones del equipo embalsamador.
¿Cómo le anunciaron la muerte de Franco?
El día 19 de noviembre, a las once y media de la noche, recibo una llamada del doctor Pozuelo y me dice: 'Antonio, llama al equipo. Tenéis que estar preparados porque es posible que tengáis que venir enseguida'.
Esa misma noche, tres horas más tarde, ya en el 20 de noviembre, recibo otra llamada. Me dicen que nos habían mandado un coche que iba a recoger a mi padre, después me va a recoger a mí y luego iría a por Modesto Martínez Piñeiro y a Antonio Haro Espín.
Poco después llegó el coche a mi casa. Yo estaba esperando. Era un coche grande americano, pero a pesar de todo me pareció muy incómodo tener que trasladar las dos maletas desde mi coche. Y le dije al chofer que, si le parecía bien, llevábamos los dos coches. Y así lo hicimos.
Fuimos a buscar a los demás y cuando llegamos a La Paz vimos que la entrada estaba iluminada y había bastante gente, algo que no era normal a la una de la madrugada.
En vez de entrar por la puerta principal de donde estaba Franco, que era la Residencia General, en la zona de reanimación, entramos por la puerta de servicio posterior. Entonces nos condujeron a la habitación donde hicimos el embalsamamiento.
¿Recuerda cómo se sintió desde que le avisaron hasta que llegó al hospital?
Lo que me impresionó más fue ver a Franco. Habíamos subido a la planta primera y estaba en una habitación para dos camas en la que había una sola cama en el centro. Habían sacado todos los aparatos que suele haber en una habitación hospitalaria. No había ningún monitor. La habitación estaba bastante desnuda y Franco estaba en una cama cubierto con una sábana.
Retiramos la sábana y Franco estaba desnudo. Me impresionó ver a una persona que había tenido tanto poder durante toda mi vida en ese estado donde la muerte reflejaba el sufrimiento de haber tenido un tratamiento muy prolongado. Se veían las suturas recientes de operaciones quirúrgicas y las vías arteriales y venosas. Tenía una pequeña herida en la boca por un tubo de reanimación. Tenía el aspecto de una persona que ha sufrido una agonía muy dura.
Es difícil traducirlo a palabras, pero en cierto modo se puede resumir diciendo que la muerte nos iguala a todos.
La fecha oficial de la muerte de Franco fue el 20 de noviembre, ¿tuvieron ustedes ocasión de determinar o contrastar la hora de la muerte?
Yo tengo la seguridad de que no fue el 20. Tengo la seguridad de que cuando me llamaron a mí ya había fallecido Franco. A las once y media (del 19) ya estaba muerto.
Ahora, cuánto tiempo llevaba muerto no lo puedo decir ni calcular porque al final de su existencia había estado en hipotermia. Le habían bajado la temperatura corporal con el objetivo de que tuviera menores requerimientos metabólicos. Teniendo en cuenta que la temperatura es uno de los medios que hay para calcular hora de la muerte, no podíamos saberlo.
Pero había un problema mayor. En condiciones normales, la muerte es sinónimo de tres procesos: parada cardíaca, respiratoria y muerte cerebral. Esto suele ir todo junto. Pero cuando una persona está en cuidados intensivo es posible que el cerebro deje de funcionar de una manera irreversible, que es lo que se denomina muerte cerebral, pero que el corazón toda funcione y haya una respiración mecánica asistida.
Por lo tanto, es muy difícil. Para mí es imposible saber cuándo dejó de funcionar el cerebro de Franco. No lo sé.
¿Qué tuvieron que hacer después de encontrarse con el cadáver?
Lo primero ponernos batas y preparar todo el material. Después tuvimos que definir el tipo de embalsamamiento: calcular la entrada de líquidos, lo que pesaría Franco… Sobre todo, calcular si las intervenciones quirúrgicas que había sufrido habían afectado a la integridad vascular. Era muy importante saber si la difusión de los líquidos embalsamadores por el organismo sería correcta.
¿Fue un trabajo difícil?
Cuando llegamos nos dijeron que nos tomásemos nuestro tiempo. Habíamos llegado hacia la una de la madrugada y no nos metieron prisa. Todos en el equipo teníamos experiencia y no hubo ningún problema.
¿Su trabajo en relación al cadáver de Francisco Franco terminó aquella noche?
Tardamos unas dos horas en acabar las inyecciones conservadoras. Estábamos completamente solos. Salimos y dijimos que habíamos acabado y que se podía lavar el cadáver y vestirlo.
Habían pasado dos cosas más. Nos dijeron entonces que estaba en camino un escultor que iba a tomar un molde de escayola de la cara y de las manos. Cuando acabó él eran las cuatro de la mañana.
En ese momento comprobamos cómo evolucionaba el embalsamamiento y vimos que todo el organismo estaba endurecido y que el líquido había llegado a los pies. Lo lavaron y lo vistieron con la ropa que iba a llevar en el ataúd.
