Está en boca de todos, pero nadie lo conoce a ciencia cierta. “De Vladimir Putin sólo se sabe lo que él quiere que se sepa”, dijo en algún momento Fiona Hill, experta en Rusia.

El secretismo sobre su vida personal ha sido llenado por teorías y versiones que han dado origen a la “Leyenda Putin”. El macho alfa, el mujeriego, el audaz, el indómito, el cruel.

Fotografías suyas cabalgando en un caballo, con el torso desnudo, o montado en un oso, o en un submarino, o sumergido en aguas heladas, no hacen sino estimular ese halo de rockstar del presidente ruso. Tras su decisión de invadir Ucrania y su desafío a las sanciones de Occidente, hubo quien lo calificó de loco. Pero cercanos a él creen que esa es la manera “fácil” de ver el asunto. El presidente ruso, aseguran, “no está loco”; sus acciones son “inmorales, pero racionales”.

Detrás del enigma Putin, que este año cumple 70 años —20 consecutivos como presidente— hay algunos elementos claros: su nostalgia por el imperio que fue Rusia en el pasado y por forjar uno nuevo. No una nueva URSS, sino un imperio ruso al estilo Putin. Está dispuesto, como mostró primero la anexión de Crimea y ahora la guerra en Ucrania a hacerlo por las malas y a pagar, o a permitir que los rusos paguen, el precio que sea necesario. “Putin no le teme a nadie”, es el mensaje que se hace llegar lo mismo a escolares rusos que a los dirigentes de otros países.

Alguna vez, la hoy excanciller Angela Merkel dijo, tras pasar un momento desagradable en el que el ruso le puso enfrente a su perro, a sabiendas del temor que les tiene, que Putin “siempre ha tenido una imperiosa necesidad de demostrar quién es el más fuerte”. Además, es consciente del poder del miedo. Ha usado esa estrategia una y otra vez. Incluso para acallar los “destapes” sobre su vida, o sus negocios.

Se sabe, de cierto, que se casó con Liudmila Pútina, azafata de una compañía aérea, en 1983. Con ella procreó dos hijas, María y Yekaterina. Que ama el judo, casi tanto como a sus perros. Que odia el alcohol. Las demás piezas del rompecabezas los han rellenado medios y expertos con investigaciones, con testimonios.

Se dice que ha tenido relaciones con al menos dos mujeres más, que también desaparecieron de la escena pública: Svetlana Krivonogikh y la exgimnasta olímpica Alina Kabaeva, 30 años menor que él. Con ellas habría tenido más hijos, señalan. Para otros, es sólo una mentira más para proyectar la imagen de macho del dirigente.

No tendría la menor importancia si no fuera porque una de ellas, Svetlana, ha sido vinculada con los “negocios secretos” de Putin, destapados en los llamados Pandora papers. Según documentaron, Svetlana adquirió un apartamento en Mónaco a través de una empresa offshore. Difícil de creer que una mujer que trabajaba en el área de limpieza tuviera recursos para algo así.

La respuesta del Kremlin fue la misma que cada vez que se acusa a Putin, por cualquier cosa: “No hay fundamentos”.

Nada más conveniente que mantener en el más absoluto secreto sus negocios y una fortuna que algunos calculan en miles de millones de dólares. No se puede sancionar lo que no existe, lo que no se puede probar.

¿Hasta dónde llegará Putin? Es el mayor de los secretos, uno que tiene en vilo al mundo entero. Para regocijo suyo.

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