Entre los negocios del , que a veces fungen como auténtico oasis para culturas extranjeras, está una librería cuyos dependientes parecieran vivir dos vidas: una como residentes de México y otra como hermanos, primos y nietos de los israelíes que hoy viven el conflicto armado en la zona de Medio Oriente.

Nacer en Centroamérica y criarse con padres llegados de Líbano y Turquía son sólo parte de la historia de vida de un judío que lleva casi 30 años en nuestro país.

Bajo el nombre de José y desde atrás de una caja registradora, responde con una mirada que mezcla nostalgia, cautela y calma.

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Ilustración: Daniel Razo
Ilustración: Daniel Razo

Usa su tradicional kipá mientras acomoda mercancía, contesta el teléfono o hace notas. Explica desde el inicio que, aunque la tradición judía encuentra sus lugares sagrados en los territorios disputados en Medio Oriente, son un pueblo que pertenece a muchas nacionalidades desde siglos antes que se estableciera Israel como Estado.

José no es de nacionalidad israelí, pero tiene algunos familiares viviendo allá y mantiene comunicación cercana con ellos. El pasado 7 de octubre, fecha de los duros ataques de Hamas, tuvo lugar el Sheminí Atzeret, un día festivo para el judaísmo en el que algunos de sus practicantes suelen reducir al mínimo el uso de aparatos de telecomunicación.

Antes de escucharlo en las noticias, recibió avisos de su familia, y expresa que él y gran parte de su comunidad en Ciudad de México no sabían la magnitud de los hechos hasta después de su día sagrado, cuando al retomar el uso regular de la tecnología, vieron las noticias en los medios.

Hace una breve pausa y comenta: “Fue inesperado, pero, bueno, este conflicto ya tiene más de 3 mil años”. Para José, de 39 años, la situación es como un vaso lleno de agua hasta el borde y que con una simple gota se va a derramar.

Muchos de sus familiares y conocidos se encuentran en Haifa, al norte de Israel. Esta ciudad, la tercera en importancia, no ha reportado problemas tan fuertes como los de poblaciones más cercanas a la zona de conflicto, como Ashdod y Ashkelon, donde los avisos son más alarmantes y llegan a escucharse las detonaciones de los misiles.

Ya en más confianza, con un gesto asegura que el trato de los mexicanos le parece muy positivo. Por desgracia, ése es sólo un lado de la moneda de su realidad, pues declara que “todos los días es un día nuevo, estamos preocupados, familia y connacionales”.

Esa distancia es uno de los factores que definen su sentir. Por un lado, muestra alivio al pensar que al menos se evitó una guerra a gran escala y al mencionar el trabajo en años recientes de los hayalim o soldados israelíes, pero pasa lo contrario al reconocer: “Yo no puedo mandar un avión… no, nomás rezar, pedirle a Dios que todo esto mejore”.

Por lo que concierne a asuntos más humanos, acepta que algo que le inconforma es la cobertura mediática de los eventos: “Los periódicos ponen ‘destrucción en Gaza’, pero no que un judío ayuda a civiles palestinos”, refiriéndose a la información que le llega en los mensajes de su familia.

Antes de reanudar su almuerzo —que muerde de poco en poco mientras trabaja y conversa—, alcanza a compartir “que Dios nos cuide a todos, y nos guíe en el mejor camino a la paz”.

No todos los árabes son malos, “la violencia surge de grupos específicos”

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Minutos después, en la misma librería judía, inicia el diálogo con Meir, colombiano de 44 años, tras recibir a los reporteros con calidez.

Extrovertido y de carácter muy reflexivo, comparte lo que considera la forma usual de ver este conflicto en su comunidad.

Entre la gran variedad de libros y artículos para ceremonias judías, ofrece un profundo contexto sobre la larga historia del pueblo judío y su relación con la zona donde hoy se localizan Israel y Palestina. Afirma que, a pesar de la dispersión de su pueblo, por siglos siguió habiendo asentamientos judíos en los cuales convivían en paz con los árabes.

