Volvía ilusionado de un torneo de futbol y un disparo acabó con su vida.
El 12 de agosto, Brayan Navarro, de sólo 9 años, y su familia fueron víctimas de la delincuencia que desde hace años azota a la población venezolana.
Fueron 10 disparos. Tres impactaron en el carro y uno mató a Brayan.
Cerca del destino final del viaje, Ciudad Guayana, una ciudad en el sureste de Venezuela, el auto de la familia fue interceptado por sujetos armados que comenzaron a disparar sin mediar palabra.
Según un informe del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), única fuente de datos de homicidios en Venezuela, el país registró 23 mil 047 asesinatos en 2018, lo que ubica su tasa de homicidios en 81.4 por cada 100 mil habitantes.
Una cifra que duplica a Honduras (40 homicidios por cada 100 mil habitantes), y que se encuentra por encima de El Salvador, cuya tasa se estima que esté alrededor de las 60 víctimas por 100 mil habitantes, según el OVV.
Richard Navarro, el padre de Brayan, contó la historia de aquel fatídico día al programa Outside Source de la BBC.
Ese lunes, decidimos regresarnos a Ciudad Guayana (sureste de Venezuela), porque me tocaba trabajar y Brayan ya había terminado sus juegos en la zona de Puerto La Cruz, donde quedó subcampeón.
Brayan venía muy contento hablando conmigo, pidiéndome que le pusiera algunas canciones en el carro.
Faltando muy poco tiempo para llegar a Ciudad Guayana, en una parte que se llama el Amparo, en plena vía nacional hay unos muros (reductores de velocidad) bastante altos, y hay que frenar, porque son peligrosos, son muy altos.
Cuando ya estaba cerca de los reductores de velocidad, salió un carro vinotinto de una de las vías externas. Pasé al carro y cuando me doy cuenta ya lo tenía al lado y chocó levemente a la camioneta en la que nosotros veníamos.
Ellos me interceptan, yo me paro, y la persona que iba en la parte de atrás abrió la puerta disparando de una vez. Me agacho, le meto la reversa al carro y los otros empiezan a dispararme también.
El delincuente empieza a correr detrás del carro, disparando y disparando. Lanzaron 10 disparos hacia el carro, pero solo tres lograron impactarlo, una de las balas pasó y le pegó a mi hijo.
Cuando veo que el delincuente para de correr, yo detengo la camioneta y me regreso. No podía seguir hacia adelante, porque ellos me habían trancado la vía. Es cuando me doy cuenta que mi hijo está herido.
En la parte de atrás venía mi primo, mi tía y mi otra hija. Ellos me dicen que le habían dado a Brayan, y ya de ahí en adelante todo fue una total pesadilla de la que creo que nunca me voy a despertar.
No es nada fácil ver a su hijo muerto cuando uno viene tan alegre de un viaje y también por la forma en la que él jugó. Estaba muy alegre.
De ahí seguimos un tramo muy largo como de media hora de camino, hasta que un señor nos auxilió.
Montamos al niño en la camioneta del señor y él lo llevó hasta la ciudad de El Tigre (a unos 200 kilómetros de Ciudad Guayana). Allí lo atendieron, pero mi hijo había llegado sin signos vitales.
Me siento consternado con todo esto, muy triste. Me siento lleno de rabia conmigo mismo. Me echo la culpa, me digo: ¿por qué no me paré, por qué metí la reversa?
Metí la reversa no por miedo a que me quitaran el carro o nuestras pertenencias, sino porque los delincuentes empezaron a disparar de una vez. Nunca nos dieron voz de alto, ni nos dijeron que era un atraco, nada.
Como también iba mi esposa que está embarazada de ocho meses, traté de resguardarlos a todos. Me siento culpable, es una total pesadilla. Me siento muerto en vida, como si estuviera vagando en el mundo.
Brayan Esnaider fue un niño muy ágil y siempre le gustó el deporte. Yo jugué béisbol y cuando él tenía tres años lo inscribí en una escuela de béisbol. Después, cuando volvió a tocar un balón de futbol, fue evidente que llevaba eso en la sangre.
Me dijo: "No, papi, esto es lo que a mí me gusta, el futbol". A sus cuatro años, él ya sabía lo que le gustaba. Y de allí lo apoyé en todo momento.
Brayan era la alegría de la calle. Sacaba las gaveras (cajas) de bebidas que le pedía a cualquier vecino y jugaba con sus amiguitos al frente de la casa con un balón de futbol que me hacía comprarle.
A veces le compraba un balón hoy y a la semana ya no servía, porque pasaba todo el día con el balón en los pies. Fue un niño muy alegre y un buen estudiante. Siempre le inculqué que el estudio era muy importante para un deportista.
Respetuoso, pero con un carácter bastante fuerte, yo le decía que los futbolistas tenían que ser así en la cancha, tenían que tener un carácter muy fuerte, porque es un juego de contacto.
También era la alegría de nuestra casa. Cuando yo llegaba del trabajo era él quien me abría el portón del garaje para entrar. Me recibía con un abrazo, o me decía: "Papi, ve como hago con el balón".
Me agarraba las medias para hacer peloticas de trapo y jugar en la sala.
Su ídolo siempre fue Lionel Messi. Él decía que Messi era el mejor del mundo, y le gustaba cómo se entregaba en los partidos. Era increíble cuando mi hijo me decía: "Vente, papi, vamos a ver el juego de Barcelona, va a jugar Messi… Papi, ve cómo Messi agarra el balón. Papi, yo quiero ser tan rápido como él con los pies".
Yo le decía: "Bueno, tienes que practicar mucho, tienes que ver muchos videos de él para que vayas aprendiendo".
Una vez me dijo: "Papi, yo quiero conocer a Messi algún día". Yo le respondí: "Todo lo que uno se propone en esta vida uno lo logra hijo. Si ese es tu propósito, esfuérzate y lo lograrás".
Recientemente, cuando terminó la última Copa América, él me decía: "Papi, va a jugar Argentina, vamos a ver a Messi". Se ponía en el garaje y quería hacer el tipo de jugadas que hacía Messi. Es muy doloroso todo esto y me siento demasiado mal.
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