Entonces nos pidieron un acta que tuvimos que redactar. Creo que la dictó mi padre, no lo recuerdo bien, y estuvimos todos de acuerdo. En aquella acta que firmamos los cuatro del equipo nos pidieron que por favor modificásemos la hora que era: que en lugar de haber empezado a la una de la mañana y ser en aquel momento más de las cuatro, pusiésemos que habíamos empezado a las cinco y media de la mañana y que habíamos acabado a las diez.
¿Sabe por qué les pidieron eso?
No nos lo explicaron. Lo que sí es sabido es que la hora oficial de la muerte de Franco que consta en su acta de defunción es las cinco y veinticinco de la mañana.
Con lo cual, claro, no se podía embalsamar antes de la hora de su fallecimiento.
También es sabido que había una operación preparada. La muerte de Franco no pilló desprevenido al gobierno. Y esa planificación afectó a todos: a las medidas de seguridad, a cómo se iba a dar la noticia a la prensa, a las palabras que iba a pronunciar el presidente del gobierno, a cómo se iba a presentar el testamento político de Franco.
Creo que hubo que ultimar todos los detalles de esta compleja maquinaria.
¿Una vez redactaron y firmaron el acta siguieron involucrados en el proceso del entierro?
Seguimos involucrados hasta el final, hasta la inhumación en el Valle de los Caídos.
Nos habían explicado que en primer lugar iba a haber una misa en la iglesia de El Pardo para que asistiera su viuda y otras personas de su núcleo familiar. Después de esa misa, el ataúd se iba a trasladar al Palacio de Oriente, donde iba a estar expuesto y el público podría visitarlo durante un par de días.
Pero esa exposición del ataúd iba a ser constantemente registrada por la televisión. Eso nos afectaba por el tema del maquillaje cadavérico, que tenía que hacerse con la luz del salón en el que iba a estar expuesto. Por lo tanto, la parte del maquillaje la tuvimos que acabar en el Palacio de Oriente.
Y cuando acabó todo asistimos al momento en que se selló el ataúd.
¿Por qué tuvieron que estar ustedes hasta ese último momento?
De algún modo éramos responsables del aspecto físico de Franco desde que lo embalsamamos hasta que se enterró.
Digo esto porque el único pequeño incidente que hubo fue el primer día. Nos llamaron un poco preocupados porque había aparecido una gota de líquido en la frente de Franco. Los líquidos embalsamadores son volátiles y como Franco tenía grandes focos que iluminaban su cuerpo, ese líquido se debió evaporar y condensar en una gota. Se la quitamos y ya no apareció ninguna más.
Lo digo porque estábamos pendiente por si había que intervenir.
Imagino que era consciente de la importancia histórica de aquel momento. ¿Cómo se veía a usted mismo participando de ese acontecimiento?
En cuanto al embalsamamiento en sí, no es una técnica muy compleja. En este caso lo hicimos con mucho cuidado. La técnica en sí no era una cosa especial.
Lo que era histórico era el momento. Era evidente que era inevitable que se diera un cambio de régimen después de 40 años. Eso equivalía a toda mi vida. Yo había nacido en el año 1939, en septiembre, y toda mi vida Franco había sido jefe del Estado. En ese momento nos planteábamos un cambio político fundamental. Éramos conscientes, claro.
¿Es posible saber o hacer alguna hipótesis sobre el estado en que se pueden encontrar en estos momentos los restos de Francisco Franco?
Yo creo que hicimos un buen trabajo y estoy convencido de que Franco está bien embalsamado.
Ahora, ¿cómo puede estar? Eso depende, no del embalsamamiento, sino de las condiciones del lugar. Es decir, si como es previsible está en una tumba seca o razonablemente seca y las cajas bien conservadas, los líquidos se habrán ido evaporando y volatilizando con el tiempo. El cuerpo estará totalmente desecado.
Como aproximadamente el 70% del cuerpo es agua, estará reducido al 30% de volumen y muy endurecido, pero se le reconocerá. Tendrá los rasgos muy afilados, pero reconocibles.
Cuanta más agua haya más afectado estará, pero yo creo que la conservación va a ser buena.
¿Cuál es su opinión personal acerca de la exhumación de Franco? ¿Qué le parece a usted este proceso?
Yo lo considero una acción extemporánea, que está fuera de lugar y, sobre todo, de tiempo.
Cuando Franco muere, ni él ni su familia deciden dónde va a ser enterrado. No creo que la decisión fuera suya. El gobierno decidió enterrarlo en el Valle de los Caídos.
Quizás uno, dos, tres o cuatro años después de su muerte hubiera sido hasta cierto punto lógico que algún partido político se hubiese planteado si Franco debía estar en el Valle de los Caídos o no. En aquel momento habría sido un debate razonable. Eso no pasó.
En esos años posteriores todavía estaban vivas las personas, favorables, neutrales o contrarias a Franco, que habían participado, muchos en la Guerra Civil y, sobre todo, en la vida social española.
Resulta que se plantea la exhumación cuando la gente que vivió la Guerra Civil y la posguerra ya estamos desapareciendo o somos muy mayores.
Por lo tanto, me parece una cuestión meramente política y, si puedo decirlo, casi oportunista. Es un problema artificial. Eso es lo que pienso.
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