A Meir le parece importante resaltar que no apoya discursos como que “todos los árabes son malos”, puesto que la violencia surge de grupos específicos. Además de eso, tiene presente que ambos pueblos han experimentado la diversidad de múltiples culturas.

“Mi rabino es hijo de un sirio”, dice, y comenta que en épocas muy lejanas en que no se perseguía a su pueblo, judíos y musulmanes compartieron hasta las tonadas típicas de Oriente Próximo, zona que abarca los países ahora involucrados en el conflicto.

Sin embargo, en tiempos más recientes y a causa de los constantes problemas en esta zona de Medio Oriente, miles de judíos migraron de las zonas de Palestina, Siria, Líbano y parte de Europa a nuestro país.

“Llegaron hace 80 o 90 años; conozco mucha gente que vino aquí a México. Yo no soy de Israel, nací en Colombia y mis ancestros vienen de Portugal y de Curazao”.

A pesar de ello, tiene familiares cercanos que viven en Israel y enfrentan la tensión de una nueva guerra que parece no hay resolución.

Meir invita a leer sobre la historia detrás de todo este conflicto, considerando todas las aristas y no quedarse sólo con la postura que muestran los medios de comunicación, sino informarse con todos los datos posibles y a partir de ello tener una mejor perspectiva de lo que pasa hoy en día.

Compara las tierras del constante conflicto en Oriente con algo más cercano: son tan pequeñas que podrían ser un sólo estado de la República Mexicana, afirma Meir.

Remarca que en ese lugar convergen tres religiones: cristiana, musulmana y judía, y que la gran mayoría de los conflictos surgieron, más que por motivos políticos, por ideologías y posturas religiosas que partieron de raíces históricas muy cercanas pero divergentes.

Entre el profundo contexto histórico y cultural que comparte destaca la historia de Abraham, al que tanto judíos como árabes consideran su patriarca, aunque los últimos lo llaman Ibrahim.

De acuerdo con sus tradiciones, él vivió hace más de 3 mil 500 años y tuvo dos hijos: Isaac (de quien descienden los judíos) e Ismael (de cuyos hijos, a la larga, surge el pueblo árabe).

Por un lado existe controversia sobre quién de los dos hijos tendría derecho a la herencia del patriarca. Esto es clave para comprender gran parte del conflicto actual, porque se cree que Dios le prometió a Abraham las tierras que hasta hoy son objeto de enfrentamientos.

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Por otro lado, la disputa se recrudece desde el punto de vista religioso. Hace cerca de mil 500 años el árabe que conocemos como Mahoma fundó el islam, que pronto se difundió como la religión dominante entre su pueblo.

Tanto judíos como musulmanes tienen siglos de historia, llena de personajes importantes, ya sea para su fe o para sus costumbres. Esto da mayor profundidad al conflicto, porque son numerosos los sitios religiosos y sagrados que convergen en Palestina e Israel.

Aunque para el mundo occidental esto puede sonar como lejanos hechos históricos, las arraigadas tradiciones en ambos puntos de vista son la razón por la que, a más de dos semanas de los intensos bombardeos entre Israel y Hamas, Meir hable de Abraham e Ismael con la misma familiaridad y respeto con que miles de mexicanos católicos hablarían de un santo.

PALESTINA Ya sea con protestas en sedes oficiales o con divulgación cultural de su pueblo, voces radicadas en México mantienen el espíritu de resistencia que caracteriza al país árabe

Los ataques armados en Israel y Palestina que comenzaron el 7 del presente mes pueden dar la impresión, a primera vista, de ser un evento lejano para nuestro país. En exclusiva para EL UNIVERSAL, un palestino y otros nacidos en México pero con raíces de aquella nación y que residen en la capital mexicana expresan el sentir que implica tener familia en zonas de guerra.

