Bien podría afirmarse que Yemen —el país más pobre de Medio Oriente, arrasado por una invasión de Arabia Saudita y sus aliados que propagó la epidemia de cólera— es la cuna de la “guerra antiterrorista” culpable de desestabilizar aún más la región.

Fue en Yemen, escenario olvidado de las más antiguas civilizaciones, como la de la mítica reina de Saba, donde una lancha cargada de explosivos, conducida por dos suicidas, casi hundió al destructor estadounidense USS Cole y mató a 17 de sus tripulantes. El ataque, que tuvo lugar en octubre de 2000, fue reivindicado por un grupo entonces poco conocido en Occidente, pero que antes disfrutó de su apoyo contra la ocupación soviética de Afganistán: Al-Qaeda (La Base), dirigido por el saudita Osama bin Laden, heredero del emporio de ingeniería civil fundado por su padre, un humilde inmigrante yemení.

Al-Qaeda, inspirado en el fundamentalismo wahabí, el credo oficial de Arabia Saudita, exigía el retiro de los infieles de las tierras santas del Corán. Cuando EU todavía evaluaba su amenaza y tácticas de “guerra asimétrica”, Bin Laden ejecutó los atentados del 11 de septiembre de 2001 que demolieron el World Trade Center de Nueva York y dañaron el Pentágono en Washington con aviones secuestrados usados como proyectiles. La respuesta de la administración de George W. Bush fue ocupar Afganistán, el cuartel de Bin Laden instalado al amparo del movimiento talibán, que 17 años más tarde continúa sin ser derrotado.

En esa fase, Yemen pasó a un lugar secundario, pero no menos mortífero. El primer ataque de la CIA tras el “martes negro” con uno de sus nuevos drones ocurrió ahí en 2002, para asesinar a un sospechoso del atentado contra el USS Cole.

Montañoso y poblado por tribus rivales, el país sufrió una ofensiva aérea de EU sobre Al-Qaeda que el dictador Alí Abdulá Saleh ocultó al garantizar al general David Petraeus, jefe del Comando Central del Pentágono: “Seguiremos diciendo que las bombas son nuestras y no suyas”.

Saleh había logrado en 1990 reunificar a sangre y fuego Yemen, pero la “primavera árabe” barrió con su régimen.

El nuevo presidente, Abdrabbuh Mansur Hadi, viejo colaborador de Saleh, aliado de El Riad, fue derrocado en 2015 por los rebeldes chiítas Zaidi o houthi, que tendrían respaldo de Irán. En la pugna por la hegemonía regional, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos invadieron Yemen y desataron una campaña de bombardeo y un bloqueo que no han doblegado a los houthi, pese a la ayuda logística de EU y Gran Bretaña, así como al despliegue de 10 mil tropas sudanesas y de cientos de mercenarios, incluso colombianos, al mando de la firma Academi (mejor conocida como Blackwater) de Eric Prince, hermano de Betsy DeVos, la secretaria de Educación de Donald Trump.

La crueldad del martilleo aéreo, que ha aniquilado la escasa infraestructura de Yemen, es clave para entender por qué padece la peor epidemia de cólera en la historia moderna. Más de un millón de casos —en una población menor a 30 millones de personas— se han registrado desde 2016, según Naciones Unidas, que ubica en 2 mil 385 las muertes. También sostiene la cifra de 10 mil muertos por el conflicto, pero fuentes independientes aseguran que tan sólo los bombardeos han causado 70 mil. Se teme una escalada, ya que fuerzas especiales del Pentágono operan en el terreno, tratando de eliminar los misiles balísticos que los houthi lanzan esporádicamente sobre Arabia Saudita.

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