Las historias de Mahmoud y Carla son sólo dos de muchas que pudimos conocer. El conflicto les cambió la vida; la mayoría prefirió no compartir su testimonio con este diario por miedo a represalias.

La tensión les genera duras emociones y la lejanía les dificulta apoyar de forma directa, pero ambos encarrilan sus esfuerzos a la participación civil.

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Ilustración: Daniel Razo
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Trabajador y servicial, un padre de familia palestino-mexicano

Mahmoud Aly (que él pronuncia Majmud) no resaltaría en una multitud o en las calles de un país multicultural como México, al menos no para el ojo inexperto. Sólo quien ha tratado más personas del pueblo árabe identificaría sus facciones. Su ropa, por lo general pantalón de mezclilla y una camisa, tampoco revela la cultura en la que nació.

Llegó a tierras mexicanas a la edad de 30 años, hace ya más de 10 años junto con su actual esposa. Radican en el estado de Querétaro con sus hijos, aunque por ahora lleva un par de semanas fuera de su tienda de ropa oriental importada desde India y Pakistán.

En vista de que su pueblo sobrevive sin servicios ni refugios seguros, él decidió hacer todo lo que puede en la trinchera que le tocó: las marchas de protesta en favor de la paz en Oriente Próximo, la zona que abarca a los países involucrados de forma directa en el conflicto.

“No estamos en el mundo para quedarnos sentados”, expresa a la vez que cita un dicho árabe, en español, pero con un acento que subraya su origen: de tu casa a tu trabajo, y del trabajo a casa. Esta convicción es algo que le heredó su padre y que también quiere transmitirles a sus hijos.

Con ello explica su incansable participación en las protestas pacíficas que se organizaron en ciudades como Querétaro, Guadalajara y México. La idea, según las enseñanzas paternas que valora, es donde quiera hacer lo posible por servir a los demás, “como la vela que se quema, pero alumbra para alguien”.

Señala que sólo los primeros tres días del conflicto armado pudo mantener comunicación con su familia en Palestina. Aunque sin certeza, piensa que el silencio que vino después podría deberse a que los bombardeos dañaron la infraestructura de telecomunicaciones a las que tenían acceso los gazatíes.

El paisaje donde sus tías, tíos y primos han vivido por décadas tiene un elemento más bien familiar para los mexicanos: una reja de alrededor de cuatro metros de altura que sólo se cruza por unas casetas como las que separan México de Estados Unidos en Tijuana: el paso de Rafah.

Alí, como lo llaman sus conocidos, explica que una alarma solía alertar al ejército de Israel si alguien entraba en contacto con el enrejado. “Si eran niños jugando futbol, sólo los alejaban con gritos, pero si era un adulto, bajaban con sus armas”. Aunque recuerda su pueblo natal como un rancho muy sencillo, es un punto muy conocido por ser el punto que conecta Gaza con Egipto.

No es miembro formal de las organizaciones que convocaron las marchas en México, pero afirma: “Donde me llega información, voy”. No hace falta más, porque con los años se ha hecho de múltiples contactos entre la comunidad árabe del país, así como en la Embajada de la Delegación Especial de Palestina.

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“Cuando eres extranjero y estás en contacto con ellos [la comunidad], la información siempre te llega”, explica. Esta participación constante da pie a que más de un mexicano o mexicana le pregunten cómo pueden ayudar a Palestina, pero siempre cortés, insiste en tomar la vía oficial.

“Siempre les digo que se acerquen a la embajada, o al señor embajador Mohamed Saadat”, responde, y externa que su intención es proponer la opción libre de fraudes o malentendidos.

“Sólo darnos la mano y llorar juntos”

Carla Hasbun, mexicana de ascendencia palestina y quien conoce a dos familias que se encuentran en la Franja de Gaza –epicentro del conflicto bélico–, también quiso compartir su historia con nosotros. Sus bisabuelos paternos eran de Jerusalén, cuando todavía no se desataba el conflicto entre Israel y su país.

Según comenta, ciudadanos palestinos, sirios y libaneses emigraron a México en las primeras décadas del siglo XX por los accesibles precios de las tierras. En el caso de sus bisabuelos, ellos pasaron aquí su luna de miel y les encantó el país, aunque Carla cree que ya sabían de ciertos conflictos y mejor optaron por salirse de la región árabe.

La familia Hasbun todavía tiene integrantes en Palestina y también en otros países latinoamericanos. Lamentablemente, Carla sabe que gran parte de la cultura de sus bisabuelos se perdió, como el idioma o la religión, “pero no la gastronomía”, afirma orgullosa.

Ella cuenta con amigos palestinos y de la comunidad árabe en México. Intentan reunirse constantemente y mantienen comunicación por mensajes vía celular; algunos asisten a las actividades que el embajador de Palestina en México encabeza, “pero, más que nada, es una relación como familia. Comer, platicar de asuntos personales y brindarnos apoyo moral”.

El reciente periodo hostil entre Israel y Palestina mantiene a los ciudadanos refugiados con una preocupación agobiante. Nuestra entrevistada no puede hacer mucho, “yo trato de apoyar en lo que se pueda moralmente. Platicando, compartiendo noticias, en lo que se puede hacer desde aquí”.

“La comunicación que tenemos con los que están en Gaza es de contención emocional, es escuchar los relatos, lo que está pasando. Es vivir aquí y ahora, preguntar cada día ‘¿cómo estás hoy?’. […] Los de aquí, ¿qué podemos hacer? Sólo darnos la mano y llorar juntos”, dice Hasbun a EL UNIVERSAL.

El choque político que experimentan los palestinos que emigran a México les impide hablar de su pueblo, explica Carla, “en especial para quienes llegaron recientemente. Ellos no se meten en esas cuestiones [protestas o actividades de solidaridad] por respeto; estás en un país diferente, no sabes hasta qué grado tienes cierta libertad”.

“Vienen de Palestina, la cárcel a cielo abierto más grande del planeta. Las personas llegan acá con su bagaje social, cultural, de todo lo que vivieron allá, con todas las limitaciones, con un gobierno durísimo. Allá no existían, aquí empezaron a existir como personas”, sostiene nuestra entrevistada.

¿Cómo atreverse a hacer algo mal, a salir y protestar? Allá estaban asediados, sumergidos en el control. Entre nosotros se comenta, pero no hay una participación activa de la comunidad palestina”.

Por tal motivo, Hasbun celebra los movimientos de mexicanos que actúan por empatía internacional y sin ser liderados por refugiados. “Como bisnieta de palestinos, agradezco mucho a los que se entregan a una causa que es justa, a una causa que debería ser de todos”, comparte.

Urge informarse antes de tomar partido

La entrevistada deja en claro que los mexicanos no deberían pensar que la confrontación israelí-palestina sea por un conflicto religioso o que sea natural y espontáneo para ambos pueblos.

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“Esto no es para nada normal”, afirma contundente.

Los mexicanos necesitan investigar más. La gente no puede tomar partido en esta situación, no pueden ponerse una playera de Israel o Palestina sin saber de qué se trata. […] Deberían tener la responsabilidad de enterarse a fondo de cómo están las cosas, no escuchar lo que pueden o lo que tienen a la mano”, considera Carla.

Hace un tiempo, ella creó una página en Facebook para difundir —exclusivamente— datos sobre la cultura palestina, como su vestimenta, gastronomía o danzas, pero todas sus cuentas fueron bloqueadas en cuanto se expresaron opiniones proPalestina.

“Hay personas que te reportan y cancelan cuentas; también recibí mensajes con amenazas hace años. […] Si tú realizas comentarios sobre Palestina, te denuncian; todos los que conozco los han sancionado o bloqueado”, asegura. Pese a todo, Carla espera poder conocer Palestina algún día, sobre todo para visitar la tierra natal de sus bisabuelos.

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